Desde que tengo uso de razón he bailado al son de cada melodía que he escuchado. He crecido sintiendo que la música era parte de mi sangre y que el ritmo le hablaba a mis caderas y a mis pies. Siempre he bailado como forma de expresión. Es lo único, quizá junto con respirar, que hago todavía a día de hoy solo por y para mí.

Cuando bailo es cuando más siento que estoy en mí.

A medida que creces, ves que a tu alrededor la gente se va irguiendo y volviendo más esbelta y estilizada. Notas que tu madre en tu plato procura poner menos comida cada vez. Sientes cómo al pasar la gente cuchichea y, si no eres muy afortunada, hasta lo que murmuran lo hacen saber bien alto: “Eres una gorda”. Pero cuando bailas, te liberas. Eres tú y la música. Al menos en tu cuarto con tus canciones a todo trapo.

Como gorda en el mundo las posibilidades se limitan y se cercan sobre ti: ya no puedes vestir como quieras, ya no puedes comportarte como quieras, ya no puedes hacer lo que quieras. Eres gorda y te debes a ti y le debes al mundo disimularlo a cada instante.

En mi caso, todo esto lo he llevado (casi) siempre con bastante gracia. Y me alegra ver que cada día, desde aquí y desde más sitios cada vez, ayudamos a unas a llevarlo con más holgura y a otras a evitar que vivan esas limitaciones como lo hicimos el resto antes.

Sin embargo, sí que siento que a mí y a todas mis compañeras nos quitaron algo hace mucho tiempo y aunque algunas lo recuperemos otras muchas aún estáis esperando. Nos quitaron el bailar con absoluta libertad.

Por eso hoy quiero gritarte a ti, a los cuatro vientos, que bailes: BAILA, GORDA, BAILA.

 

Gózalo al son del reggaetón más sucio, menea tu culazo hasta abajo y mueve tus pechos sin piedad.

Baila como si nadie mirase, pero sabiendo que todos lo hacen. Baila por todas aquellas veces que te quedaste sin hacerlo. Mueve tus caderas por todas las veces que no lo hiciste, por toda la gente a las que contentaste quedándote parada porque era grotesco o cualquier tontería de esas.

Brinca como si fueras ligera como una pluma y contonéate como si fueras agua mecida por el viento.

Baila, gorda, baila, y no dejes de hacerlo.

 

Siente tu cuerpo único, sensual y tuyo. Muévelo a tu antojo, sedúcete tocándote mientras expresas toda la alegría que te invade por dentro al oír ese ritmo que solo le habla a tus pies.

Estalla en mil pasos y olvida que hay una secuencia. Sé solo tuya. Tuya y de la música.

Baila, gorda, baila porque suficiente tienes con vivir en armonía con el tamaño del mundo como para no dejar que tu cuerpo se desplace a su antojo cuando los timbales revientan una salsa.

Fluye con cada nota y encuéntrate siendo la mujer más deseada de la tierra. Déjate invadir por el fuego y el poder de que solo tú puedes decidir qué hará tu cuerpo en el siguiente estribillo. Siéntete dueña de cada centímetro porque nadie puede dictar cómo te mueves cuando el único idioma que entienden tus caderas es el de la gosadera.

No te quedes esperando a que te saquen a bailar, ni a que te den permiso para hacerlo. No bailes porque ahora está de moda que lo hagas o porque todos sean muy “tolerantes”. Tú baila si tu cuerpo lo necesita, si tu espíritu quiere liberarse, si el deseo lo tienes a flor de piel.

Baila, gorda, baila hasta que te apetezca y luego no te disculpes, no culpes al alcohol o a la música que sonaba porque una vez que bailas, eres tú, dueña de tu piel, la que se expone porque desean que la vean arder.

Baila, gorda, baila porque no tiene nada de malo que ocupes más espacio para hacer la curva perfecta al girar sobre ti misma. Porque no tiene nada de excesivo que tus curvas sean más suntuosas cuando las sacudes.

Porque si en este mundo hay algo con lo que no puedes quedarte es con las ganas de dejar salir la electricidad de tu cuerpo al son de tu canción preferida.

Baila, gorda, baila y luego vuelve a empezar.

@tengoquenayque