Cuando te conocí tenía miedo al amor.
Tan joven, tan niña y tan desencantada.

A mis veintidós había hecho que mi corazón fuera inquebrantable e infranqueable.
No permitiría que nadie tuviera el privilegio de dominar mis emociones.
No permitiría que nadie me pintara “pajaritos en el aire”. Esos solo los pintaría yo bailándolos cada noche de jueves.

Había aprendido que las apariencias engañan.

No quería más cuentos de príncipes y princesas.
Esos que leen los demás y parecen historias perfectas.
En los que el príncipe azul es bueno, valiente y amable.
Y la princesa una pobre desvalida un poco histérica que tiene la suerte de tenerlo a su lado.
¿En qué momento dejamos de entender al narrador y nos creímos esas historias estúpidas?

¿Sabes qué?
El príncipe tan azul acaba destiñendo, puede tardar pero lo hace.
La princesa tan desvalida e histérica resulta que es fuerte e independiente y prefiere ser un hada madrina.
Sin corona, pero con alas gigantes y negras a la que le sienta mejor el rudo leñador del bosque, que el sapo reconvertido.
Ese leñador que en el cuento que leen los demás es un ser huraño, pero en el cuento de verdad siempre comprende la magia del hada y acaricia cada día sus alas haciéndolas crecer.

Tú tampoco querías princesas.
Y tal vez que ambos estuviéramos desencantados; que tú fueras un poco rudo y yo bastante madrina, hizo que el cuento fuera real.
Auténtico, verdadero, patente, palpable y verídico. La perfección se la cedo a cualquier tipo de arte; yo jamás pretenderé aspirar a ella en ningún sentido.

Apareciste una noche de karaoke entre “Vivir así es morir de amor” y “Un beso y una flor”.
Entre miradas robadas y acordes desafinados.
Tú intentando ser Bunbury por unas horas y yo gozando de mis cigarros en medio charlas intrascendentes.
Entre SMS de madrugada con mensajes tan elocuentes como “Una vaina loca”.
Sin más, sin sobrepasar el límite de caracteres, ni el límite de zalamería,
que a mí, ya lo sabes, no me gusta mucha tontería.
Entre jueves universitarios;
Entre fines de semana sin salir de una cama de 90 de un piso compartido;
Entre negarnos a ser algo más y acabar siéndolo todo.

Tan joven, tan niña, y tan “re-encantada”.

Así empezaba nuestra historia. Paulatinamente. Sin prisas. Con calma.
Cocinándose a fuego lento, el mismo con el que se cocinaba el chocolate que tomábamos en días de lluvia en cafeterías sin encanto, eso lo poníamos nosotros, mientras empezaba a darme cuenta de que ya te quería. Sin condiciones.

Y ahí el por qué de esta carta.
Por dejarme ser sin condiciones.
No, perdón. Tú no “me dejas ser”, entonces esto sería imposible. Yo soy.
Por quererme sin condiciones.
Porque hoy ya no soy tan joven, ni tan niña.

Porque este año me vestiría de blanco. O de crudo. O de roto.
Y seguramente vería como a mi padre le «entró algo» en un ojo.
Este año celebraríamos nuestro día.
Y no por decirte que sí quiero una vez más sin ápice de cobardía.
Lo sería por celebrar con los nuestros la vida.

Esa que siempre vivimos con pasión y entrega como si fuera una película ambientada en Noruega.
De esas malas de navidad que tú detestas y a mí me encantan, porque me gusta saber los finales en los principios y que sean buenos y bonitos.
Que nadie se muera y que todos se quieran.
Que a mí, ya lo sabes, no me gusta que me sorprendan.

Que soy algo caótica, muy pragmática y a veces erótica. Y con todo soy yo.
Que eres la calma, desastrosa a veces, pero siempre con alma. Y con todo eres tú.
Que sí quiero.
Cuando te conocí, hoy y siempre.
Gustarnos cuando somos geniales, y sobre todo cuando no nos soporta nadie.

Que no eres solo mi pareja.
Contigo sueño con vivir y convivir hasta llegar a vieja.
Contigo quiero seguir creciendo, de niños canallas a abuelos con canas.

Y nadie lo entiende.
Cómo entre tú y yo la llama siempre prende.
Este año ya te llamaría marido,
y lo siento, a mí me sigue sonando un poco fingido.

Porque eres mucho más que eso.
Y sí, me enorgullece tenerte a mi lado, lo confieso.

Puede que se aplacen días, como el nuestro. Que las cosas no sucedan como planeamos.

Pero lo que podemos sí podemos controlar es cómo lidiamos ante las cosas que nos ocurren.
Y en eso;
En vivir mientras no planeamos;
En lidiar con lo que viene;
En tener pasión y compasión;
En la vida tal y como es;
Te quiero a mi lado siempre.
Sea lo que sea siempre.

Marta Freire @martafreirescribe