Le conocí por Internet, en una página de contactos.

Morbo desde el principio, yo llevaba tiempo en dique seco y me pareció un chico majo, así sin más.

Me retó y me dijo que en nuestra primera cita íbamos a hacer algo que no había hecho nunca, que fuera preparada para todo y que me lo iba a pasar genial. Y yo, que a lo único que le tengo miedo es a una llamada de mi madre a las 8 de la mañana, me puse matadora. Elegante, sexy, con un toque de provocación, insinuante, pero sin enseñar nada.

Me vino a buscar al sitio en el que habíamos quedado y solo me dijo “Déjate llevar” y ahí que nos fuimos a 150 kms de mi casa, en un cochazo, mientras escuchábamos música suave, la conversación iba fluyendo, hasta que se me ocurrió preguntar dónde íbamos.

Ni corto ni perezoso, me dijo que a un club de intercambio. En aquel momento no sabía si decirle que parara el coche que yo me bajaba o tirar para adelante y que fuera lo que Dios quisiera. Pues opté por la segunda, evidentemente, sino, de qué os iba yo a estar explicando esto.

Llegamos a una urbanización a las afueras de una gran ciudad, a una  casa que era como poco del tamaño de medio Palacio Real. Y allí al entrar le saludaron como si le conocieran de toda la vida. Nos pidieron desconectar nuestros teléfonos móviles, temas de privacidad, y nos dieron las llaves de unas taquillas. Dentro había un pareo semi-transparente y unas chanclas de playa, de esas de dedo. Las normas decían que allí todos teníamos que ir igual, que no se admitía ropa.

Yo muerta del corte, pero ya que estás en el baile, pues toca bailar. Nos sentamos en un sofá, nos ofrecieron unas bebidas y justo al lado había una mesa de billar, en la que una pareja, totalmente desnuda, estaban echando una partida. En un momento dado, él metió la bola negra y ganó la partida, se giró para la chica y le dijo :- Has perdido, ahora quiero mi premio. Y la chica sin rechistar, empezó a hacerle una mamada, que hasta yo me puse cachonda perdida.

Tanto nos gustó lo que veíamos, que mi acompañante y yo empezamos a acariciarnos de una manera muy explícita mientras no les quitábamos la vista de encima. Al final eran los de las mesa de billar los que nos miraban a nosotros.  Nos miramos con la otra pareja y acabamos los 4, en una habitación que había al lado de las mesas de billar. Nosotras encima de ellos y mientras eso pasaba, noté que una mano me acariciaba los pechos, era la de ella. No pude evitar girarme, sonreír acercar mi boca para besarla. En un momento dado, intercambiamos las parejas, me había follado a un desconocido, que más daba follarme a otro y lo estaba disfrutando.

Tras eso, pasé días con una sonrisa en la cara. Yo, que siempre había sido una mojigata para estas coas, aquel día salió la parte más morbosa de mí. Besé a una mujer, la acaricié, me acarició y os aseguro que en mi vida he sentido unos orgasmos tan bestias como aquel día. Todo me producía placer, hasta el hecho de ver a otra pareja follando a mi lado como animales.

A veces, sé que da apuro hacer estas cosas y que quizás te puedes sentir cohibida. Pero para nada, estás en un lugar en el que el físico es lo de menos, en el que vas a disfrutar. Nadie te obliga a hacer nada, simplemente hay que dejarse llevar y disfrutar, sobre todo disfrutar mucho.

Tras ese día vinieron más visitas al lugar, en cada cual experimenté cosas nuevas. Y lo que me llevo de todo esto, es que aprendí a querer más mi cuerpo, que no hay nada malo en tener relaciones sexuales consentidas en un lugar así. El morbo es sano, el sexo es sano y además, me dejó durante semanas un cutis espectacular.

Os animo a que un día os deshagáis de prejuicios y lo probéis, que dejéis a vuestra parte chafardera y marujona que mande y que toquéis, lamáis, beséis aquello que sabéis que os puede gustar. Y si lo experimentáis y no os gusta, con no repetir, arreglado. Aunque dudo que alguna de vosotras no quiera repetir. Yo me estoy muriendo de ganas.

Berta Torres.