Si hay algo que caracteriza a muchas dietas es la restricción de ciertos alimentos: comer cero carbohidratos, cero grasa, jamás mezclar carbohidratos con proteínas, no pasarte de un determinado número de gramos de hidratos al día, decirle «Echa patrás, Satanás» a los azúcares o a los productos procesados. Un lado muy oscuro de este tipo de dietas (y algo que nadie te cuenta cuando te decides por una) es la horrible culpa que sientes cuando no sigues las reglas a la perfección… y los desórdenes alimenticios que esto puede acarrear.
Como os he ido contando en las últimas semanas, haces unos meses me apunté a Corporis Sanum, un servicio online que te ayuda a lograr los objetivos de alimentación que estés buscando. En mi caso era perder peso sin restringir ningún grupo de alimentos. Las primeras semanas estuve totalmente on fire: seguía los menús al pie de la letra y veía cómo, lentamente, me sentía más deshinchada y el peso iba bajando. ¡Estaba logrando mis objetivos! El problema vino al mes de empezar, cuando me invitaron a una comida en un estrella michelín donde el menú consistía en quince miniplatos con maridaje. Acostumbrada a enfrentarme fatal a estas cosas, lo primero que sentí fue culpa y vergüenza. ¡Estoy con un régimen alimenticio y me voy a ir a un RESTAURANTE a comer! Válgame Dios. Decidí contárselo a la nutricionista y le pregunté: ¿Qué puedo hacer? Sinceramente, esperaba que me dijese alguna de las siguientes opciones:
- No vayas a la comida, no rompas el buen ritmo que llevas.
- Come solo la mitad y no pruebes el alcohol.
- La semana antes y la semana de después, haz el doble de ejercicio y no vuelvas en metro a casa: a andar se ha dicho.
- Elimina los carbohidratos y las grasas las dos semanas después de tu comida.
- A agua y pan, y si quitas el pan, mejor.
O alguna cosa así. Cual fue mi sorpresa cuando la nutricionista me dijo:
¿Tienes una comida especial? ¡Disfrútala!
Zas. Y luego pasó a explicarme que un día no debe tirar por tierra el esfuerzo de toda una semana. En serio os digo que cuando me lo dijo, me explotó la cabeza.
¿Has dejado de comer fruta por meses (o años) por un miedo irracional a la fructosa? ¿Has erradicado por completo la grasa de tu vida, incluso eliminando de tu alimentación aguacates o frutos secos por considerarlos muy grasos? ¿No te acuerdas cuando fue la última vez que comiste un cacho de pan o una cucharada de arroz porque los carbohidratos son el demonio? ¿Dejas de quedar con tus amigas o familia por miedo a lo que vayas a comer?
Si has respondido a sí a alguna de estas cosas, quizá te esté pasando lo mismo que me pasaba a mí: demonizar alimentos sólo para sentir una culpa enorme al comerlos, y dejar que mi vida entera se vea afectada por ello.
Gracias al plan de alimentación que estoy siguiendo ahora, estoy aprendiendo a comer sin culpa y a disfrutar de alimentos que hasta hace unos meses hubiese considerado prohibidos. A disfrutar de ese sábado por la tarde con los amigos y comer en un restaurante, porque el resto de la semana estoy a tope con una alimentación saludable y buena para mí. Comer sin culpa está siendo todo un descubrimiento y, además, me está haciendo tomar mejores decisiones en cuanto a la comida: el quitarle el cartelito de «prohibido» a los alimentos da mucha paz mental y claridad al momento de tomar decisiones, amichis. Palabrita.
Estoy aprendiendo que el camino hacia una alimentación saludable no es un sprint, pero tampoco es una carrera de fondo. Pienso que esto es más como el camino de Santiago, donde tienes cuestas difíciles, tramos llanos y sencillos, y donde a veces hace falta parar para observar alrededor, descansar y tomar impulso. No importa llegar super pronto ni perfectamente: importa llegar habiendo disfrutado y aprendido de uno mismo en todo el proceso.
Pincha aquí si quieres aprender a comer de todo, sano y sin culpas :)
Post en colaboración con Corporis Sanum <3