Mi madre murió cuando yo tenía cinco años, dejando a mi padre solo con cuatro niños pequeños. De modo que me tocó crecer sin madre, aunque bien arropada por un padre que lo hizo lo mejor que pudo. Y con el cariño de tres hermanos varones que, aunque a veces me cueste reconocerlo, son el mejor legado que pudo dejarme.

Pese a la dolorosa pérdida, este testimonio no pretende ser una historia triste. Es el relato de cómo fue crecer como la única mujer en casa. Pues criarse rodeada de tanta testosterona, en mi experiencia, tiene sus pros y sus contras. Me habría gustado que al menos uno de mis hermanos fuese otra niña. Hubiera sido genial no sentirme tan marciana, la verdad. Porque lo cierto es que, en muchas ocasiones, me sentí como una total y absoluta extraterrestre. Me daba la sensación de que en aquella casa nadie me entendía lo más mínimo.

Mi padre lo intentaba, pero muy natural no le salía al pobre. Y mis hermanos… para los mayores a menudo era poco más que un estorbo. El pequeño era el único que no me trataba como tal, aunque creo que porque siempre lo he mimado en exceso. Era apenas un bebé cuando perdimos a nuestra madre, y yo me metí un poco en el papel, pese a la escasa diferencia de edad.

Así que no me quedó más remedio que asumir mi condición de bicho raro y aceptar la soledad del cargo. Porque no puedo negar que durante mi infancia y adolescencia me sentí muy sola e incomprendida. Pobrecilla Calimera. En mi casa nadie jugaba a lo que a mí me gustaba. Nadie supo intuir que estaba a punto de venirme mi primera regla. Nadie sabía cómo me sentía ni cómo gestionar mi comportamiento. Mis llamadas de atención no llegaban a ningún lado.

 

Cómo fue crecer como la única mujer en casa

 

Mi padre se paralizaba cuando veía venir mis ‘cosas de mujeres’. Y por ‘cosas de mujeres’ se refería tanto a la necesidad de comprar ropa para mí, como a productos de higiene femenina o a una llantina incontrolable porque el chico que me gustaba me consideraba un 4 (ascazo, por dios)… En fin, que para eso el hombre recurría a mis abuelas. Y mis abuelas eran maravillosas, pero entender, lo que se dice entender, tampoco me entendían. Así que no tardé en averiguar que mejor me iría si buscaba fuera el consuelo y el apoyo que en mi familia no me daban. Los encontré en amigas, en sus madres e incluso en alguna profesora.

No quiero que se me interprete mal. Mi padre y mis hermanos me querían y me siguen queriendo con locura. Es solo que había asuntos para los que no tenían herramientas. Y otros que se les escapaban por completo.

Cómo fue crecer como la única mujer en casa
Foto de Kampus Production en Pexels

Sin embargo, no todo fue malo. Aunque pueda haber dado a entender que mis hombres favoritos eran unos cromañones, no era así para nada. Jamás delegaron en mí ‘tareas de mujeres’, por ejemplo. Cosa que sí he vivido a través de amigas a las que se le pedían cosas que a sus hermanos varones no. En mi casa todos hacíamos de todo, sin distinción. Mis hermanos cocinaban, limpiaban y tendían la ropa, igual que yo cambiaba bombillas, cortaba el césped o llevaba el coche a la ITV.

Por otro lado, nadie osó nunca meterse conmigo en el colegio ni en el instituto por temor a mis hermanos. Esos que no permitían ni que nadie me mirara atravesado, pero con los que, en la intimidad del hogar, nos dábamos unas hostias como panes.

 

Cómo fue crecer como la única mujer en casa

 

Porque, sí, he aprendido de los mejores y en nuestras peleas ninguno se cortaba a la hora de repartir collejas, por más que uno de los contendientes fuese una niña. Una niña que sabía cómo y dónde golpear. Que, si quería jugar en compañía, aparcaba las muñecas y cogía un balón o el mando de la consola. Una que no siempre tenía con quién hablar de sus cuitas amorosas, pero que sabía muy bien cómo funcionaban el cerebro masculino.

En definitiva, a pesar de que crecer como la única mujer en casa no fue fácil, no por ello tuve una infancia infeliz. Y estoy muy agradecida a mi padre y mis hermanos por todo lo que hicieron por mí y por haberme convertido en la persona que soy.

 

Aida

 

Envíanos tu historia a [email protected]

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la experiencia de una lectora.

 

Imagen destacada