Soy ese tipo de persona que se queja de la tecnología y de lo adictiva que es.

En serio… es que hay gente que se vuelve gilipollas. Que van a ir a la panadería de al lado de su casa y se ponen el GPS. Que para comprar un paquete de garbanzos lo chequean primero en una app de precios, como si recorrerte media ciudad de supermercado en supermercado te compensara el ahorro de 10 céntimos. Que para hablar con alguien antes le busca por redes sociales, para fiarse de eso antes que de su propia intuición en un face to face. Que para hacer unos putos macarrones busca 10 recetas diferentes y acaba haciéndolos como ha visto en su casa toda la vida. Que para escribir SUS sentimientos, busca en internet “cartas de amor verdadero”.

Me quejo de que la gente ya no lea libros de papel. Ya no sepa si en el metro ha ido al lado de alguien o solo en todo el vagón porque no ha levantado la cabeza. De que, en lo que espera a que se cargue una página de internet, enciende el móvil para refrescar Instagram.

Y me quejo fuertemente. Hasta que el otro día caí en la cuenta…

Sigo buscando recetas en libros… Hablando con la señora de al lado en el metro de lo malo que se ha puesto el día… Comprando esos pantalones que me han gustado sin mirar si están más baratos en la web… Creándome una opinión de la gente que conozco, conociéndola, no investigándola. Pero tengo un lado oscuro…

La tecnología ya ha plantado su semilla en mí. Más concretamente en mi vientre. Y es que… ¡NO SOY CAPAZ DE CAGAR SIN EL MÓVIL!

Sí… Lo reconozco… Antes me cago encima que ir al váter sin el móvil. Soy capaz de volverme loca y de movilizar a toda la familia para que lo busque antes que ir al baño y punto. El caso es que da igual la urgencia, que yo antes me recorro la casa entera en busca del móvil que ir con las manos vacías. Revistas… crucigramas… libros… Me puedo encontrar de todo en esa búsqueda, pero nada me sirve. Solo una cosa me puede salvar de no encontrar el móvil: el IPad. Y por eso sé que mis esfínteres tienen WIFI. Es la única explicación posible. 

El miedo, infundado por el cine, a que los robots gobernaran el mundo y esclavizaran a la humanidad, no me parece ahora tan de ciencia ficción. Y es que, si han conseguido que ante una necesidad tan primaria como que te estes cagando, la pases a un segundo plano por querer compartir tan bonita tarea con un móvil, ¿qué no podrán conseguir? ¡Qué será lo próximo! ¡¿Que Siri me tenga que cantar una nana para poder dormir?! Miedo me da.

Y vosotras… ¿Qué tarea, antes analógica, ha pasado a necesitar tecnología de por medio?

Marta toledo