¿Os pasa que a veces echáis la vista atrás y os gustaría regresar a la niñez o a los primeros tiempos del instituto?

Paseáis por vuestros recuerdos para paladear esa sensación de libertad y falta absoluta de responsabilidad más allá de hacer los deberes y no faltar al respeto a padres y profesores.

Resulta agradable, aunque enseguida os dais cuenta de que no volveríais, pues eso ya lo habéis vivido y vuestra etapa vital actual tiene también sus ventajas.

Creo que es algo que todos hacemos de cuando en cuando. Yo, desde luego, lo he hecho mucho, pero desde que soy madre mis regresiones no se remontan a mis primeros años, ni a la preadolescencia. Se quedan mucho más cerca de la actualidad, tanto que ni siquiera necesitaría un DeLorean para ir hasta allí. Podría ir andando, ya que es poco más que un paseo.

Y es que mi mente viaja solo seis años atrás, a mis veintitantos, a mi yo pre-maternidad.

A los tiempos en los que disfrutaba todas estas cosas que echo de menos de mi vida sin hijos:

 

  • El silencio. No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes, my friend. No es que me guste el silencio en sí, es más bien la ausencia de ruido lo que añoro. En mi casa solo hay silencio cuando los niños duermen. Normalmente no me molesta, ahora que ya son mayores, y juegan entre ellos, me encanta escucharlos hablar y reír mientras yo pululo por ahí. Lo que se me hace más cuesta arriba es oírlos discutir, pelearse, tirar juguetes al suelo, romper cosas, replicarme cuando les llamo la atención… ¡Grrrrr!

  • Comer guarradas. Vale, venga, lo confieso: como a escondidas de mis hijos. No soy muy estricta, pero trato de proporcionarles una alimentación equilibrada y sin demasiados excesos. Toman alguna que otra chuche, bocadillos de nocilla ocasionales y guarreridas varias, pero como excepción, no como norma. De modo que tengo que cortarme y privarme de meterme una bolsa de Pelotazos y una Coca cola o una tarrina de helado de Ben&Jerry’s por cena. Echo de menos esos menús y otros que prefiero no contar… Solía esconder en los recovecos de la cocina mis alijos gastronómicos secretos, pero los chavales me salieron listos y últimamente me los pillaban siempre. Compartir con ellos un bol de ganchitos y metérmelos a puñados en la boca para que ellos no coman muchos conlleva riesgos que no estoy ya para asumir. Así que lo estoy dejando. Y lo llevo fatal.
Uy, que me van a pillar….

 

  • Agendar y realizar tareas. Ya conocéis el chiste de los días ‘sin IBA’, ¿no? Son aquellos en los que iba a hacer esto, iba a hacer lo otro, iba a ir a tal sitio y, al final, no hice nada de lo que me proponía. Pues cuando tienes hijos y, sobre todo, cuando los tienes en casa las veinticuatro horas porque no hay cole, cada día es un día ‘sin IBA’. Es difícil cumplir un horario y una lista de quehaceres cuando un par de pequeños se empeñan en boicotearte. La mayoría de las veces es una batalla perdida. Pero nada, yo no aprendo, y sigo frustrándome cuando me voy a la cama sin haber cumplido ni uno de los objetivos que me había marcado para esa jornada. Qué poco consciente era del lujo que supone proponerte ordenar el armario más salir a comprar Pelotazos por la mañana, y acostarte con la ropa ordenada y el estómago lleno de ese adictivo delicioso snack unas horas más tarde. Ains.

 

  • Dormir. Echar una siestecilla de domingo. Dormir hasta las doce. Quedarme en cama hasta las dos, levantarme, desayunar pizza fría y volver a dormitar delante de la tele hasta que se haga de noche otra vez. Desde que tengo hijos duermo mucho en el sofá, pero después de acostarlos y cuando se suponía que iba a ver una serie o película que de verdad me apetecía ver. Y eso no mola. No mola nada.

  • Empezar y acabar algo del tirón. Tender la ropa, pasar el aspirador, subir una historia de Instagram… En mi casa no se puede empezar a hacer nada y terminarlo sin una o más interrupciones. Es imposible. ¡Es que ni cagar se puede! No es una frase hecha, qué va. No sería la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que uno de mis hijos me corta a media faena porque tiene que hacer pis o caca justo en el mismo momento y justo en ese mismo váter. Y así con todo. Una refriega mientras tiendo. Un ‘¿me bajas el barco pirata?’ mientras cocino. Un vaso de leche derramado mientras hago las camas. Tienen un catálogo que ni el de Ikea.

  • Ver y escuchar lo que me apetezca. Estoy hasta las narices de los dibujos animados. Odio a Peppa Pig con todo mi ser. Me sé de memoria los diálogos de las dos pelis de Frozen y, si estuviese un poco más en forma, podría reproducir las coreografías de cada una de las peleas de Cobra Kai (culpa mía por ponerle al niño Karate Kid cuando me dio por mostrarle las pelis míticas de mi infancia). Joer, qué ganas de terminar un día de comer o cenar, despatarrarme en el sofá y poner una peli que me guste, sin importar que sea de terror, violenta, o picantona si se tercia. Y la música… yo antes siempre tenía música puesta. Reggaetón para limpiar, los 40 en la ducha, pop-rock para cocinar, clásica para leer — leer… ¡jajajajajaja! —. Ahora cuando se me ocurre poner música la pequeña no para hasta que le pongo vídeos de zumba para niños y entonces el mayor termina por hacerse con el control del mando y en menos de diez minutos los tengo viendo las Aventuras de Dani y Evan o cortos de Playmobil.

  • Ir de compras para mí. Es algo que no logro dominar. Consigo organizarme para tener unas horas de shopping, me meto en el centro comercial, intento ir a tiro fijo a las tiendas que me había propuesto para encontrar tal o cual cosa y… vuelvo a casa con un pack de bragas de algodón y seis bolsas de ropa y calzado infantil. Es que crecen tanto, destrozan tanto y la ropa de niños es tan mona… vamos, que me pierdo.

En definitiva, hay un montón de cosillas que echo de menos de mi vida anterior a la maternidad, no obstante, aunque en ocasiones me recree en las sensaciones que sentía cuando las experimentaba, no dejan de ser minucias sin las que puedo vivir perfectamente.

Lo que siento por mis niños sí que es algo que no cambiaría por nada en el mundo.

 

Imagen de portada de Ketut Subiyanto en Pexels