Cuando pensamos en el pasado y recordamos cómo éramos hace unos años, puede que nos entre nostalgia o tristeza o alegría. Es inevitable acordarnos también de cosas que pasaron, experiencias, historias bonitas, tristes… a veces es un cóctel muy dulce y otras se nos atraganta.

A una cierta edad, todavía tenemos carencia de información y de experiencia. Si además somos complacientes o queremos gustar, caer bien o que nos quieran, estamos vendidas. Es por eso que a veces nos encontramos con cosas en nuestro pasado que ahora vemos con otros ojos y percibimos momentos que nos hacen daño o que, ahora, jamás aceptaríamos. Es entonces cuando nos damos cuenta de las muchas veces que sufrimos abusos.

Recuerdo mi primera vez como algo ajeno a mí, quizá por doloroso emocionalmente. Estaba tan nerviosa que me había tensado. Mi novio de entonces no tuvo otra ocurrencia que forzar, le dije que me hacía daño y le pedí que parase. Sus palabras fueron

«espera, que ya termino».

Yo entonces quería ser lo que él necesitaba, ya que sus amigos iban presumiendo de haber desvirgado a sus novias. Vaya edad de mierda. Aquella frase se me quedó grabada para siempre.

Mujer llorando

Cómo transcurrió aquella primera vez no fue una casualidad —me quedé tan tocada que no quise volver a intentarlo durante una temporada —. Para esas edades, ya estábamos hechas a que nos llamasen calientapollas si nos negábamos a algo o puta si lo hacíamos.

Años más tarde, llegaron los

«¿me vas a dejar así?»,

y entonces hacía lo que creía que tenía que hacer: complacer del modo que fuese para poder irme sin que se enfadaran o fueran por ahí hablando de mí. Las vivencias sexuales de la adolescencia y la primera adultez son, a menudo, bastante crueles para las chicas. Los chicos se educan viendo porno y las chicas queremos volverlos locos a la vez que no sabemos muy bien dónde están los límites para no salir dañadas. Recibimos información contradictoria todo el tiempo. Y no hablo sólo de cuando éramos más jóvenes, sino que esto se repite también de adultas y con hombres mucho más adultos.

Besos robados sin haber dado pie. Chicos que creían que lo tenían todo seguro sólo porque había quedado con ellos. Buenos amigos que se me metían en la cama de madrugada cuando me invitaban a dormir en sus casas. Algún amigo que se ofrecía a llevarme a casa y se paraba a mitad de camino. Llevar a mi cita a su casa para que no tuviera que pillar un taxi y que se me echara encima al parar. Mil intentos de tener sexo sin condón o llegar a quitárselo sin darme cuenta. Las historias se me van agolpando en la memoria, de algunas pude escaparme en el momento, de otras no supe cómo.

Mujer negra con texto en la espalda.

Incluso aquellas veces en que, todavía siendo una niña, en el colegio, los compañeros me daban puntazos (se rozaban o se tiraban por el tobogán para chocar conmigo) o me tocaban las incipientes tetas, mientras les levantaban las faldas a otras niñas.

Los ejemplos son infinitos.

Tuve que aprender a las malas y llegué a un punto en que desconfiaba de primeras. Ya no dejaba que me invitasen a nada, no fuera a deberles algo después. No quería que me llevasen a casa, sino que me iba por mi cuenta, por si desviaban el camino. No quería llevar a nadie en mi coche después de una cita. No quería generar expectativas de ningún tipo de antemano, así que evitaba tontear y mantenía conversaciones totalmente asépticas antes de ver si me cuadraban en persona. Barreras construidas por todas partes, muchas de las cuales aún se mantienen.

Me encantan los hombres, los valoro mucho como amigos y me atraen demasiado, sexualmente hablando. Siempre me ha gustado tenerlos cerca. Sin embargo, no puedo evitar reflexionar sobre lo preocupante que resulta su comportamiento para con nosotras y el daño que pueden llegar a hacernos, quizá sin darse cuenta e incluso sin dárnosla nosotras mismas. He hablado con amigas sobre este tema y todas sin excepción han tenido malas experiencias.

Me Too.

Observo a los jóvenes de hoy en día y, teniendo más información que antes, no veo grandes cambios en muchos de ellos. Otros, afortunadamente, parecen estar siendo educados en un respeto profundo hacia las mujeres.

Darnos cuenta de que fue abuso no es sencillo, ni mucho menos agradable… pero creo que es necesario para saber reconocer y crecer, y ver así cómo hemos llegado adonde estamos ahora. Aquí y ahora —el lugar y el momento más importantes de nuestra vida — somos la mejor versión de nosotras mismas que podríamos ser. Ahora somos capaz de lucir nuestras cicatrices.