Os pongo en contexto, hace varios meses (por no decir un año) estaba tomando algo con una amiga en una terraza. Estábamos pasando un frío increíble porque por las restricciones del COVID había que estar en terraza y decidimos ir a por un café bien calentito y un trozo de tarta. Entre mocos y toses nos estábamos contando nuestras vidas cuando de repente ahí estaba: ¡el perro de mis sueños!

No digo perro por llamar así al chico, para nada. Desde que era pequeña me enamoré del perro Scooby-Doo y con los años vi que ese perro existía de verdad. El Gran Danés o Dogo Alemán se convirtió en mi perro favorito y cada vez que veía uno (uno cada mil años porque no es muy común verlos) me quedaba con el sitio donde lo veía y con la cara de los afortunados de sus papás. Pues ahí estaba yo, muerta de frío viendo a ese perro más bonito que la nada y sin ningún tipo de filtro dije en alto (muy alto): “menudo semental”.  El chico que lo llevaba me tuvo que escuchar alto y claro porque nos miramos al instante, me puse muy colorada a pesar del frío que hacía porque la vergüenza era insoportable. Supuse que el chico se habría dado cuenta que el comentario iba por el perro y no por él pero bueno, tampoco me fijé mucho en el chico para evitare más bochornos. Digamos que estaba de buen ver pero sin más. Pasó el tiempo y no volví a ver al perro. 

Volvemos al presente: Tinder. En uno de mis domingos de reactivación de la app me encuentro con el perfil de un chico atractivo, interesante, gustos en común y lo más importante: la foto del Dogo Alemán al que meses antes llamé semental. Like, match instantáneo y a hablar por los codos. Admito que en ningún momento le dije que me lo había encontrado hace un tiempo por no quedar como una loca pero si que mostré interés (disimulado) por el perro.

A los pocos días quedamos, nos fuimos a tomar algo y evidentemente llevó al perro. No os mentiré, me lo pasé pipa con el chico. Un tío interesante, gracioso y con escucha activa (normalmente esto para mi es como encontrarme con un unicornio). Me confesó que él si que me había visto por la calle alguna vez y que le hacía gracia que estuviéramos tomando algo, en realidad no quiero pensar que sepa que soy la gilipollas que llamó a su perro semental pero cabe la posibilidad. Yo ya me veía paseando al perro, para qué mentir, pero el chico aunque me atraía no me terminaba de convencer. Notaba como había cosas de su vida que no me cuadraban pero aún así le quería conocer. Le conté a mis amigos que no sabía porqué pero no terminaba de notar una conexión real y me di cuenta que el crush no era el chico sino el perro.

Visto desde fuera parece que pueda ser una loca del coño pero es la realidad; a quién quería ver era al perro. Seguimos quedando cada cierto tiempo pero cuando la cosa fue a más le pregunté por temas de ex parejas y resulta que llevaba soltero un mes escaso y que lo que quería era follar. Eso me sirvió como excusa mental para mi misma; vistos los temas en común que ya eran cero patatero le hablé desde el corazón, fui muy sincera con él y le dije: “mira a mi me gusta quedar contigo para poder ver al perro”. 

Sandra Regidor