Mi novio y yo nos mudamos hace unos meses a un piso de una zona muy tranquila a las afueras de la ciudad. Vivimos en una calle con todos los servicios necesarios, pero disfrutamos de la tranquilidad de estar apartados del bullicio de la ciudad. Nuestro edificio da a la calle principal, por un lado, pero por el otro lado solamente se ven árboles altos y el camino hacia el pueblo de al lado. El balcón de mi habitación da exactamente a esa parte del edificio. Una de las cosas que más nos gustó del piso fue la idea de poder desayunar al aire libre disfrutando de aquellas maravillosas vistas, cuando el tiempo nos lo permitiese.
Cuando desayunamos allí por primera vez, mi novio estaba eufórico con la situación tan de postal. Las tostadas todavía calientes, el café humeante, el sol que no nos daba muy directamente, el paisaje de frente… Entonces se puso de pie y me besó con ternura, se sentía muy feliz de que hubiéramos elegido ese piso y creía que seríamos muy felices allí. Ese beso nos llevó a darnos algún arrumaco y terminamos entrando apresuradamente a la habitación a dar rienda suelta a nuestra pasión. La puerta corredera del balcón quedó abierta, pero al no haber vecinos enfrente ni otra posibilidad de que alguien nos viera, no nos preocupó. De hecho, el ruido leve de los pajarillos contribuía a ese momento idílico que estábamos creando.
Cuando llevábamos un rato ya abrazados sobre la cama, desnudos y proyectando juntos nuestro futuro inmediato, él me miró juguetón y me dijo que aquel balcón podría darnos más alegrías de las que habíamos pensado. Decía que le excitaría mucho tener sexo allí de pie, e incluso apartando un poco la silla que estaba más cerca de la puerta, podríamos caber en el suelo. Yo me lo tomé a broma y, tras dejar salir un poco más la pasión que llevábamos dentro sobre aquella cama que estábamos estrenando nosotros, seguimos con la colocación de nuestras cosas en el nuevo piso.
Pasados unos días me dijo que seguía pensando en lo del balcón y que no podía sacarse de la cabeza lo excitante que sería vernos allí, rodeados de naturaleza, al aire libre, pero a la vez protegidos por nuestro propio hogar. Yo sonreí, pero sin tomarlo muy en serio.
Cuando llevábamos un mes en el piso, la conversación del sexo en el balcón era ya casi una rutina diaria. Cada vez que íbamos a tener sexo, preguntaba si quería ir al balcón; cada vez que me acercaba al balcón, me proponía tener sexo…
Y así hasta que un día decidí ceder a su fantasía, pues qué tenía de malo hacerlo allí, si al menos así me dejaría en paz con su pequeña obsesión.
Lo llamé apoyada en la cómoda de nuestra habitación de forma sensual. Cuando entró en la habitación me desabroché la camisa y le señalé con la mirada al balcón abierto. Vi cómo se le iluminaba la mirada solo de pensar en lo que yo estaba insinuando. Se abalanzó sobre mi y me besó con furia, con hambre… A medida que ambos estábamos más excitados la ropa iba cayendo al suelo cada vez más lejos. Entre mordiscos, lametones y apretujones en las nalgas, nos fuimos acercando al susodicho balcón. Una vez allí, me puso contra la puerta de cristal y me besó el cuello desde atrás, la espalda y hubiera seguido si yo no se lo hubiese impedido. Me apoyé con la espalda contra la puerta y lo abracé con las piernas. Sabía que le encantaba esa postura. Entonces él me agarró con una mano por el muslo y con la otra se apoyó en el cristal detrás de mí para no caernos con el vaivén de nuestros movimientos. Hubo un momento que pareció desequilibrarse, como si se fuera de lado, pero rectificó con ligereza el movimiento. Sonó un ligero clic y nosotros, cegados por la pasión, seguimos hasta que nuestros gemidos no se pudieron contener más.
Despacio y con un brillo en los ojos que jamás había visto, él me miró y me besó de nuevo con cariño. Miró detrás de nosotros y yo le imité. Juntos miramos la luna que estaba casi llena. Fue una escena preciosa, nuevamente gracias a aquel pequeño balcón. La luna reflejada en el cristal de la puerta cerrada, nosotros ardiendo de calor y la ligera brisa que corría en esas primeras noches de septiembre. Yo me senté hecha una bola envuelta en un chal que tenía sobre la silla, que usaba cuando quería salir a fumar allí de noche. Él se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y allí, mirando a la luna, seguimos hablando de amor… Hasta que él se quejó de que empezaba a hacer frío y, al ponerse de pie e ir a abrir la puerta, vi el pánico en su mirada. La puerta corredera se había cerrado y el sistema de cierre solo permitía abrir desde dentro.
Pasamos de un escenario idílico de amor y pasión a uno de emergencia absoluta. Los dos desnudos, sudados, sin más utensilios que un paquete de tabaco, un mechero, un cenicero y un chal que no me envolvía por completo. Aporreamos la puerta como si pretendiésemos que el fantasma del edificio nos viniera a abrir. Durante un buen rato pensamos en cómo salir de esa situación, si gritar a los vecinos, si acurrucarnos a pasar la noche y ver qué podíamos hacer al día siguiente…
Finalmente lo intentamos todo, gritar, dar golpes, forzar la puerta… Hasta que nos resignamos a dormir desnudos en el balcón, tapados con un chal hasta que la mañana nos presentase nuevas opciones.
Pasaron muchas horas, muchas más de las que es gracioso contar, hasta que la madre de mi novio, cansada de llamar por teléfono y que nadie contestase, se decidió a acercarse hasta allí. Al oír el timbre empezamos a gritar, eran ya las 2 del mediodía y no habíamos ni cenado el día anterior. Estábamos muertos de hambre, de ganas de mear, de calor (después del frío que habíamos pasado de noche). Finalmente, mi suegra escuchó nuestros gritos y decidió ir a buscar su copia de las llaves para emergencias (bendita decisión tomada a tiempo). Y allí nos abrió, muerta de la risa viendo a su hijo taparse la entrepierna con las manos, con la cara roja de calor y de vergüenza, y yo… Pues ya os hacéis una ida.
Desde entonces, las pocas veces que salimos juntos al balcón, ponemos siempre algo que impida que la puerta se cierre y nos aseguramos de tener con nosotros al menos un teléfono con cobertura.
Escrito por Luna Purple, basado en la historia real de una seguidora.
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