Os he contado tantas partes de esta historia y desde perspectivas tan distintas que no sé ya cómo expresar esta parte sin tocar partes ya habladas.

Cuando tenía 16 años me enamoré locamente (o eso creí yo) de un chico algo más mayor que yo. Me cayeron muy bien sus amigos, así que entré de cabeza en su pandilla con mucho gusto (aunque una parte eran ya amigos míos de antes).  Rápidamente me hice muy amiga del último chico al que me presentó. Era tímido, muy cariñoso y muy simpático. Era ese típico adolescente que le cae bien a todas las chicas, todas quieren ser sus amigas y abrazarlo mucho porque se merece todo el cariño del mundo, pero no es quien más éxito tiene entre ellas. En absoluto era un tema físico, pues era bastante guapo, pero había algo que a nuestras Yo adolescentes no les llamaba mucho la atención. Llamémosle B.

Por supuesto, el resto de chicos le daban esos consejos rancios de que a las chicas no les gustan los chicos buenos y que debía ser menos comprensivo y un poco más duro. Él nunca hizo caso, estaba mejor estando solo y con la conciencia tranquila.

A los pocos días de cumplir los 18, mi relación se rompió. Ahora lo pienso y duró demasiado para lo que fue, pero en aquel momento sentí cómo los cimientos de mi vida tambaleaban y nada tenía ya sentido. Me sentí perdida, abrumada y a la vez libre y ansiosa por vivir las cosas que me había perdido.

En los días siguientes a la ruptura me alejé de todo lo que tenía que ver con él, incluso de nuestros amigos. Necesitaba oxígeno, necesitaba no pensar en lo que había terminado, en que ya nada sería lo mismo. Pasado un tiempo, quizá un mes o dos, B me llamó para saber cómo estaba. Quería verme, dijo que no se fiaba de mis “Bien, estoy muy bien” que recibía por SMS cada vez que me escribía. Quería comprobarlo. Allí me encontró, 10 kilos más escuálida, con unas enormes ojeras y una energía enorme como para querer comerme el mundo, pero sin idea alguna de cómo hacerlo. Como siempre, me abrazó fuerte e hizo algún comentario sobre que me estaba volviendo invisible. Yo me reí, así me afectaba entonces la ansiedad, perdía peso con solo respirar.

Justo antes de irse me abrazó de nuevo. Su pecho se me hizo un refugio más que necesario en ese momento, su voz era como la canción que escuchabas de pequeña que  te da paz. Es que él era tan especial y yo le quería tanto… Que lo besé. Supongo que fue un error, pues él me correspondió con mucho más entusiasmo del que jamás hubiese esperado. Parecía que lo deseaba, pero jamás había dado muestras de ello. Yo me abrumé, me contraje, me hice muy pequeña, pues yo solo buscaba consuelo y él parecía querer más, parecía quererlo todo. Quedamos varios días más. Él se veía feliz, relajado, pero yo había perdido a un amigo. Ahí empezó de verdad una etapa muy dura, pues debía decirle que aquel beso había sido una petición de socorro y no lo que él creía. Me abrazó, me entendió y me pidió un tiempo para asimilarlo, pues se había ilusionado más de lo que creía.

Pasé años sintiéndome como la peor persona del mundo por aquello. Aun hoy en día me siento mal por no haberlo visto y peor aún por no haberme dado cuenta de que él era, en realidad, el amor de mi vida. Pero pasaría mucho tiempo hasta que lo viese de verdad.

Empecé a salir con un tío que, en fin, no sé ni cómo describirlo. Era un misógino disfrazado de aliado, era un tío enrollado que pretendía tener en casa una esclava mientras él intentaba meterla en cualquier lado por ahí. Tardé mucho en verlo claro, exactamente 2 años y 8 meses. Todo ese tiempo, entre otras cosas, me hizo perder aquel idiota (ya sé, estaba con él porque quería, pero es que era muy inocente y realmente me hizo creer que él era lo más cercano a la perfección). Hacía ya más de un año que B y yo volvíamos a vernos con cierta frecuencia. Nuestros caminos habían tomado direcciones muy diferentes, pero seguíamos cerca. Cuando este tío me dejó en la más absoluta mierda no supe ni pedir ayuda. Mi cuerpo se transformó en una especie de alambre con curvas y, mientras la gente me felicitaba por el cuerpazo que se me estaba poniendo, mi médico me advertía que estaba llegando a límites peligrosos y que si no conseguía frenar aquella pérdida de peso deberíamos tomar alguna medida seria.

Entonces B se cruzó conmigo una mañana en la que yo estaba muy apurada y él muy ocioso. Me miró, me observó detenidamente y me dijo “¿Qué te pasó?” con esa sonrisa de medio lado que significa que sabe exactamente lo que pasó, pero quiere que se lo cuente. Se pasó los siguientes días pendiente de mí, pendiente de que pudiera comer, de distraerme para que los nervios no me hiciesen echar la comida fuera al momento, atento a que pudiera sonreír de verdad alguna vez en el día. Un día me besó. Fue un beso inocente, un beso de sanación. Me miró a los ojos con dulzura y me dijo “Tranquila, ya estás bien”. Nos besamos unos segundos y se fue. No hubo incomodidad, no hubo nada, solamente mucho mucho cariño.

Cuando me quedé embarazada de mi primer hijo quiso estar cerca de mí. Hacía un tiempo que habíamos vuelto a vernos, pero ahora que iba a ser madre, él quería vivir aquello no tan lejos… Durante los siguientes años me empeñé en encontrar a la mujer perfecta para él. Todas las chicas con las que había estado le habían roto el corazón y nunca había dicho nada. Él se merecía más.

Presenció de cerca cómo, tras mi segundo parto, mi vida se volvía dolorosa de vivir y se quedó muy cerca para sostenerme, como lo había hecho siempre. Sé que muchas creeréis que lo hacía por interés, pero es que en un espacio tan pequeño no puedo describir fielmente lo desinteresado de nuestra relación. Nos queríamos muchísimo, pero hacía décadas que no éramos una opción el uno para el otro.

Me separé del padre de mis hijos y me vi caer, me vi morir en vida. No sabía cómo saldría de aquel pozo tan negro, pero él estaba cerca y sabía que no me dejaría hundir del todo. De nuevo una enorme pérdida de peso, una ansiedad y una sensación horribles de que la vida había dejado de tener sentido. Entonces un día me sujetó la cara y me miró a los ojos. Me dijo “Ahora si” y me besó. Ese beso no entraba en mis planes, no lo deseaba, no lo ansiaba, pero calmó mi ansia y despertó mi deseo como nunca nadie lo había conseguido hasta el momento.

 

Efectivamente ahora sí. Era nuestro momento. No lo había sido antes, para ninguno, pero ahora que nuestras vidas eran lo más opuestas posible, que teníamos expectativas vitales opuestas, que teníamos planes imposibles de compaginar… Ahora si era el momento. Esta vez no vino a recomponer mi corazón y dejarme ir, esta vez vino a unir el suyo con el mío y ayudarnos mutuamente a ser felices.

Hay quien dice que llevaba toda la vida esperándome. Hay quien dice que nunca me fue bien porque en el fondo quería estar con él. Sé que es muy fácil opinar así, supongo que yo desde fuera también lo haría, pero os prometo que esto nos cogió de improviso a ambos, que no entraba en nuestros planes y que, una vez saciamos nuestra hambre física, nos enamoramos como jamás hubiésemos pensado que lo haríamos.

Han pasado ya más de 6 años. No hemos casado y hemos tenido una niña. Nuestra vida no es idílica y a veces podemos sacarnos de quicio. Pero cuando me abraza de noche siento realmente que estoy en casa, siento que, pase lo que pase, no podrá con nosotros.

Luna Purple.