Dejé de buscar un amor de película y construí uno de verdad

Soy una de esas raras avis que lleva con la misma pareja desde los 16, ahora mismo llevamos casi 13 años juntos. Como os podéis imaginar, el mío empezó siendo uno de esos amores adolescentes que suelen durar 2 telediarios, pero ha acabado siendo un amor maduro y sano, el amor que todas merecemos.

 

No os voy a decir que el nuestro haya sido siempre un amor idílico y de película porque os estaría mintiendo. El nuestro empezó siendo eso, un amor adolescente y algo tormentoso, un amor que a día de hoy no aceptaría bajo ningún concepto.

Por suerte, supimos hacer autocrítica y ponernos manos a la obra para romper con todo lo que nos hacía infelices.

amor-sano-y

Cuando nos conocimos, tanto él como yo éramos personas celosas y algo controladoras. Se me está haciendo un poco bola hablar de esto, pero es la realidad: durante los primeros años teníamos un amor bastante tóxico. No sé en qué momento exacto empezamos a evolucionar, supongo que fue algo paulatino, pero marcaría como punto de inflexión el momento en el que me vi obligada a independizarme porque vivir en mi casa era una auténtica tortura.

La convivencia

Yo tenía algo más de 18 años y, en el momento en el que empecé a ser consciente de que en mi casa no estaba segura, decidí coger mis cosas y buscar una casa que mi apretado bolsillo se pudiese permitir y a la que poder llamar hogar.

Creía que no necesitaba nada de nadie y, aunque lo calculé todo al milímetro y sabía que me podía mantener por mí misma, al poco de estar viviendo sola mis suegros se ofrecieron a pagar la mitad del alquiler mientras ambos estudiábamos, para que mi chico se mudase conmigo.

 

Yo, que podía con todo sola pero que lloraba como una magdalena cada vez que lo estaba, agradecí muchísimo ese gesto y toda la ayuda que nos brindaron siempre que lo necesitamos, económica y emocionalmente. Creo que en ese momento nuestra relación podía estallar por los aires o podía fortalecerse y madurar y, esto último, fue lo que pasó.

pareja abrazándose

Discusiones

Al principio discutíamos más que nunca, pero la convivencia nos hizo conocernos mejor a nosotros mismos y al otro. Poco a poco, nuestras discusiones dejaron de ser una lucha de titanes en las que incluso dábamos golpes a las paredes, para empezar a ser algo más parecido a un diálogo y un intercambio de opiniones.

A día de hoy somos capaces de “discutir” cualquier tema respetándonos en todo momento y tratando de comprendernos mutuamente, aunque disintamos.

Quiero remarcar que esas discusiones acaloradas se nos salían de madre a los dos, que nunca llegamos al conflicto físico, ni tan siquiera nos acercamos y que nunca, jamás, pasé miedo o me sentí cohibida por esa agresividad que yo también desprendía.

Quiero que quede claro, porque no quiero daros ni por asomo el mensaje de que un hombre que os hace sentir amenazadas y os amedrenta con reacciones violentas, vaya a cambiar y se vaya a convertir en una persona maravillosa. Eso no pasa, solo va a peor.

En nuestro caso era la manera que ambos teníamos de liberar (mal) toda la frustración que sentíamos al no llegar a un entendimiento, no una manera de asustar al otro para que nos diese la razón, si lo hubiésemos hecho en un saco de boxeo hubiese sido la leche.

Comunicación

También empezamos a hablar mucho sobre las razones por las que sentíamos celos y a trabajar la confianza. La confianza no cae del cielo, a veces hay que construirla o reconstruirla, pero si no estáis dispuestas a ello, dejad la relación. Una relación sin confianza y sin comunicación no vale nada y solo nos hace sentir mal.

Quizás no haga falta confiar desde el minuto cero, pero sí esforzarse por confiar mutuamente y no vivir en un constante estado de alerta para acabar consiguiendo un amor maduro y sano.

 

Otra cosa que aprendimos y que es una gran base de nuestra relación, es a no minimizar los problemas y preocupaciones de la otra persona. Esto es clave, porque lo que para ti es una tontería que no te afecta en absoluto, para la otra persona puede ser un mundo.

Y, si le haces sentir que no te puede contar lo que le molesta, por muy nimiedad que sea, esas “tonterías” van llenando el cajoncito de mierda hasta que un día explota, llenándonos de podredumbre macerada a fuego lento.

Aprendizaje en la relación

Creo que el aprendizaje por excelencia llegó el día que, discutiendo de manera calmada, entendimos que una relación no es una lucha entre dos personas que tratan de llevar la razón, que el otro no era competencia, que era familia. Ese día empezamos a ser un equipo y a dejar el orgullo fuera de casa. Empezó el amor maduro y sano.

Entendimos que éramos nosotros dos contra el conflicto que se nos presentara, no el uno contra el otro para ver quién ganaba. Ganar era salir de los desacuerdos siendo más fuertes como pareja, no que uno acabase llevándose la razón frente a la frustración del otro.

 

Otro punto clave en nuestra relación fue el descubrimiento del feminismo. Yo, conforme empecé a leer, investigar y debatir sobre el tema, supe que estaba a fuego con todo lo que el feminismo predica. Por suerte ahí ya habíamos aprendido a discutir como personas normales, porque muy a mi pesar os diré que tuve que oír de la boca de mi chico el manido “ni michismi ni fiminismi”.

 

Pero tranquilas chicas, ¡guardad las horcas! Este es otro de esos terrenos en los que ambos hemos evolucionado MUCHÍSIMO y, ahora, soy la orgullosa pareja de un hombre feminista que le cierra la boca a quien pronuncie esas 4 palabras que él me soltó a mí un día. ¡Ah! Y de manera pacífica y con argumentos, por supuesto.

Me pone feliz y cachonda a partes iguales ver que entiende nuestra lucha contra el machismo y todo lo que ella abarca, que recrimina públicamente las salidas de tiesto de los machitos de turno, que analiza sus comportamientos y aprende cada día. De verdad, es un hombre maravilloso.

El resultado: un amor maduro y sano

Esto que nos une ahora es tan bonito, que llevamos casi media vida juntos y aún seguimos riéndonos como adolescentes aunque hayamos aprendido a amar como adultos. Nuestro amor está más vivo que nunca, un amor maduro y sano: nos entendemos, nos sorprendemos, nos respetamos, nos reímos, nos compenetramos y nos follamos como solo nosotros sabemos hacerlo.

No es mi media naranja porque yo no creo en esas cosas, pero sin duda es la persona con la que quiero seguir haciéndome bromas con doble sentido, jugando como niños, follando como adolescentes y teniendo largas conversaciones existenciales como ancianos hasta el fin de mis días. O, al menos, hasta que alguno de los dos deje de ser feliz en esta relación, que también puede pasar.

pareja feliz

Mi pareja se ha convertido en mi mejor amigo y confío en que, pase lo que pase con nuestra relación, seguiremos estando el uno para el otro siempre. Porque lo que tenemos va mucho más allá del amor romántico o del sexo, es algo mucho más grande y que nos hace crecer día a día.

Nos hacemos la vida más bonita el uno al otro y creo que eso, justo eso, es a lo que toda relación (familiar, amistosa o amorosa) debería aspirar. 

 

Fiona

Tías, no os conforméis con quien no os haga más felices de lo que ya sois. Pero os pido por favor que, si un día encontráis a esa persona que te hace pensar “aquí está mi lugar”, no caigáis en el usar y tirar relacional al que estamos acostumbradas a día de hoy.

No se trata de aguantar relaciones de mierda como hicieron nuestras abuelas, pero tampoco de salir corriendo de una relación a la primera dificultad. Las relaciones bonitas se construyen, solo hace falta que las personas involucradas estén dispuestas a hacerlo. 

 

A día de hoy me siento muy afortunada de ser la Fiona que encontró a su Shrek, porque esa historia de amor si es bonita y no las de las princesas Disney.

Me siento orgullosa de no haber abandonado la relación a la primera de cambio, porque juntos dejamos de buscar un amor de película y empezamos a construir uno real, un amor maduro y sano, uno por el que merecía la alegría luchar.

 

Desdudándonos