¿Depresión o estrés postparto?

Todo empieza muy bien porque ¡qué cojones, vas a ser madre!, pero luego poco a poco te van cayendo pequeñitos cuencos de agua fría por la nuca (de esos con pedacitos de hielo incluidos) que lo único que hacen es amargarte la existencia y que no puedas disfrutar desde la puta ignorancia todo lo que se te viene encima. Porque si, en este caso: La ignorancia es la felicidad.

Primero de todo: La lista del bebé.

Y diréis ¿UNA LISTA DEL BEBÉ?. Tranquilas que yo tampoco sabía lo que era hasta que mi suegra me lo explicó. Me pasé la tarde pensando en donde ir a hacer la dichosa lista (¿El Corte Inglés? ¿Carrefour? ¿Alguna tienda de bebés?), y también en lo que quería o lo que necesitaba.

Todo un reto para mi que no sabía exactamente lo que era «todo lo que necesitas los primeros meses de vida de un recién nacido» hasta que te lo empiezas a plantear: La cuna (¿qué tipo: colecho, pequeña, grande, con ruedas o con diferentes alturas?), el moisés (que no os engañen, ya les cuesta dormir en la cuna pocos van a dormir en el moisés, acaba siendo un trasto inútil), el cambiador y podría seguir con mil otras dudas sobre el carro, la silla del coche, la mochila porteadora, la cantidad de ropa, el sacaleches, los biberones, el esterilizador, etc.

postparto

Al fin puedes superar ese bache (yo hice una lista en Amazon y lo recomiendo porque por lo menos tienes muchas opciones y puedes ver las críticas sinceras de otras personas) y crees que llega la paz…

Te abruma el síndrome del nido. Pueden faltar semanas antes de salir de cuentas, pero tu cuerpo y tu cerebro te dicen que es el momento de tenerlo todo listo. Por si acaso. No vaya a ser que pase cualquier cosa que no te permita hacerlo con tiempo y tranquilamente. Así que te pasas un mes o mes y medio caminando a cuatro patas por tu casa para poder localizar todos los focos de peligro que existan: Enchufes, cables, muebles que se pueden caer, objetos encima de los muebles que sean altamente punzantes, etc. Y sin darte cuenta al final acabas por remodelar tu casa entera para adaptarla a todas las edades.

 

Por fin crees que tienes todo lo que necesitas en el lugar que lo vas a necesitar y que tu hogar está listo para recibir al nuevo miembro de la familia… Y ¡Bum! Aparece el plan de parto. Si cuentas con la ayuda profesional que te pueda asesorar o a alguna familiar/amiga que te ayude, mucho mejor porque no es tarea fácil. Estuve tres semanas leyendo planes de parto hasta decidir qué hospital y qué tipo de parto quería tener (y buscando mucha información en google). Ahí te das cuenta de cuanta importancia tiene tu opinión y que se te respete, defines tu voluntad y estableces límites. Tomas decisiones.

embarazo

Entonces llega tu bebé al mundo, pasas un, dos o varios días en el hospital (según el caso) y te mandan para casa.

Ahí, a tu suerte.

Y tú feliz y contenta pensando que será hermoso, crees que podrás superar el postparto con calma. Sin un ápice de estrés o desesperación, porque joder ya suficiente has pasado con todo lo anterior y con el parto ¿no?

Error.

Eso era el principio, ilusa. Ahora se viene la montaña rusa emocional y logística de la que solamente se habla entre madres, porque entre nosotras entendemos comentarios del tipo: “Yo le quiero, eh, pero a veces lo mataría”. No por decir la verdad somos malas madres, somos madres reales y punto. 

Hay quien acaba con depresión postparto, y otras se vuelven mejores personas. Y hay quien todo le genera una ansiedad y un estrés momentáneo difícil de gestionar.

Empiezas un día llorando en silencio por qué tu bebé no se amarra bien al pecho y debes pasar a la lactancia mixta. Otro día empiezas a comer como una loca, por aburrimiento o ansiedad, cuando tu bebé no duerme o no se queda tranquilo en el moisés que tanto te costó decidir comprar y prefiere que le cargues todo el día. Después vas acumulando en tu “lista mental” infinidad de tareas pendientes . Y al final cualquier cosa que se salga de tu normalidad te genera malestar y hace que quieras llorar o gritar.

Yo un día lloré porque mi marido no me trajo un croissant al volver de comprar pan sin que se lo pidiera. Ahora lo pienso fríamente y no sé si pretendía que leyera mis deseos o algo. Llámalo estrés, llámalo hormonas. Pero en ambos casos: No está bien. Y ese día me di cuenta de que no podía seguir así. Había oído hablar de cuán duro es el posparto y de que algunas madres tienen depresión por lo que hasta llegué a plantearme seriamente hablar con la matrona o la enfermera. Pero al leer e informarme vi que no era depresión postparto, era estrés.

 

La actividad mental constante, mi tic en el ojo, los atracones de comida nocturnos y luego pasarme todo el día sin probar bocado, la vuelta al trabajo queriendo estar con mi hijo constantemente, y ante todo no permitirme relajarme o desconectar. No era algo en concreto, sino el cúmulo de todas ellas que ejercían un peso a mi espalda que no podía sostener. Tardé dieciocho meses en decidir que tenía que soltar lastre.

 

Algo tan simple como ir a tomar un café o a cenar con mis amigas. Delegar las tareas y dejar que el padre durmiera a la criatura. Y ¡dormir yo también la siesta cuando ellos duermen!, en lugar de “aprovechar para cumplir con todas las tareas”.

Repito: Dieciocho meses de malvivir e impotencia cargué hasta darme cuenta de que si yo no era feliz con mi vida, poco podría ofrecer a quien me rodea.

 

Ahora he cambiado mi jornada laboral y tengo más tiempo de calidad para estar en casa en familia, también he delegado muchas tareas en mi pareja y cada semana intento tener por lo menos dos horas de desconexión para mí misma: Escribir, leer, ir al gimnasio, o dormir. Lo que sea con tal de recuperar fuerzas.

 

Al principio cuesta y desconfías que los demás lo vayan a hacer “como tú”; pero lo importante no es que lo hagan como tú lo harías, sino que busquen sus estrategias para conseguir ese mismo objetivo (como tú hiciste en su momento).

 

Moreiona