DI A LUZ EN UN UBER

 

(Relato escrito por una colaboradora basado en la historia REAL de una lectora)

 

¿Cómo os imaginabais vosotras que sería traer a vuestro retoño al mundo?

Normalmente, hoy en día lo tienes todo preparado en tu “plan de parto”. Parto natural, parto acuático, parto en casa…todo para asegurarse de que, en el momento preciso, estés todo lo cómoda que puedas estar.

En mi caso, quería un parto muy normal. En la cama de un hospital, con mi matrona, mi médico y drogas. Sobre todo, muchas drogas. Si por mi hubiera sido me hubiera puesto la epidural ya en el quinto mes de embarazo, por si las moscas.

Sin embargo, como habréis deducido por el título, los planes solo se quedaron en eso. Planes.

Hoy vengo a contaros como terminé dando a luz sola, en el asiento trasero de un Uber.

Estaba ya de 41 semanas y mi pequeño parecía no estar por la labor de salir. No lo culpo. Ahí dentro, tan cómodo, sin preocupaciones…yo tampoco querría salir.

Por la mañana fui a la cita que tenía con la matrona. Me examinó y me dijo que aun estaba muy verde. Me hizo también un barrido de esos que te meten los dedos por ahí a ver si avanza la cosa. De ahí fui a monitores, donde confirmaron que mi pequeño estaba perfectamente, y me dieron la fecha para inducir el parto en 3 días.

Me marché a casa, y después de comer empecé a sentir como retortijones en el estómago. Como me habían dicho que estaba muy verde, di por hecho que era empacho de croquetas y me fui a dormir.

Mi marido quería ir al hospital, pero no quería que me tomaran por una primeriza exagerada así que me eché en la cama.

A las 5 los dolores ya eran mas fuertes, y cada 4-5 minutos, y no hubo forma humana de convencer a mi marido para esperar más.

Como estaba lloviendo y el hospital no tiene zona para aparcar, llamamos un Uber. Solo eran 15 minutos hasta el hospital, así que en breve acabaría todo.

El universo, por su parte, tenía otra idea.

De un momento a otro, estábamos metidos en un atasco que ni Primark el primer día de rebajas y, para colmo, rompí aguas.

Estaba claro que con el coche no íbamos a llegar a ninguna parte, así que le pedí a mi marido que llamase al hospital para pedir ayuda, y le pedimos al conductor que se echase a un lado.

El taxista estaba tan en shock que no conseguía articular palabra. Y mi marido solo conseguía decir “joder, joder, joder” y balbucear de vez en cuando al teléfono. Por lo visto le estaban dando instrucciones sobre lo que había que hacer, pero no atinaba a decirme nada.

Yo tenía claro que no podía esperar un segundo más. Mi cuerpo se movía como el de la niña del exorcista con cada contracción, y la urgencia de empujar era mayor que el miedo.

Así que entre gritos (míos), con muchas lágrimas, un desgarro importante, y con todo tipo de blasfemias de mi marido de fondo mi pequeño llegó al mundo tras unos cuantos empujones. 51cm y 3.270 gramos de puro amor.

Como en las películas, una vez terminado el drama, dejó de llover, se disolvió el atasco y la ambulancia llegó hasta nosotros en un periquete. Yo creo que hasta los pajarillos empezaron a cantar.

Nos llevaron al hospital, por suerte los dos estábamos bien. Un par de días ingresados y a casa tan panchos. 

Eso sí, por si alguna vez me animo a traer a otra criatura a este mundo, ya tengo en casa mis drogas preparadas por si le entran las prisas a última hora.

 

Andrea.