Dramamá: Sólo consigo que mi hijo saque buenas notas si le hago regalos a cambio
Tengo un hijo muy listo.
No muy inteligente, que no es lo mismo. El chaval me ha salido lisssssssto, pero listo que te pasas. En el colegio le ha ido siempre bien. Tiene mucha retentiva y, hasta hace un par de cursos, con lo que iba pillando en las clases le era suficiente para aprobar. No tenía la necesidad de estudiar en casa ni necesitaba ayuda. Pero la primaria no dura toda la vida y, con el paso a secundaria, sus notas dieron un bajón importante.
Lo de no pegar palo al agua se le acabó. Ya no es cuestión de si necesita algún tipo de refuerzo, que no lo necesita, sino de que ahora, para aprobar, tiene que currárselo. Y le cuesta, básicamente porque nunca lo ha había hecho y no sabía ni por dónde empezar.
Pasó primero de la ESO sin ningún suspenso, pero por los pelos y con suficientes en todo, salvo gimnasia y valores.
Al principio me limité a ayudarle a adquirir hábitos de estudio, lo cual funcionó solo durante un tiempo. Al poco noté que, a pesar de que le veía hincar los codos, los resultados no eran mucho mejores que cuando pasaba de todo. Entonces se me ocurrió la brillante idea de motivarle con algo. Le prometimos que, si sacaba como mínimo un notable en los exámenes, le comprábamos ya no recuerdo qué cosa que quería.
Sacó un 8.5 y yo me puse tan contenta. Qué buena idea la mía, tan, pero tan tan buena, que me vine arriba y le dije que le haría un regalo por cada notable que sacara en último trimestre. Y dos por cada sobresaliente.
Claramente le estaba subestimando, ni en mis mejores sueños el boletín de notas era tan bueno como el que trajo él a casa. Si hasta el tutor nos llamó para concertar una cita. Quería comentarnos el cambio que había dado y lo bien que le iba. Aunque yo creo que una parte de él también quería saber cómo leches lo habíamos hecho.
Dramamá: Sólo consigo que mi hijo saque buenas notas si le hago regalos a cambio
No se lo contamos, por supuesto. Porque ya nos empezábamos a dar cuenta de que aquel sistema era una cagada.
Pero, bueno, lo hecho, hecho estaba. El curso se terminó, el niño tuvo más regalos al inicio del verano que la mañana de Reyes y yo, ilusa de mí, pensé que el bache estaba superado.
Menuda hostia de realidad me llevé al ver que mi hijo volvía a las andadas en el nuevo curso. Como si los últimos meses del anterior nunca hubieran tenido lugar.
Tuvimos una charla después de los primeros exámenes y los primeros 4 y 4.5. Mi hijo nos dijo que no sabía qué le pasaba, que él estaba estudiando, pero las cosas no se le quedaban, tenía mala suerte con las preguntas que le caían, se bloqueaba por los nervios… Un montón de excusas que, en aquel momento, me resultaron convincentes. El pobrecillo lo estaba pasando mal… Así que le dije que, si mejoraba los resultados, le compraríamos ya uno de los videojuegos que pensábamos regalarle por Navidad. Lo sé, soy imbécil.
En el siguiente examen sacó un 8.
Y, en vez de alegrarme, me provocó un escalofrío. Le di la enhorabuena y le dije que no esperaba menos en los siguientes y en las notas de ese y de los trimestres sucesivos. Cuando el chaval me preguntó qué obtendría a cambio, le expliqué que un techo, comida, abrigo, protección y el amor de sus padres, entre otras muchas cosas. Porque sacar adelante sus estudios obligatorios es su responsabilidad. Creo que reproduje palabra por palabra el discurso que mis padres me dieron a mí a su edad.
Mi hijo no respondió. Solo puso mala cara durante un segundo, luego se encogió de hombros y se piró. Y ha vuelto a suspender todo menos educación física, el muy puñetero, pues parece que he conseguido que mi hijo solo saque buenas notas si le hago regalos a cambio. Maravilloso.
¿Qué hago ahora? ¿Cedo y le permito mercadear con sus estudios? ¿Me mantengo en mis trece y le dejo seguir en caída libre hacia el fracaso escolar? ¿Alguien sabe cómo se alcanza el término medio?
Anónimo
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