Si es que la que he liado esta vez ha sido buena. Y en parte me lo merezco, porque de pequeña me repetían mucho aquello de ‘Letiiiii, no te fíes, tú ve siempre con mil ojos…‘. Pero nada, yo me olvidé de los ojos, de la nariz, de la boca y ya de paso de la cabeza entera.

Es lo que tiene ser tan inocente. Que una se cree cualquier tontería que le cuenten, y claro, ocurren estas cosas. Me ha pasado lo mismito mismito que a la chica aquella que le prendió fuego a un edificio entero, vamos, que la he ‘liao parda‘.

En pleno curso, un día por la tarde, llegan mis dos retoñitos del colegio. Sudando como si en lugar de en Carabanchel viviésemos en el Sahara, se agarraron a sus dos bocatas que parecía que no habían comido en años. Ni saludar siquiera, que una se pasa la vida intentado enseñar modales y parece que en la calle los demás se dedican a borrarles el disco duro a los chicuelos.

A ver prendas, ¿qué tal hoy en el cole?‘ ni puñetero caso, que lo que está a punto de liar Son Goku en la televisión es mucho más importante que la madre que les parió.

Bien bien mamá, hoy vino un profe nuevo de gimnasia‘ me respondió el mayor sin apartar la mirada de la onda vital de la pantalla.

Oh, ¡qué bien! ¿Y qué tal con él?‘ intenté proseguir con la conversación mirando a la televisión como si ella fuera la culpable de todo.

Bien mamá, es así de esos cachas como los que te gustan a ti, déjanos ver la tele‘ me cortó mi hijo que con tan solo diez años ya tenía él muy claro lo que quería en esta vida.

Yo no sé qué concepto tienen mis hijos de su propia madre, que clasifican a la gente por lo mucho o lo poco que le pueden poner a sus padres. Empiezo a pensar que tengo que cortarme un poco más con según qué conversaciones delante de ellos, sí, debo hacerlo.

Pasados un par de días me acerqué al colegio porque mi pequeño había tenido revisión médica. Dejé al saltimbanqui corriendo pasillo adelante y saludé a Antonia, la de portería, ya que hacía semanas que no nos veíamos. El breve cotilleo nos duró unos minutos, y antes de que nos diéramos cuenta el timbre sonó dejándonos sordas casi de por vida.

En segundos los pasillos se llenaron de chiquillada gritando. Aquello era como un hormiguero, un ir y venir de renacuajos pegando gritos y corriendo. Entonces entre todos ellos apareció un Adonis perfectamente esculpido que cargaba a su hombro con una red repleta de balones de fútbol.

Buenos días. Antonia, voy a dejarle aquí estás pelotas y vengo en un ratillo a por ellas‘ dijo aquel flamante macho con una voz increíblemente grave.

Claro, sin problema Arturo, déjame que te presente, esta es Leticia la mamá de Juan y Miguelillo‘ le respondió amablemente mi amiga señalándome mientras yo todavía no había sido capaz de apartar mi mirada de los pectorales del profe de gimnasia.

Encantada, ¡qué de pelotas tienes!‘ veeeeeeenga, mini punto para Leti.

Se hizo el silencio. Sonrisas incómodas, un ‘me quiero morir‘ interno y acto seguido cada uno a lo suyo. Me despedí deseando que el suelo se abriera y que alguien, Satanás por ejemplo, viniera a por mi. Pero no, allí la única que apareció fue la vergüenza.

Manoli me llamó aquella tarde para contarme no se qué de su suegra. Siempre criticando a la pobre mujer, que con casi ochenta años llevaba buena parte de su vida soportando a una nuera pesadísima. Yo como otra cosa no, pero buena amiga soy un rato, la dejé despotricar mientras me limaba las uñas. De vez en cuando le soltaba un ‘no me digas‘ en tono indignado, y aquí paz y después gloria.

Tras treinta minutos de parlotear como una metralleta, al fin tuvo a bien preguntarme por cómo me encontraba yo, o si tenía alguna novedad en mi aburrida vida.

Pues mira, ahora que lo preguntas, hoy conocí a un tiarraco que te juro que si lo ves te divorcias de tu Paco‘ exageré intentando dejarla con la intriga.

Ella en seguida puso el ‘cotillómetro’ en marcha y me empezó a interrogar sobre dónde, cómo y cuándo y, lo más importante, por qué ella no estaba presente.

Es el nuevo profe de gimnasia de los niños, un moja bragas de esos que parecen sacados del catálogo del Venca, de la sección de bañadores‘ continué mi descripción riéndome y poniendo a Manoli muy muy celosa.

JI ji, ja ja… tras unos minutos más de risotadas y exageraciones sobre el pobre Arturo, colgué el teléfono y volví al salón para recoger los restos de la merienda de los churumbeles.

A la mama le mola el prooooooooofeeeee‘ gritaron los dos partiéndose de risa en cuanto entré por la puerta.

Me cagué en todo lo cagable veinte veces. Si es que no aprendo ni a la de tres. ¡Coño Leti! ¿Tan difícil es bajar el volumen para hablar con Manoli? La madre que los parió (que he sido yo) a ver cómo les explico yo a estos dos mocosos que todo era una broma. Que a ver, que el profe está para mojar pan hasta el currusco, pero una tiene ya una edad y hay que ser un poco decentes…

No no, a la mama no le mola ni le gusta nadie más que el papa, ¿eh?‘ les hice repetir aquello como quien recita el padre nuestro, pero una es perro viejo y por lo bajini los dos se estaban destornillando de la risa.

Al menos me respetaron durante el resto del día, que yo ya pensaba que le iban a ir con la cantinela a Pepe y que ya la íbamos a tener por una chorrada. Pues no, cenamos, pasaron por la ducha, se fueron a la cama… y allí nadie volvió a mencionar al profe Arturo ni a sus glúteos voluptuosos (¿había dicho ya cómo es el culo de ese hombre? Pues eso).

Y como parece que en esta familia la hora de la merienda no puede ser tranquila nunca jamás de los jamases. Al día siguiente tomé asiento junto a Miguelillo para ver cómo saboreaba su bocadillo de nocilla. Él me miró travieso y se empezó a descojonar de risa como dándose por vencido. Juan, el mayor, lo observó y lo increpó por no saber guardar un secreto. Algo estaba pasando y de allí no se iba a mover nadie hasta que me pusieran al día, como Leti me llamo.

Jajajaja, hoy le hemos contado al profe Arturo que estás enamorada de él‘ me espetó en toda la frente mi hijo con la boca completamente llena de chocolate.

Abrí los ojos hasta que se me salieron de las órbitas y pegué un alarido que hasta la propia Manoli tuvo que escucharme desde su casa. Estos niños del demonio, ¿pero quién me mandó a mí traer seres humanos a este mundo? Con lo bien que estaba yo rodeada de gatos… Haya calma y paz en esta casa, que ese muchacho tiene que ser lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que esas tonterías son cosas de críos. Claro, no pasa nada.

Y me ha dado una nota para ti, porque quiere hablar un día contigo‘ continuó ahora un poco más serio mi hijo mayor, ese al que he decidido desheredar para siempre.

Se acercó a su mochila, y entre toda una maraña de lo que parecían papeles húmedos y chicles masticados, me acercó un papel doblado en mil partes. Sí, la nota la firmaba Arturo, y como bien había dicho mi hijo, me citaba para la semana siguiente en su despacho.

Pero tú… ¿qué narices le has contado a tu profesor?‘ le pregunté a Juan con la voz más gritona que tenía dentro de mi.

Nada mamá, lo que ya te he dicho, déjanos merendar tranquilos…‘ y zanjó de nuevo el tema.

¿Los castigo? ¿dejo de hablarles? ¿los dejo sin cena hasta próximo aviso? Volví a la cocina roja como un tomate maduro y con la cabeza como el bombo de la lotería de Navidad. ¿Y si le habían contado todas las barbaridades que yo le había soltado a Manoli por teléfono? Ese muchacho me iba a cantar las cuarenta por mala madre y degenerada encima.

Al día siguiente, ya sola en casa, llamé a mi amiga para contarle todas mis penas y pesares. La muy cabrona se descojonó a su gusto ante mis problemas. ¿Quién quiere enemigos teniendo colegas tan maravillosas? A la mierda la envié tres o cuatro veces, hasta que la muy zopenca comprendió que el tema era serio.

Tranquila Leti, hagamos una cosa, yo voy contigo a la tutoría esa y le explico al macizo lo que ha pasado…

Tú lo que quieres es ir a conocerlo, que lo sé yo. Pero tienes razón, lo mismo si las dos explicamos el malentendido terminamos antes con toda esta historia‘ le respondí algo más aliviada.

Así que una semana más tarde Manoli vino a buscarme a casa y juntas fuimos camino del colegio. Ella emocionada y yo cagada de miedo. Ella pintada como si le hubieran disparado con una pistola de pintura, y yo temblando y con la blusa abrochada hasta la garganta (no fuera a pensar el chico que quería insinuarme).

Nos recibió sonriente. Le presenté a mi acompañante como ‘Manoli, una buena amiga‘ y ella le dio la mano con la boca abierta que le llegaba hasta el suelo. Perfecto, ahora no solo era una madre salida, sino también la amiga de otra salida.

Bien, imagino que sabe por qué la he citado hoy aquí‘ comenzó a hablar aquel joven muy serio mientras ojeaba unos papeles.

Esto hay que cortarlo de raíz, como quien se depila la entrepierna, rápido es más indoloro. Así que empecé a hablar hilando palabras y frases casi sin sentido.

Claro que lo sé, si es que los chiquillos son el demonio. Yo para nada quise hablar sobre ti, sobre usted, delante de ellos. Si es que aquí mi amiga Manoli es testigo, que todo fue una broma, que aquí nadie va a dejar a su marido por ti, por usted. Que el otro día te vi con las pelotas, con tantas pelotas, bueno, y yo se lo conté a ella pero que no nos pones. Bueno, que eres muy guapo, claro, pero que yo a Pepe le quiero mucho…‘ pum-pum-pum disparaba barbaridades una tras otra, sin frenos y ya casi casi sin dientes.

Manoli me miraba todavía con la boca semi-abierta y los ojos como platos. Al otro lado de la mesa el profe Arturo dejaba de ser el chico serio para parecer totalmente descolocado. Yo no podía parar de hablar, continuaba mi discurso y lo amenizaba con un movimiento de manos de lo más loco.

Señora, señora, disculpe pero creo que ha habido un error… yo no la he llamado para esto‘ me cortó al fin el profesor apoyando las palmas de sus manos sobre la mesa. Ahora era él el que estaba rojo como el ketchup.

Me quedé perpleja. Cerré el pico y miré a Manoli, que ya había conseguido cerrar la boca y ahora tenía cara de circunstancia. Me mordí la lengua y no supe responderle, esperando que él terminase su maldita frase.

Lo único que quería era que habláramos del mal comportamiento de su hijo Juan con el resto de compañeros‘ terminó de exponer muy profesional aquel joven en chándal.

Creo que me escurrí de la silla y con un pico excavé un agujero que me llevó al centro de la tierra desde donde escribo ahora mismo y de donde no pienso salir nunca jamás hasta que me muera. Espectáculo el mío y no el circo que viene cada año para las fiestas del barrio. Manoli, esa buena amiga, se empezó a reír sin filtro ninguno que casi le arreo un puñetazo en la boca. Comencé a sudar frío, qué malita me estaba poniendo.

Como no pude articular más palabras, el profe Arturo se dedicó durante media hora a poner a mi hijo por los suelos y a pedirme que fuera más tajante con él. Que llevaba apenas tres semanas en aquel colegio y el niño ya le había liado la de San Quintín unas cuantas veces. Yo lo escuchaba y en mi interior hacía planes de futuro para con mi primogénito: ‘sí, un internado será perfecto, aunque lo echarán lo tengo claro‘.

Asentí, muchas veces, pero muda como si me hubieran cortado la lengua. Que mi ultima intención era que aquel profesor se pensara que yo estoy loca, bueno, corramos un tupido velo… Yo solo pensaba en el pollo que le quería liar a mi hijo Juan aquella tarde en cuanto entrase por la puerta de casa, que ni internado ni historias, que no iba a volver a ver Son Goku hasta que se independizara. Que en buena me había metido con tanto chistecito.

Nos despedimos de Arturo y Manoli y yo volvimos a casa. Ella me acompañó hasta el portal, aunque se lo pudo haber ahorrado, que estuvo todo el santo camino desorinándose sobre lo muy pardilla que soy. Le hice un corte de manga y subí a casa recordando que el bueno de Pepe ese día venía a comer. En el ascensor decidí no contarle todo el entuerto a mi señor marido, con largarle el muerto de la mala educación de su hijo era más que suficiente.

Abrí la puerta, suspiré lanzando mis zapatos por los aires y desde la cocina escuché a mi marido que, entre risas me preguntaba:

¿Qué Leti? ¿Cómo te ha ido tu cita con el profe cachas que tanto te mola?…

Espérame Satán, que ya voy ahora mismo a hacerte compañía.

Fotografía de portada

 

Anónimo