EL CHUPABOTAS PAKISTANÍ

Llevaba un mes en las islas británicas, intentando pasar desapercibida, con cierto éxito. Cambié un par de veces de casa, hasta que terminé en la que se suponía que debía ser la solución definitiva: una residencia de estudiantes casi vacía por ser verano. Independencia absoluta.

Nos amontonaron en la planta baja, donde se desconocía el significado de la palabra silencio. Tras una queja a la administración, conseguí que me cambiasen a una planta mucho más vacía, donde apenas quedaban tres vecinos por pasillo tras el fin del curso. «Perfecto», así no tendría que soportar el vocerío nocturno ni pelearme por un centímetro de nevera. 

Conocí rápidamente a mis vecinos de planta; no era difícil debido a la escasez de inquilinos: un italiano y un par de pakistaníes. Todos proveníamos de culturas de buen comer, por lo que a menudo nos cruzábamos en la cocina. Presentaciones, un par de palabras y poco más. Había también una pareja de ingleses que compartían una habitación individual, y que jamás se dejaban ver ni en la cocina, ni en los servicios, ni en las duchas. Inquietante. 

Pero algo sucedió a los cuatro o cinco días de llegar a la residencia…

Mientras me preparaba una cena tempranera, intentando acostumbrarme a los horarios de aquella parte del mundo, apareció uno de los pakistaníes, con ganas de charla. He de decir que me costaba la vida entenderlo, no sólo porque mi comprensión auditiva era todavía mi punto débil, sino por su acento a lo Apu de los Simpsons. 

En mi confusión mental, iba cazando palabras… español… dominación… película… ¿dominación española? (ya andaba pensando en historia)… mujeres… ¿mujeres españolas? Y, de repente, algo me hizo clic. Este tío se estaba refiriendo a dominación con látigo de cuero. «No, ¿en serio? Venga ya…».

— Sí, tengo entendido que en España es muy normal que las mujeres dominen a los hombres […], y también he leído que se hace mucho en Alemania y Luxemburgo — es que en Luxemburgo se aburren mucho, como es tan pequeño…

— ¿Cómo? — mi cara tenía que ser un poema.

— Sí, lo he leído. Y acabo de ver una película muy buena, muy buena… — el color chocolate con leche de su piel se iba tornando rojo fuego y los ojos le brillaban.

— No deberías creerte todo lo que ves en las películas.

— ¿Puedo pedirte un favor?

— Depende.

— ¿Me harías lo que se ve en las películas? 

— No — no podía ser verdad…

— Por favor… quiero saber qué se siente.

— No.

— Por favor… sólo una vez — él se mantenía en el lado de entrada de la cocina, mientras yo buscaba cómo salir de allí, sin descartar la posibilidad de pegarle un sartenazo con el hierro ardiente. 

— Que no. Además, tengo novio — ya no sabía ni qué decir.

— No pasa nada, esto no es sexo.

— … — cara de WTF.

— ¿Me dejas chuparte las botas? — ¿dónde estaba la cámara oculta?

— No.

— Por favor… ¿tienes botas altas? ¿Con tacón de aguja? Déjame lamértelas una sola vez, por favor…

— No insistas — maredelamorhermosoporquézeñóporqué

— Es que te pareces a la mujer de la película… morena, guapa, mayor… 

— ¡Sacabó!

— Bueno, bueno… pero piénsatelo. No es sexo, es sólo un favor a un amigo.

— Alkjdsfkjhjskdgbsbdg — balbuceé algo incomprensible, mientras se marchaba por donde había venido. Respiré.

Empecé a visitar la cocina a distintos horarios, para no cruzármelo, sin saber que desde su ventana podía verme directamente. Acudió a mí de nuevo un par de días más tarde. Su tez había retomado su tono habitual, sus ojos ya no brillaban febriles. 

— Sólo quería decirte que… lo del otro día no iba en serio, sólo te estaba poniendo a prueba como mujer — alcé una ceja —. Tengo tres novias en Pakistán, no era más que una broma.

— No era una broma — dije, tajante, mientras mostraba una media sonrisa.

Su cara era una mezcla de ira y vergüenza extrema, mientras yo me lo imaginaba a cuatro patas en el suelo con un collar con pinchos y la punta de una bota metida en la boca. 

Y esa fue la primera de varias tomas de contacto, a cada cual más extraña, con Oriente Medio… 

Helena con H