Soy una prima molona. No tengo hermanos, pero sí mil primos pequeños, de diferentes edades y disfruto de cada uno de ellos, de sus momentos. Y no solo con los niños de mi familia directa.

El otro día me senté a hablar con el primo de mi marido, de 13 años, porque jugando con él al Creativo de Fortnite vi que había creado una «habitación para follar». En el mismo ratito, se le escapó un «mi amor» a una compañera del juego y me terminó confesando que era su novia desde hacía unos meses. Le pregunté si sabía lo que implicaba una relación y, automáticamente, saltó con el sexo. Lo trató como un secreto inconfesable, como si hablar de sexo fuese un pecado mortal, y quise escucharlo e intentar orientarlo. Sé que quizá no me correspondía a mí, odio meterme en donde no me llaman, pero ese niño necesitaba expresarse.

Me quedé de piedra, ya que el concepto que tiene el crío del sexo es lo que ha visto en el porno y a mí casi me da un jamacuco.

Una cuestión de centímetros

El chaval me confesó su temor a no ser “lo suficiente”. Un niño de 13 años, en pleno crecimiento, compartió conmigo su preocupación por los centímetros de su miembro. Lejos de resultarme incómodo, me causó angustia. ¿Cómo es posible que la industria pornográfica siga perpetuando que el éxito sexual radica en la media de un pene? Y que eso, por lo tanto, cree tantos complejos e inseguridades en unos; y expectativas en otros, porque él también me reconoció lo disgustado que estaba de que su novia apenas tuviese pecho.

Interés preocupante por la violencia sexual

Al crío no le interesaban los preliminares, no sentía ni un ápice de curiosidad. Mencionarle las caricias y los besos le aburría y, aunque mostró algo más de interés en el sexo oral unilateral -de ella a él-, su conversación se centró en la penetración. En posturas 100 % dominantes basadas única y exclusivamente en la penetración. “A cuatro patas y tirando del pelo”, me comentó como fantasía.

Y, ojo, que soy la primera que ha practicado sexo sin preliminares y que ha optado por esa postura, pero conociendo cómo funciona el sexo y siendo una práctica consensuada. Él en ningún momento se refirió a la voluntad de su pareja, solo se centró en exponer en qué consistía su forma de entender el placer propio.

Nulo conocimiento sobre la salud sexual

En ninguna de las películas que el crío había visto se usaba condón. Está claro que el porno no es la fuente más fiable para informarte sobre educación sexual, pero es que el niño no sabía ni lo que le hablaba al aludir a condones o a ETS. Desconocía por completo cómo funcionaba el cuerpo y las consecuencias que podía tener al mantener relaciones sexuales sin protección. Algo “le sonaba” del cole, una escuela católica que no parecía tener demasiado interés en tocar el tema, pero fue sorprendente comparar lo que sabía sobre la violencia sexual y el poco conocimiento que tenía acerca de educación sexual. Sorprendente y alarmante.

Y, por lo tanto, el fin del sexo es “correrse”

Le pregunté, entonces, qué sentido tenía el sexto a su parecer: “correrse”. Fin. Viniendo del cole religioso, esperaba cualquier cosa relacionada con procrear, pero creo que la respuesta me dejó aún más fría. “Correrse”, dice. Como si no conseguir el orgasmo fuese todo un fracaso.