Alba, mi hija de 9 años, me va contando alegremente sus historias mientras caminamos de la mano hacia el colegio. Me habla de sus compañeras Carolina y Marta; de lo mucho que juegan en el patio y de lo bien que se lo pasan juntas. Al oírla hablar me recuerda a mi hermana mayor. ¡Oh, Dios nos pille confesados! Le sonrío y sigo escuchando su parloteo.

Cuando giramos la última esquina lo veo. Ahí está; en la acera de enfrente del colegio. Me mira y me sonríe. Yo aparto la mirada.

Dios, ¿pero qué está haciendo? ¡Si es un crío! Desconozco si es el hermano mayor de algún alumno, pero nunca le he visto con ninguno. Padre no creo que sea…; demasiado joven. Aunque en los tiempos que corren… Hago un rápido cálculo mental. No, no; imposible. No me salen las cuentas. ¿Pero por qué me mira de esa manera? ¿Qué es lo que hará aquí? ¿No será uno de esos que reparten cromos en la puerta del colegio? ¿Será eso lo que lleva en la carpeta? Con éste sí que jugaba yo a los cromos, sí.

Nada más llegar a la puerta del colegio le doy un beso y un abrazo a mi hija y ella, feliz, entra en el edificio.

Cuando giro sobre mis pasos para volver a casa observo que el chico continúa mirándome con una sonrisa dibujada en su cara de niño malo. Mira hacia ambos lados de la calzada como si fuera a cruzar hacia dónde yo estoy, por lo que, rápidamente, emprendo el camino de regreso a casa como si no me hubiera percatado de sus intenciones.

¿Pero qué está pasando en el mundo? ¡Si podría ser su madre ! Bueno…quizá no tanto pero… Dios mío, ¿qué pasa con la juventud de hoy en día? ¿Y si, realmente, no estuviera interesado en mi? ¿Y si lleva dos días sonriéndome porque me ha confundido con otra persona? Aunque… dos días confundiéndome… no parece muy probable. Puede que se trate de un antiguo alumno que está por el colegio porque ha de hacer unas prácticas o algo así. ¡Sí, eso es! Un profesor en prácticas… ahora son muy jóvenes. Eso explicaría lo de la carpeta que lleva siempre… Sí, pero lo de las sonrisitas a una mujer madura como yo… Bueno… madura… madura… tampoco, oye… Recientemente cuarentañera, más bien. Uf, Mrs Robinson se estará revolviendo en su tumba ahora mismo por haberme salido por la tangente. Suspiro. Creo que he visto demasiadas películas, pienso mientras camino de vuelta a casa. 

De todas maneras hay algo que no comprendo de este chico. ¿Cómo es que está todas las mañanas en la puerta del colegio? ¿No estudia? ¿No trabaja? Aunque… Es posible que trabaje o estudie por las tardes y es por eso que está aquí por las mañanas…

Mis pensamientos me persiguen de camino hacia mi casa.

Parece que está bastante en forma. Igual es monitor en un gimnasio a tiempo parcial. O quizá es uno de esos mozos que reparten agua. Nosotros necesitamos una fuente de agua en casa. El agua de ósmosis me sienta fatal. O puede que sea modelo de calzoncillos y eso le deje mucho tiempo libre. Irá cada tarde a un estudio en las afueras donde las fotos se las hará una señora cincuentona con suerte que le dirá qué expresiones debe de ir poniendo mientras el aire de un ventilador le golpea en toda la cara y ella fija su vista en … en otro sitio…

A la mañana siguiente, cuando giro con Alba la última esquina para llegar al colegio, él está ahí. En la acera de enfrente; acechando a su presa (o sea, a mí). Me sonríe y yo me lo imagino en calzoncillos y con gafas de sol delante del ventilador y pasándose el dedo pulgar por sus labios carnosos mientras me mira fijamente y se me cae la cámara de fotos al suelo. Sin previo aviso me sonrojo y miro hacia los lados por si alguien ha podido leer mis pensamientos. El chico malo continúa en la acera de enfrente con la mirada fija en mí. Yo me agacho para dar un beso y un abrazo a mi hija y espero a que desaparezca de mi vista dentro del colegio. Después me doy la vuelta para volver rápidamente a casa y me choco directamente con el del anuncio de Martini.

– ¡Buenos días! – me dice con esa sonrisa picarona mientras mantiene los brazos en alto sujetando la carpeta a la espera de que yo separe mi cabeza de su pecho (duro como una roca y en el que yo me perdería en mis sueños sin dudarlo) y me aleje un poco de él. (¡Ay madre, qué bien huele!).

– ¡Lo siento! Iba un poco despistada… – digo disculpándome e intentando no imaginármelo en calzoncillos para no sonrojarme de nuevo.

– No importa. Le perdono si me deja invitarle a un café. – me dice con su eterna sonrisa.

– De verdad que no puedo. Tengo muchísima prisa.

– ¿No tendrá que ir a trabajar? – me pregunta burlón. Aunque, por la forma en la que lo hace, creo que sabe que me dirijo a seguir con las labores de mi hogar y que no tengo nada mejor que hacer.

– De acuerdo, pero que sea uno rápido. – y añado presurosa: – Un café, quiero decir.

Él me mira y su sonrisa se hace más amplia si cabe todavía.

– Por supuesto – me dice mientras yo rezo para que se me trague la tierra y ambos nos dirigimos hacia la cafetería situada a unos metros de dónde nos encontramos.

A la mañana siguiente, cuando dejo a Alba en el colegio, observo que Christian, que  así se llama el chico malo de la carpeta de ayer, (¿curioso, no?) está en la acera de enfrente. Sin embargo, ya no me mira. Ahora sonríe a otra mamá que también le devuelve la sonrisa.

– ¡Marian!

Elsa, la mamá de Carolina, me llama desde unos metros más atrás. Está con un grupo de madres y yo me dirijo hacia ellas.

– ¡Buenos días! – me dice con sorna cuando llego y me incorporo al grupo.

– ¡Buenos días! – contesto yo. – ¿Y ese tonito? – le pregunto sorprendida.

– Nada. Queríamos hacerte una preguntita, solamente. – me responde en el mismo tono.

– En serio, Elsa. No estoy para tonterías. – digo yo de mal humor ya dándome la vuelta para alejarme lo más rápidamente de allí.

Sin embargo, Elsa me agarra del brazo para impedir que me vaya y empieza a reírse a carcajadas. Las demás, que aguardaban como esperando una señal, hacen lo mismo y yo no sé si mandarlas a la mierda o ponerme a reír con ellas al ver lo bien que se lo están pasando.

– Perdona, Marian. Verás. – dice Elsa soltándome el brazo y sacando del bolso un par de folios doblados y un bolígrafo cuando por fin ha conseguido dejar de reírse.

–  Hemos hecho una porra, y queríamos saber si le pagaste tú el café a Christian o lo pagó él. – yo le miro con cara de sorpresa, mientras el resto de mujeres me mira a mí conteniendo la risa. Pero Elsa continúa.

–  El tiempo que ha tardado en lograr que le acompañaras para hacerte el cuestionario de telefonía móvil, ya lo sabemos. – las demás comienzan a reírse por lo bajo sin poder contenerse: – Tres días. ¡Todo un record, eh… ! De momento eres la que más le ha costado. Aunque hemos de reconocer que el tío se lo monta bien, eh… Seguro que si nos hubiera llamado por teléfono para contestar el cuestionario le habríamos cortado la comunicación. ¡Y encima consigue café gratis! Así que ahora, mi querida Marian, sólo necesitamos saber si le invitaste al café o lo pagó él para saber quién ha sido la ganadora de la porra.

Yo hago una pequeña pausa para mantener el suspense (ya no estoy enfadada al entender de lo que va todo esto. Además, siento una especie de orgullo al ser la que más se ha resistido a sus encantos) y entonces contesto como una niña pequeña a la que le han pillado jugando a la tablet cuando no debe y ha de reconocerlo muy a su pesar.

– Lo pagué yo.

– ¡Bien! – exclama la que presupongo ganadora de la porra mientras Elsa apunta algo en los folios y todas reímos como adolescentes.

– De acuerdo. ¿Quién será la siguiente? – dice Elsa mientras todas miramos en dirección a Christian.

– La mamá de Álvaro. Mirad cómo le sonríe. ¡Ja, ja, ja! ¡Ésta cae fijo! Bien: días y café. Venga, id diciendo… – exige Elsa con los folios y el bolígrafo en la mano.

S.D Esteban