Ay amiguinchis. Os cuento esto con drama y pena en el corazón. Pena porque hay veces que parece que vas a vivir una noche mágica, una de esas noches de ensueño que se quedan para siempre en tu memoria y al final acabas siendo el tema de conversación favorito de tus amigas cuando tienen ganas de descojonarse vivas las muy perras mientras comen pipas.

La cosa es que Marcos era EL VECINO. Guapo el jodido como él sólo. Alto, morenazo impresionante, barba sin arreglar – como a mí me gustan- y con la mezcla perfecta entre osito de peluche/vikingo  que hacía que mis bragas bailasen por soleá.

Coincidimos un par de veces en el ascensor y os juro que se notaba en el ambiente que los dos queríamos mandanga de la buena, pero llamadme tonta, nunca me atrevía a da el paso. Siempre acababa rayada con la idea de que iba a hacer el ridículo y cualquier historia más.

Hasta que una de esas tardes aburrida en casa dándole caña al Tinder, me salió.

M-E-S-A-L-I-Ó

Y claro: EN LA VIDA REAL NO, PERO EN TINDER SOY LA PUTA AMA. BIENVENIDO A MIS DOMINIOS MARQUITOS.

Así que le di like. Le di like y después pegué tres grititos de adolescente, salté en el sofá, hundí el muelle, lloré un poco por mi fianza caída en combate y esperé a que me diera el like de vuelta.

Y me lo dio amigas, claro que me lo dio.

Y claro, allí estaba yo guarreando a tope con mi vecino el cañón como si no fuera a haber un mañana hasta que me lo encontré en el ascensor otra vez, me quedé tiesa como un Ficus y musité un hola más roja que el gazpacho de mi abuela.  Menos mal que Marcos era más sabio que yo en eso de las relaciones cara a cara y me invitó a cenar y ver una peli en su casa.

A las nueve estaba yo allí plantada como un reloj en la puerta de su casa, con mi botellita de vino tinto, dispuesta a emborracharlo, a emborracharme y a frungir hasta desgastarle los muelles de la cama.

Me saltaré la parte donde cenamos (pidió chino) ingerimos alcohol como cosacos y acabamos magreándonos como adolescentes salidorros en el sofá de su piso para ir a la moraleja de esta historia, la parte vital, la lección de vida, el intríngulis de la historia:

 

DESPUÉS DE CAGAR, LIMPIAROS BIEN EL CULO, SEÑORES.

Ya os podéis imaginar lo que pasó. Sólo diré que Marcos fue al baño y que después de volver y seguir dándole al tema, acabamos pasando a su dormitorio. Y sí, su edredón era blanco y sí, dejó de serlo después de un par de refregones. PORQUE ALLÍ HABÍA UNA FINA LÍNEA MARRÓN. UNA LÍNEA CASTAÑA, PARDA, ROJIZA, COBRIZA, como queráis llamarla pero lo importante es que allí había mierda y punto.

Mirad chicas, yo no sé cómo guardé la compostura para decirle que me había sentado mal la cena y que mejor lo dejábamos para otro día, pero aún me siguen dando arcadas cada vez que me lo encuentro en el ascensor.

 

Anónimo

 

Envía tus follodramas a [email protected]