Ojalá pudiera volver atrás y cambiar el modo en que gestionamos el tema de cómo logramos concebir y tener a nuestros hijos. Porque nosotros no fuimos de los que lo tuvieron fácil. Tardamos muchos años y pasamos por mucho antes de lograr nuestro sueño de ser padres. Un tiempo en el que tuvimos que superar la frustración, los abortos, las pruebas médicas, la negación del certificado de idoneidad por un motivo de lo más injusto, las fecundaciones in vitro infructuosas e incluso el dilema moral cuando los médicos nos plantearon la opción de la donación, casi como la única alternativa posible.

Ahora sé que nunca debí contarle a nadie que estábamos haciendo tratamientos de fertilidad. Sé que debimos mantener nuestras decisiones y movimientos en la más estricta intimidad. Pero, por aquel entonces, recuerdo estar desesperada por compartir lo que nos estaba pasando y cómo me estaba sintiendo. El tema de la donación ya se lo contamos a mucha menos gente. Solo a nuestros padres, hermanos y, en mi caso, a un par de amigas muy muy cercanas. Cosa de la que ahora me arrepiento. Y mucho.

Porque mi marido y yo decidimos que le contaríamos a nuestros niños cómo fueron concebidos cuando sintiéramos que estaban preparados para entenderlo, lo cual no ha ocurrido todavía. Sin embargo, la semana pasada tuvimos que enfrentarnos a esa conversación con un niño que apenas tiene unos conocimientos básicos de biología y reproducción humana. Porque el hijo de mi ‘amiga’ le ha contado al mío que no somos sus padres biológicos. Y la culpa no es de ese niño, es de quien le ha facilitado esa información. Es de la adulta que decidió hacer a su hijo partícipe de algo que, a pesar de ser un poco mayor que el mío, puede que no entienda del todo. Y el chaval, ha tardado entre poco y nada en plantarse delante de mi hijo para contarle que sus padres no son sus padres. Porque, encima, la información le llegó en esa forma: ‘tus padres no son tus padres de verdad’. Es decir, la mujer con la que me desahogué en su momento, con la que comenté la decisión que habíamos tomado y la que me dijo que me apoyaba en todo, esa mujer cree que mi hijo no es mi hijo. No solo eso, ella lo cree y así lo va contando, porque supongo que eso de que nos guardaría el secreto, se ve que no era así del todo. Que lo mismo que se lo ha cascado a su hijo, se lo habrá dicho a solo dios sabe quién más.

Por su culpa, traición, deslealtad o incontinencia verbal, llámalo X, hemos perdido el control de quién está al tanto del origen de mis hijos. Y de quién, por tanto, puede irles a unos niños pequeños con eso de que no somos sus padres.

Yo no pido que la gente esté de acuerdo con los medios que han hecho posible su llegada al mundo. Solo pido respeto, sobre todo con unos niños que no pidieron nacer ni mucho menos pudieron establecer en qué términos lo hacían. Estés de acuerdo o no, te gusten las maneras o no, SOMOS SUS PADRES. En eso no admito discusión. Somos unos padres que se han visto en la necesidad de tener que explicárselo y calmar la angustia de un niño de siete años. Y que supongo que tendremos que hacerlo incluso antes con la niña que ahora tiene solo tres.

Y no me parece bien ni justo ni de recibo, la verdad.

 

Anónimo

 

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