Es muy recomendable ejecutar unas prácticas mínimas de higiene después del acto, sí. Dicen las/os expertas/os que orinar ayuda a eliminar bacterias, y luego habría que proceder con agua y jabón neutro en zona genital, manos o cara. Hasta ahí, razonable y comprensible. Pero ponerte a frotar de manera compulsiva, como si se te hubiera quedado una capa de suciedad imposible de despegar… eso ya es otra cosa.

Estuve con un tío que era de esos. Durante el acto, no parecía acordarse de los microorganismos que pudieran invadir su cuerpo. Ni el sexo oral, ni la penetración por todas las vías posibles, ni los tocamientos en los sitios más oscuros le provocaban repulsión alguna. Allí que se ponía, con todo su afán, y recibía del mismo buen grado.

Terminada la sesión, apenas tenía unos minutos de postcoito para enroscarme y recuperar el aliento, con lo que unen a una pareja esos ratitos de después de follar. Enseguida me daba una par de palmaditas donde le pillara para que me apartara y decía: “Bueno, voy al baño”. Y entonces comenzaba un ritual de aseo de lo más peculiar.

El rato de la ducha era, con frecuencia, más largo que el del sexo. Yo entraba un poco después y tardaba cinco minutos, diez, como mucho. ¿Pero él? Venga a caer agua, venga a frotarse, venga a enjaguarse… A mí me daba angustia hasta ver cómo se secaba, porque me daba la sensación de que iba a quedarse sin epiteliales, el pobre.

Expiar los pecados

Su ritual de baño era de obligado cumplimiento. Es más, dudo que hubiera accedido a tener sexo sin la perspectiva de darse una buena ducha después. ¿Un “aquí te pillo, aquí te mato” en el coche o en un lugar público? Impensable.

A mí ya empezó a rayarme el tema porque aquello no era normal. O, al menos, no es habitual. Llegué a pensar que yo le daba asquete, ¿sabéis? Que me quería y follaba conmigo porque es lo que se espera que haga una pareja, pero que algo había en mí que le daba dentera. ¿Sería que notaba pegado al cuerpo un olor desagradable que yo misma le había imprimido?

En algún momento, ya con suficiente confianza, no podía más y se lo pregunté. Él me dio pares y nones con la respuesta: que si es higiénico, que si me gusta sentirme limpio… ¿Cómo? ¿Que te sientes sucio después del sexo CONMIGO? Como me veía insistente y suspicaz, se sinceró y me contó la verdad.

Resulta que el buen hombre se había criado en una familia de férreas convicciones cristianas y católicas. Lo llevaron a un colegio del mismo palo, de los que desde el primer día te dicen que te comportes como es debido, que Dios siempre está mirando. Ya me diréis como alguien que se siente observado 24/7 vive con libertad y sin culpas.

Y ya no es solo la vigilancia permanente, sino lo que se considera que no está bien. Una de esas cosas que no debes tener es sexo, como no sea para procrear. Porque el sexo, para las corrientes más rancias de la religión, es cosa de criaturas primitivas incapaces de resistir las tentaciones de la carne. No es propio de seres racionales, castos, puros y moralmente superiores.

Pero, a veces, su diosa era yo

El hombre iba despojándose de alguna de esas creencias como buenamente podía. Iba entendiendo que el sexo no tiene nada de malo ni de impuro cuando se trata de personas adultas que consienten, ¡todo lo contrario! Pero los aprendizajes de la niñez suelen enraizar muy profundo, para bien y para mal. Luego sientes que, si no te alineas con ciertas visiones o estilos de vida, le estás faltando el respeto a todas tus castas y no eres digno de las bendiciones familiares.

Siento empatía por él y por todas las personas que están en situaciones similares, porque todo el mundo tiene (tenemos) cosas que desaprender. Pero un poco rara sí que me resultaba la dinámica, la verdad. Primero, me confesaba su deseo, comulgaba con todas las partes de mi cuerpo y me recitaba todo tipo de oraciones en forma de jadeos. Su “éxtasis de Santa Teresa” era un orgasmo conmigo.

Después de eso, no sé si le aparecía la imagen de la virgen María con gesto reprobatorio junto a la cama o qué, pero entonces salía disparado a la ducha. Frotar y frotar para limpiar bien, como el que cumple la penitencia que el cura impone tras la confesión.

Rompimos por motivos que nada tienen que ver con la dinámica mencionada, pero, sinceramente, espero que se haya liberado de esos aprendizajes y necesidades compulsivas.

[Texto escrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]