Cuando conocí a mí, ahora, exmarido, mis suegros no se dirigían la palabra. Se negaban a estar en el mismo espacio a la vez, complicándonos mucho las visitas y los eventos familiares. Él, que había rehecho su vida hacía tiempo, no tenía problema alguno, pero ella guardaba mucho resentimiento hacia él por cómo se habían separado.

Mi ex me contó cuando los conocí, cómo había sido todo aquello. Él y sus dos hermanos eran adolescentes. Un día llegaron a casa y vieron a su padre embalando sus cosas a toda prisa, mientras su madre gritaba y lanzaba cosas por el aire. Ella nunca había trabajado fuera de casa, había querido dedicarse a su familia a tiempo completo. Él trabajaba en una oficina en otra ciudad donde echaba gran parte del día, pero traía un muy buen sueldo a casa cada mes. Al parecer, él le había dicho esa mañana que había empezado a sentir algo por otra mujer y que prefería separarse ahora que dilatar el sufrimiento y acabar haciendo alguna tontería. Le dijo que jamás le había mentido, que nunca había pasado nada con aquella mujer, ni siquiera sabía si era correspondido, pero el simple hecho de sentirlo era señal de que su matrimonio ya no era lo que debía ser.

Mi suegra, al parecer, hecha una furia empezó a gritarle, a decirle que era un mentiroso y  que debía marcharse ese mismo día. La casa en la que vivían era de la familia de ella, pero todo lo que había dentro lo había ido comprando él. Él quería dejar allí los muebles, las teles, las cosas que, al fin y al cabo, eran para sus hijos también, pero ella le dijo que no, que debía llevárselo todo. Y así lo hizo. Dos días después, mi ex y sus hermanos dormían en esterillas en el suelo y su madre buscaba como loca un trabajo para poder pagar las facturas de ese mes.

Mi ex me decía que su padre les daba dinero a escondidas de su madre para que comprasen comida y lo que necesitasen, pero cada vez que ella los pillaba, le obligaba a devolvérselo. Les decía que su padre era de esos que se iba con la secretaria dejando a su familia tirada literalmente.

Solíamos hablar de la capacidad que tenía su madre siempre de llevarlo todo al límite. Obviamente no es plato de buen gusto que tu marido quiera separarse, pero todos estábamos de acuerdo con que no lo había hecho mal en absoluto, que no tenía la culpa de haberse desenamorado, y que ella hizo creer a sus hijos que su padre los abandonaba, cuando la realidad no tenía nada que ver. Su gestión emocional, en general, es demasiado básica y muchas veces en que pasábamos tardes juntas, le tengo recomendado libros e incluso alguna terapeuta que conocía que podía ayudarla a no sufrir tanto por absolutamente todo lo que pasaba en su vida.

Pero entonces llegó mi divorcio. Mi marido y yo tenemos un hijo en común al que hacía poco habían diagnosticado de TEA. Ella nunca estuvo muy de acuerdo con que llevásemos al niño al neurólogo porque veíamos cosas donde no las había, lo que le pasaba al niño era que era un malcriado… En fin, cosas varias. Ni el niño ni su diagnóstico tuvieron nada que ver en nuestra separación. Él simplemente quiso irse porque no sentía nada hacia mí, y así me lo hizo saber, sin paños calientes. Dijo que estar conmigo era como compartir piso con alguien de su familia, pero en absoluto alguien que le hiciese sentir nada más que cariño. Yo pasé (y paso) mi duelo como pude, pero él no tenía el valor de contarlo en su casa.

Pasados unos meses, le pedí que hablase con su familia porque, como siempre, me llamaban a mi para hacer planes y me veía inventando excusas para no ir y, en alguna ocasión, me pedían hablar con el niño y este estaba con su padre… Así que era yo quien tenía que “mentir” para evitar que él contase lo que había pasado.

Cuando al fin se atrevió a ir a su casa (vivimos en ciudades distintas) y contarles a todos que nos habíamos separado, ya había conocido a alguien. Como su relación con su madre siempre fue bastante peculiar, no quiso entrar en detalles y simplemente le dijo que había sido una decisión nuestra (que en realidad no fue así, pero bueno) y que estábamos bien.

No habían pasado ni dos días cuando esta señora (por llamarle algo) me llamó para pedirme explicaciones. Me dijo que era una cobarde que no le sabía “echar huevos” a la vida. Que estaba segura de que yo me estaba escapando por no soportar algún escarceo de su hijo por ahí, aunque, pensándolo mejor y conociéndonos bien, si alguien había hecho algo fuera de casa, seguro que había sido yo, que siempre fui muy “ligerita” (lo dice porque soy bisexual, y eso para ella es sinónimo de ser una guarra) y que no apreciaba el vínculo del matrimonio como tenía que ser. Que además tenía a mi hijo totalmente malcriado, que le consentía tantos berrinches y tantos caprichos (crisis autistas y obsesiones por su TOC, en realidad) que me había visto obligada a buscar una excusa para poder justificar ese mundo de Flower Power en el que le dejaba vivir con tanto abracito y tanto rollo. Los primeros minutos de conversación intenté intervenir para quitarla de su error sin descubrir a mi ex en absoluto, pero cuando empezó a alzar el volumen y a atacarme directamente, simplemente me callé y la dejé despotricar. Cuando se cansó y se dio cuenta de que no escuchaba nada preguntó si estaba ahí, a lo que le respondí: “¿Ya acabaste?” y ella, muy orgullosa me dijo un “Si” provocador, para que empezase yo con mi retahíla. Pero nada más lejos de la realidad. Le dije: “Desde este momento tienes prohibido volver a llamar a este número, cuando quieras saber de tu nieto, está una semana de cada dos con tu hijo, así que a mi no tienes que volver a llamarme en la vida”. Y colgué el teléfono.

Nuestra conversación y el hecho de que yo no le entrase al trapo la frustró tanto que se volvió a hablar con mi suegro (después de más de 20 años) solo para contarle lo mala que soy. Me puso verde delante de toda la familia. Por suerte me sigo llevando muy bien con todos y nadie ha creído una palabra de lo que ella cuenta.

Cuando le conté a mi ex lo que había pasado empezó a intentar disculparla. Dos semanas de llamadas con su madre en donde ya no podía más, vino a disculparse conmigo por lo que había aguantado y por no haber sabido frenarlo antes. No lo vio venir.

Él le explicó a su madre que vería al niño cuando fuese capaz de no meter mierda contra mí en su presencia, y mientras tanto no irían a visitarla más.

Hace poco, de paso que iba a ver a mis padres, paré a saludar a mi exsuegro y su mujer. Estando allí, ella me mandó recado de que quería ver al niño y que “su hijo no le dejaba”. Entonces yo me fui de allí antes de que apareciese para montar el numerito y le expliqué en un mensaje que yo no hubiera tenido problema en llevarle al niño casi cada semana, pero que su hijo está ahora muy ocupado con su nueva novia y de mí no merece ni siquiera que la salude por la calle, así que esperaba que se merendase sus palabras esa tarde a mi salud y que yo me iba con mi hijo a ver a mi familia sin ningún tipo de cargo de conciencia.

Entiendo que ella sufre, pero le he dado mil alternativas cuando nos llevábamos bien para que buscase ayuda y no quiso. El dolor de su pasado explica cómo se tomó nuestro divorcio, pero no lo justifica. Además, yo no le hice nada y, al igual que ella en su momento, yo fui la “abandonada”, no me merecía que, aun encima, se me echase ella encima. Mi ex y yo tenemos buena relación, pero él cada vez está más distante de ella por lo mal que trata a su pareja actual. Siempre la llama por mi nombre y le hace miles de desprecios. Ahora yo soy, según ella, su verdadera nuera y nadie ocupará mi lugar. Ya veis…

Escrito por Luna Purple basado en la historia real de una seguidora.

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