El verano que más follé de toda mi vida: Así lo recuerdo

 

Mis inicios en el sexo no fueron buenos.

Fueron nefastos más bien. Para mí, de hecho, el sexo era tan poco placentero que lo practicaba porque me sentía obligada a hacerlo. Es decir, nadie me obligaba, yo tenía relaciones sexuales consentidas cuándo y cómo quería. Lo que pasa es que me motivaban cero, me ponía a ello cuando creía que tocaba porque si todo el mundo chuscaba, por algo sería.

Me forzaba, sacaba las ganas de donde las tenía y me pasaba el rato que le dedicaba a esperar a que se acabase mientras repasaba mi agenda mental.

Qué triste, ¿verdad?

Pues así fue con el chico con quien tuve mi primera vez y durante los ocho meses que estuvimos juntos. Pero fue muy similar con los dos siguientes, uno con el que me acosté una vez y no lo volví a ver. Y otro con el que salí unas semanas.

Total, que yo ya pensaba que se trataba de mi cuerpo, que no funcionaba como debería. Porque tres de tres… no podía pensar otra cosa, era evidente.

Así que, con diecinueve años me dije que lo mismo el sexo no era para mí y que ya estaba bien de seguir acostándome con la peña sin puñeteras ganas y a sabiendas de que no lo iba a disfrutar ni media.

En esas estaba cuando me fui de Erasmus. Y venga todo quisqui a decirme que me iba a pasar tres meses follando, que por algo se les llamaba becas Orgasmus y ese tipo de cosas que, para ser sincera, a mí me pillaban de nuevas.

 

El verano que más follé de toda mi vida: Así lo recuerdo

 

Y lo cierto es que mi paso por Poznan fue bastante discreto, al menos en lo que a triscar se refiere. Porque hice amigos, salí todo lo que pude y me lo pasé mucho mejor que bien. Sin embargo, por muy poquito no me volví a casa con la vagina intacta. Y es que, en el círculo en el que me movía, había un alemán que me traía loca, pero, para cuando me di cuenta de que yo también le molaba y de que todo aquello que sentía por dentro eran una atracción que flipas y unas ganas de que me comiera entera que todavía flipas más… me quedaban literalmente tres días en Polonia.

El chico en cuestión se llamaba Ben, aunque para mí era, y siempre será, Marco; porque él se empeñaba en llamarme Peseta. Y, mira, después de enseñarme que el sexo podía ser una puta maravilla y de regalarme mi primer orgasmo (y los cuatro siguientes), como que podía llamarme como le diera la real gana.

Pese a que no volví a ver a Marco, su breve paso por mi chumino marcó un antes y un después. Algo hizo clic en alguna parte de mí y no volví a ser la misma.

Fue como si estuviera en Matrix y me hubieran cargado un paquete de femme fatale. Yo, que hasta que me fui de España no tenía ni idea de ligar, de pronto pillaba cada vez que quería y con quien quería.

Ay, el de después de conocer a Marco fue el verano que más follé de toda mi vida.

Aprovechando las nuevas amistades que había hecho a lo largo y ancho de Europa, me pasé las primeras semanas de las vacaciones de Interrail. Parando aquí, parando allá. A veces en solitario, a veces con otros amigos. Solo una cosa era constante: allí donde me quedaba más de unas horas, allí que echaba un polvo. Siempre con seguridad, eh, pero a destajo. Estaba desatada.

El verano que más follé de toda mi vida: Así lo recuerdo
Foto de Andrea Piacquadio en Pexels

Siguiendo con el rollo de las monedas, durante aquellos meses locos me acosté con Francos de dos países diferentes, con Lira, Corona, Florín, Esloti, Kuna, Escudo… De algunas monedas incluso hubo varias piezas.

Y no paré cuando regresé del viaje, una vez de vuelta le di a las pesetas cosa mala.

No tenía clase ni trabajo, pero sí tenía mucho tiempo y una casa cerca de la playa a la que mis padres apenas iban, y siempre avisando antes para que recogiera un poco.

 

El verano que más follé de toda mi vida: Así lo recuerdo

 

Lo recuerdo y siento una mezcla extraña de añoranza, diversión y vergüenza ajena. Porque la verdad es que estaba un poquito fuera de control.

Pero, bueno, el verano terminó. Y con el inicio de las clases, los trabajos a tiempo parcial y la rutina habitual, mi frenesí se fue apagando.

Ojo, nunca se apagó del todo.

Solo se relajó un pelín, lo justo para que salir, flirtear y acostarme con alguien siguiera siendo algo natural y divertido. No una especie de competición conmigo misma.

 

Anónimo

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