La sequía te azota, no echas un kiki desde que nevó en Canarias, no hay ni la más mínima pista de cuando vas a tener actividad sexual, ni asomo de un puto whatsapp erótico-festivo. Ante ti se abre un agujero negro de diámetro inversamente proporcional al de tu chirri.

La enorme NADA que perseguía a Atreyu en la Historia Interminable, es pequeña comparada con lo que ves ante tí.

Y no eres solo tú. Tus amigas están igual, lo que significa que no es que tú estés haciendo algo mal y tengas que cambiar tu estrategia de marketing, sino que el mercado está MUY JODIDO. Hay mucha más demanda que oferta y ante eso no hay nada que puedas hacer aparte de esperar a que ocurra el milagro.

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Tú, esperando el milagro.

Así pasan los días, las semanas, los meses… Hasta que por casualidad y sin haberlo planeado, algún alma caritativa se apiada y te pone mirando a Cuenca. MILAGRO. Mientras estás en ello no te lo puedes creer. Si no fuera porque las embestidas lo impiden, pensarías que estás soñando. Disfrutas el momento como si no hubiera un mañana, porque realmente no lo hay. Mañana SEGURO que no follas. Sabes que no lo harás porque cuando la hipótesis se repite hasta la saciedad, se convierte en teoría y, en tu caso, la teoría dice que tú nunca follas, Y PUNTO. Esto que está pasando hoy es la excepción que confirma la regla, NADA MÁS.

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Yo, al día siguiente del kiki milagroso.

El kiki termina y, tras agradecerle a todos los santos de la fornicación que hayan decidido bendecirte, contárselo a tus amigas para que se unan a ti en el canto del Aleluya y llamar al ayuntamiento para que te dedique unos fuegos artificiales, te entregas again a la inactividad coñil por tiempo indeterminado.

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Tus amigos, dando gracias a los santos de la fornicatio.

Pero no.

De repente, aquel del que no sabías nada hace milenios te manda un mensajoide picantón, conoces a un jamelgo el sábado por la noche y el farmacéutico buenorro te lanza miradas lascivas. Y FOLLAS OTRA VEZ.

Un hecho sin precedentes, al menos que tú recuerdes. Te planteas varias teorías: las endorfinas te han puesto más guapetona y ellos lo notan, o quizás los astros se han alineado por segunda vez en 50 años o puede que en el fondo seamos animalitos que huelen los fluidos de otros animalitos y se nos despierta la vena competitiva. Reconozco que soy una firme defensora de esta última. Cuando hueles a chirri usado, lo quieren usar más.

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Oliendo conejo.

Entras en una espiral fornicativa que te tiene exhausta pero no descansas porque no sabes cuando aparecerá otra racha de tal calibre. No puedes rechazar ninguna propuesta porque hay que acumular provisiones para la próxima hambruna. Estás ante un buffet libre y en cualquier momento te llevan a «Supervivientes». NO PUEDES PARAR.

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Consecuencias de la hambruna.

Pero llega un momento en el que tu cuerpo ya no resiste más. Coordinar todo esto requiere de un esfuerzo al que tú no estás acostumbrada. Los whatssapps se te acumulan y temes mezclar nombres. Atender a tu público significa dormir poco y llevas arrastrándote semanas. Hay que eliminar algún jugador y, tras arduas negociaciones contigo misma, le comunicas a uno de tus contrincantes que estás muy liada y que si eso ya os véis otro día. Y ESO ES EL PRINCIPIO DEL FIN. No sabes cómo, aquello se desmorona como un castillo de naipes.

A la semana siguiente, otro de los participantes de tu Monopoly sexual será el que te dará largas porque «tiene un pico de trabajo» y a la siguiente, el que te quedaba y al que te aferras cual rabo clavo ardiendo, desaparecerá para más nunca volver. Ya no hueles a fluido ajeno.

Y volvemos a empezar…