Encontrar el amor en Internet con una talla 48: mi historia

Hace tiempo desde la última vez que tuve una cita con alguien de Tinder. Pero te diré una cosa: Me costó 5 semanas quedar con él. Estaba tan preocupada de que me rechazara por mi peso que me pasé 3 semanas alimentándome a base de café y pavo en lonchas. Menudo disparate.

Me pasé todas esas semanas intentando demostrar lo maravillosa que era. Le hablaba de mis amigas, mi trabajo, mis viajes y mis chorradas. Sentía que de alguna manera, tenía que compensar con mi súper carácter y carisma cada uno de los michelines que se encontraría en mi espalda si me ponía a cuatro patas (en el caso de que eso acabara sucediendo, claro)

Hacía video llamadas con él y el chico me encantaba pero claro, pesaba menos que yo y eso, amiga mía, podía suponer un problema. Intenté concienciarle de que se iba a encontrar con una chica de talle grande. Le mandaba fotos y videos porque quería que fuera consciente de lo que se iba a encontrar y porque si iba a rechazarme, prefería que no fuera en persona.

Claro, el miedo a quedar con él hizo que invirtiéramos más tiempo en conocernos de otra forma no física. Hablábamos 6 y 7 horas por teléfono todos los días hasta que un día empezamos a hacer sexting. Yo estaba perra perdida. Tenía muchas ganas de tener su cara entre mis muslos pero al mismo tiempo pensaba: 

“¿Cómo voy a dejar que este chico me coma el coño? Verá mis rozaduras, además mi coño no es como otros que se ha comido antes, es mullido, como yo”.

El chico se cansó de esperar y me dio un ultimátum, me dijo que quería verme y que si le seguía dando largas era mejor dejar de conocernos. Te va a parecer increíble, pero por un momento me planteé no quedar con él. Entiéndeme, le había abierto las puertas de mi vida, había establecido un vínculo con él y sabía que cuando me viera en persona y me rechazara, lo iba a pasar muy mal.

Llegó el día de la cita, quedamos en mi casa para ver una película y él apareció con una botella de champagne. Yo le abrí la puerta y comencé a sudar, tenía mucha ansiedad. Por más que me pasara la mano por el bigote aquel brote de sudor no había manera de pararlo. No tenía muy claro si tenía que disculparme con él por mi peso, pero por miedo a parecer escasa de autoestima, no lo hice.

Él también estaba nervioso. Cada vez que hablábamos se sonrojaba y aquello me dio un poco de poder. Me hizo ganar un poquito de confianza en mí misma. Me pasé toda la película pensando “Sé que después de esta cita no volverá a hablarme porque ahora me ha visto en persona y sabe que estoy gorda”.  

Estaba deseando que se fuera, que saliera de mi casa, de mi vida y poder sufrir su rechazo sola y con mucha nutella.

Acabó la película y entonces él se gira, me mira, me acaricia la cara y me besa. Empezó a besarme el cuello, el escote y antes de que me pudiera dar cuenta, estaba tirada en mi cama, abierta de piernas, con los muslos completamente empapados y sufriendo el sexto orgasmo de la noche.

Vio las rozaduras de mis muslos, mi celulitis, metió la cara en mi coño mullido y aún así cada vez me corría en su boca, se levantaba con una erección de hormigón ¡Qué puta maravilla!

Pasamos 6 meses increíbles, los dos nos desinstalamos Tinder y empezamos a vernos asiduamente. Pero la realidad era que: Él me había elegido a mí y yo me había sentido agradecida por ello. Claro, soy gorda y tenía que conformarme con el único hombre del universo que aceptara estar con una mujer a la que le rozan los muslos y le suda la parte baja de las tetas. 

¿Cuál fue mi sorpresa? Cuando entendí que yo también podía elegir y que una gorda no tiene por qué conformarse con el primer chico que no la rechaza. Me di cuenta de que, en realidad, yo no le había elegido a él y que aquel chico, aunque tenía una técnica de sexo oral exquisita, no era para mí.

 

M.Arbinaga