Seguro que muchas personas han pensado esto mismo más de una vez en la vida, sobre todo

cuando ya hemos alcanzado la edad adulta y echamos la vista atrás para hacer balance de

todos esos momentos de nuestra existencia en los que parecía que todo el mundo se nos

venía encima.

En mi caso debí empezar a quererme mucho más ese día en el que haciendo la fila para

entrar en clase, cuando apenas tenía yo once años, una profesora tuvo la genial ocurrencia

de acercarse a mi oreja para decirme «estás gorda, tienes que adelgazar». Tuve que hacerlo y

no dejar que durante toda esa tarde esas palabras retumbaran en mi cabeza para

desordenarla. Tuve que quererme en lugar de comenzar a verme en el espejo como alguien

diferente a los demás, una gorda que tenía que bajar de peso. Apenas han pasado unos años

desde que decidí contarle a mi familia lo que aquella mujer sin escrúpulos había

desencadenado con sus palabras. Sentí vergüenza en aquel momento de mi infancia de

comentar ante mis padres aquel suceso, sigo sintiéndolo ahora pero en este caso no por mi

sino por mi profesora a la que, por cierto, sigo viendo cada día entrar sonriente a trabajar en

aquel centro escolar.

Debí quererme más en mi viaje de estudios en la secundaria, cuando todas mi amigas

ligaron en la discoteca y yo volví sola noche tras noche. Tuve que divertirme y no lo hice,

me obsesioné con el hecho de que ningún chico sintiese atracción por mi, por ser la

amiga gordita simpática, nada más.

Tuve que haberme querido aquel primer año de universidad, cuando la depresión por

encontrarme sola en una ciudad triste me hizo ganar mucho peso. Debí quererme en lugar de

atiborrarme de comida para después vomitar. Debí quererme para dejar de salir cada

noche, beber como si no hubiera mañana y así perder todo un año de mi vida en fiestas y comidas a

horas intempestivas. Tendría que haberme querido para que, de esa manera, meterme los

dedos en la garganta no hubiera sido la solución a todos mis miedos. En su lugar, me dejé

llevar por gente que veía en mi el alma de la fiesta, la chica con la que contar en todos los

saraos.

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¿Qué hay de todo eso ahora? Los resquicios de una infancia y una adolescencia marcadas a

fuego por estar siempre en el segundo lugar, por ser mediocre y no destacar del todo.

Intentar ser algo que no eres, disfrazándote de alegría y de una mujer sin complejos

cuando, en el fondo, no eres más que las cenizas de alguien que año tras año se ha ido

quemando por dentro con los comentarios de la gente a la que nunca has importado.

Es ahora cuando lo veo claro, cuando he comprendido que si no me quiero yo ¿quién lo va a

hacer en mi lugar? Mirarme al espejo desnuda sigue siendo una agonía, ir de compras sin

temblar un imposible, pero verme bonita no lo es. Quiérete ahora si no lo has hecho antes,

sonríete a ti misma antes de que sea tarde, deja resbalar por tus oídos todas las palabras

horribles que salgan de bocas llenas de complejos. Yo debí haberme querido mucho antes,

ahora lo sé, nunca es tarde. Quiérete, eres preciosa y lo sabes, que nadie lo ponga en duda, el

que no lo ve es porque es ciego, porque no busca a alguien como tú en su

vida y, por lo tanto, no nos interesa. Quiérete cuanto antes y con mucha fuerza. Quiérete.

Alba Polo