Aburrida de Tinder (no sé qué pasa pero hace meses que sigo haciendo matches pero nadie me habla) me descargué POF para ver si tenía más suerte. En general el mismo tipo de gente y las mismas conversaciones de besugos, pero entre todo ese mar lleno de peces me topé con Peter (nombre cambiado para preservar su identidad).

Peter tenía chispa y no me dejaba con la palabra en la boca como tantos otros. Siempre tenía algo ingenioso que argumentar a mis tonterías y enseguida nos dimos cuenta de que conectábamos. Al menos para lo que ambos queríamos, que era conocer gente y pasar un buen rato.

Empezamos a hablar un martes e hicimos planes de vernos y tomar algo para ese mismo sábado. Aunque he tenido ya unas cuantas decenas de citas (sí, decenas), esos nervios del primer encuentro nunca desaparecen. Y cuando Peter apareció me puse aún más nerviosa porque me encantó físicamente, un buen tiarrón del norte.

El principio fue un poco incómodo y estuve a punto de decir que me tenía que ir puesto que la conversación no fluía tan bien como en el chat. Pero un par de cervezas más tarde la cosa se animó y empecé a sentirme cómoda.

Tanto, que cuando me invitó a su casa para tomar la última le dije que por supuesto.

 

Peter vivía con un colega pero ese finde no estaba, así que toda la casa para nosotros. Besitos por aquí, te toco por allá y VAMOS A LA HABITACIÓN QUE NO PUEDO MÁS.

En la cama más de lo mismo. Magreo, te quito la ropa, te sobo. Y yo ya que me subía por las paredes, no sabía cómo decirle que me la metiera sin parecer una loca desesperada. Entonces va el colega y abre el cajón de la mesilla. Además del preservativo va y saca un juguete. Bueno, bien, eso también me sirve.

Cachonda perdida me abro de piernas pero no le veo intención de meterme nada. Ni su tranca ni el juguete. Voy a preguntarle si pasa algo, pero él se me adelanta y me pide que le meta el juguete por detrás que sino no funciona.

Vale, ok, he visto cosas peores, juguemos.

Empiezo a darle mandanga al señor creyendo que será algo puntual para que se le anime más al asunto, pero no. Está tan motivado y gime tan alto que me da angustia parar y dejarle así. Así que sigo dale que dale hasta que en unos 3 minutos…. se corre.

Sigo intentando convencerme a mi misma de que en peores plazas hemos toreado y que seguro que ahora viene y me come el coño con mucho ímpetu pero… MEEEEEEEEEC, ERROR.

 

El chiquillo se levanta, se va a lavar su preciado juguete, y al volver a la cama me dice que por favor no me lo tome a mal, pero que le he dejado agotado y que casi mejor que nos vemos otro día.

Vamos, que me echó de su casa sin haberse dignado a provocarme un orgasmo o ni tan siquiera haberlo intentado. Es más, sentí que me utilizó para que le metiera el bicho ese en el culo porque le daba más morbo que hacerlo él solo y listo. Si te he visto no me acuerdo.

Por supuesto fue cerrar la puerta y bloquearle. Mira que he tenido experiencias malas y he vivido cosas bizarras, pero creo que el tal Peter se lleva la palma. Me sentí como un consolador humano y eso amigas, NO MOLA NADA.

 

 

Envíanos tus historias y follodramas a [email protected]