¿Alguna vez habéis acabado en el hospital tras un polvo? Yo sí, y no es divertido. Bueno, igual ahora que han pasado meses desde el traumático incidente me descojono un poco, pero en el momento hasta lloré. Con eso os digo todo.

Corría el año 2018 y era una calurosa tarde de agosto en Madrid, sin pastuqui para poner aire acondicionado en mi casa de alquiler y con una nevera pequeña porque mi casero es un rancio. Podía echarme croquetas congeladas en el agua para refrescarme, pero me daba palo. 

Yo llevaba un tiempo decaída desde que me dejó mi exnovio. Resulta que me puso los cuernos con una chica de su trabajo y cuando le pillé me llamó paranoica. Aclaro que le pillé literalmente enrollándose con ella. A lo mejor me engañaron los ojos, qué sé yo… Pero bueno, esa es otra fantástica historia que no viene a cuento. Lo importante es que yo estaba de bajona y quería echar un polvo.

Mis amigas estaban tan felices con Tinder que me dio un poquito de envidia, así que me lo descargué para ver qué pasaba. Tampoco quería una historia de amor, con un orgasmo me conformaba.

Llevaba tanto tiempo sin ligar que todos me parecían pibones, hasta los que no tenían foto. Like, like, like… Esa era la dinámica, y de repente un supermatch. Abro el perfil y es un tío que está más bueno que los de las películas de Vengadores. Fue ver su foto y mi coño se convirtió en la mezcla perfecta de Coca cola y Mentos. Estaba on fire.

Empezamos a hablar un montón y la cosa se fue caldeando hasta que un día me motivé y le invité a mi casa. Era obvio que queríamos tema, así que ni siquiera me molesté en descargar una película buena. Puse la primera que tenía en el disco duro externo y a los 5 minutos ya nos estábamos dando el lote.

Trasladamos el campamento a mi habitación y con el ardor del momento me dijo: «gírate, que te voy a dar un masaje». Yo jamás rechazo un masaje. Me parece una ofensa. Es como si te ofrecen un trozo de tarta y dices que no… No tiene sentido. Total, que era feliz: polvo y masaje, el tío era perfecto.

Me giré, cerré los ojos y de repente empezó a echarme algo por el cuerpo. Yo pensé que era algún lubricante que tenía guardado en el cajón de los condones. Sí amigas, las mujeres también tenemos que tener condones, que nunca se sabe, y mi mesilla parece una tienda erótica con vibradores, estimuladores de clítoris, condones de todo tipo y lubricantes de sabores. Total, que me relajé y disfruté. Empezó a bajar sus manos hacia mi parrusa y me masturbó, pero al meterme un dedico por el chirri algo me olió mal. No literalmente porque eso olía a naranjas, pero ya me entendéis. Me empezó a escocer el coño como si me hubiesen quemado con un mechero. 

Me puse de pies muerta del dolor y le pregunté que qué me había echado, porque yo había probado todos mis lubricantes y jamás me había pasado eso.

«Pues tía, ese aceite de masaje que tienes en la mesilla.»

Os voy a enseñar una foto del «aceite de masaje»:

Sí amigas. Era un ambientador de esos de palitos que compré en el Mercadona. Me había puesto eso en el coño y quemaba, quemaba mucho. Y ya no sólo era el escozor, sino que además empezó a ponerse rojo como un tomate. Pero oye, menos mal que estaba el muchacho ahí, porque fue todo un héroe. Spoiler: NO.

Se acojonó, me dijo que tenía prisa y se piró de mi casa. Y yo me tuve que ir a urgencias sola en un taxi con un vestido y sin bragas para que nada me rozase los bajos. Ah, y lo peor de todo es que ya no me gusta el olor a cítricos, he tenido que cambiar de ambientador y no encuentro ninguno que me termine de molar. Todo son dramas.

Postdata: como veis en la foto, ahora he puesto el ambientador encima del armario no vaya a ser que otro iluminado me lo vuelva a untar en el coño.

Anónimo

 

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