Mi prima Mara siempre dice que con esta historia ha conseguido mearse encima un millón de veces. No tengo nada claro que esto sea positivo ni negativo, pero al menos me reconforta saber que mi ‘patosismo’ de nacimiento valga para algo.
El asunto es que cuando conocí a Hugo en las fiestas del pueblo a los calores habituales del verano se le sumó una calentura incontrolable por todo mi cuerpo. Yo llevaba como seis meses sin un buen magreo y verlo a él allí sujetando su vaso de cartón, con esa blusa hawaina súper hortera y su sonrisa profident… es que no podía ponerme más burra.
De esta manera tan poco romántica fue como marqué mi objetivo de aquella noche en acercarme a aquel chico No me puse el listón muy alto y lo único que pensé fue en poder intercambiar un par de sonrisas y si eso presentarnos para ir allanando el terreno de cara al resto del verano. Pero oye, que los astros se alinearon y en cuanto tuvimos el primero contacto el pivón que era Hugo casi me hizo la ola y me lo puso todo la mar de fácil.
Aquello de tener que ir a pico y pala, ¿pa’ qué? Fue ponerme a su lado y tener un primer contacto visual y en cuestión de segundos estar allí los dos comiéndonos los morros apoyados contra la espalda de uno de sus colegas. Sí, todo muy romántico, ya os lo dije.
Allí seguía sonando temazo bachatero tras temazo bachatero y cada minuto que pasaba la gente iba peor, así que como la chispa entre Hugo y yo ya estaba más que prendida le propuse largarnos a dar un paseo y lo que surgiera.
Resultó que Hugo, al que yo no había visto en el pueblo nunca antes, era el encargado de una de las colchonetas de las fiestas. Estas míticas de la Patrulla Canina en las que pegas un bote y sales disparado. A mí me importó más bien poco aunque pronto me di cuenta de que aquel era un detalle imprescindible para nuestro follisqueo festivo. Nos estábamos dando el lote casi espatarrados en una zona apartada del pueblo cuando de repente Hugo me dijo que si eso nos podíamos ir a una zona algo más blandita. ¿Y qué zona blandita podía haber en aquel pueblo?
El hinchable estaba todavía lleno de aire aunque según sus palabras lo suyo era vaciarlo para que nadie lo usase de noche. Entró él primero y detrás yo, no sin antes cumplir con las normas y dejar el calzado fuera. No nos podíamos haber ido a su caravana, o a mi coche, no, íbamos a follar allí mismo, mientras Marshall y Skie nos miraban asustados. Cuánta perversión en un lugar tan inocente.
Él se pone de rodillas y se empieza a quitar la camisa hortera, yo allí de pie intentando no perder el equilibrio sin saber si ponerme a saltar o lanzarme a sus brazos y dejarme hacer. Opté por la segunda opción y después de encontrármelo a él allí en pelotas me fui quitando el vestido mientras le dejaba que me comiera la oreja, el cuello y todo lo que le diera la gana.
Me tumbé sobre aquella colchoneta y Hugo empezó a follarme con ganas. Lo estaba disfrutando, no lo voy a negar, pero después de un rato allí tirada el plástico del hinchable se me empezaba a pegar al culo y a la espalda y más que placer lo que sentía eran unos tirones en la piel muy desagradables. Le digo que ahora yo encima, y con mi espalda sudorosa me pongo a cabalgar sobre Hugo.
‘¡Así síiiiiiii!‘ En cuestión de segundos me di cuenta de que los botes acompasados con mis rodillas sobre el hinchable me hacían gozar muchísimo más. Era como si subiera bien alto y después cayera sintiendo mucho más el pene de Hugo en mi interior. ¡Pero qué movida era esa! Me puse como loca y fui aumentando la intensidad cada vez más y más. Aquel chaval alucinaba pero era más que evidente que estaba gozándolo igual que yo. Venga para arriba y para abajo, volvía a caer con brío sobre Hugo, y otra vez y otra más…
Y entonces, en uno de esos botes la cosa salió mal. El salto fue tan alto que para cuando volví a caer en lugar de hacerlo donde debía, digamos, me desvié un poco y su polla terminó incrustada con ganas dentro de mi culo. Os juro que lo que vi entonces no fueron las estrellas, sino más bien todas las constelaciones juntas.
Me quedé petrificada, casi con los ojos fuera de las órbitas y Hugo lo único que añadió fue un ‘¡jooooooodeeeeeeer!’ que no sé si fue de dolor o de lo mucho que le moló la sorpresa. Yo por mi parte no podía casi ni moverme. Tenía su pene dentro de mi culo, a mí por la retaguardia no me habían dado en la vida y todo lo que sabía era que de hacerlo era necesaria mucha calma y cuidado. Allí cero calma, cero cuidado… Hugo empezó a pedirme que hiciera algo, que empezaba a hacerle daño.
‘Esquiusmi????! Tengo una gran parte de tu polla en mi culo, algo con lo que no contaba, si hablamos de dolor igual yo tengo algo que decir…‘ Lo pensé, de verdad que lo pensé, mientras me apoyaba en su pecho y con cuidado dejaba salir su miembro de mi trasero.
No hubo sangre ni desgarros, toda una suerte por lo que pude saber más adelante. Ahora, también fue real que aquella noche dormí boca abajo y no hubo quien se acercara a mi culo en mucho tiempo. Hugo y su hinchable de la Patrulla Canina estuvieron en el pueblo tres días más, y aunque en lo sexual lo nuestro se quedó en aquel terrible accidente, todavía nos echamos algunos bailes delante de la orquesta por las risas y un poco por aquel salto que nos había unido más de lo que esperábamos.