Esta historia comenzó donde comienzan todas las buenas historias, en el mágico mundo de Tinder. La dinámica ya la conocéis de sobra; chica conoce chico, chica y chico intercambian WhatsApps, chica empieza a meter fichas porque está más bueno que el pan recién hecho del Mercadona, chico le sigue el juego porque está más salido que la esquina de una mesa y la magia fluye.

Fueron dos semanas guarreando a un nivel mágico (mágico nivel Pornhub, no mágico nivel Disney). Que si te voy a meter más rabo que cuello tiene un pavo, que si me pones el pussy como un jacuzzi, y al final decidimos quedar para hacer en persona todo aquello que nos llevábamos prometiendo semanas vía móvil.

Resulta que la menda trabajaba ese sábado. En mi empresa me tenían muuuuy puteada y tenía unos horarios de mierda, pero me dio igual el cansancio que tenía por haberme despertado a las 6 de la mañana, porque yo quería ver a mi ligue y bailar el mambo horizontal.

– Bueno, ¿a qué hora quedamos?

– Yo hoy curro mañana y tarde, pero a las 10 salgo y seré libre como el sol cuando amanece.

– Perfecto, pues a las 10 y media en la plaza.

– Chachi, allí nos vemos.

– Me muero de ganas de verte.

A la hora de comer me empezaron a entrar los nervios. ¿Y si no iba bien? ¿Y si el tío es un capullo? ¿Y si no me gusta? ¿Y si tiene la polla torcida como una señal de tráfico después de un accidente? ¿Y si huele a bacalao? ¿Y si YO huelo a bacalao después de todo el puto día currando? Mmmm… Tal vez debería darme un agüica en la parrusa antes de verle. ¿Y si me baja el reglote? Nena, estás tonta, te baja en 15 días.

Y entre rayadas mentales, me pasé 8 horas idealizando lo que iba a ser la cita de mi vida, el polvo de mi vida.

Llegó la hora de la verdad: salí del curro. Antes de poner los pies en la calle me pasé por la cafetería, me compré una botellica de agua en la máquina y me acerqué al baño. Mi chochet es divino, pero entre la sudada que llevaba y el cachondismo extremo imaginando a mi maromo, eso parecía la ciénaga de Shrek. Podéis imaginarme con una pata subida a la taza, una mano sujetando la puerta del baño y otra mano mojándome tol asunto para dejar eso más limpio que un anuncio de KH-7. DIGNIDAD ON FIRE.

Con el tema como los chorros del oro, salí dirección a la plaza. 15 minutos que se tarda en llegar y a mi se me hicieron más largos que la trilogía del Hobbit. Pero nada, que llegue y ahí estaba él esperándome. Un pibonaco rubio, de ojos azules y una sonrisa pícara que ya se intuía en las fotos. Nos miramos y nos reímos sin saber muy bien si darnos dos besos, un abrazo o un apretón de manos.

Al final nos decantamos por los besos y pusimos rumbo a un bar con poca luz y cerveza buena, bonita y barata. A la segunda jarra ya nos estábamos comiendo tol morro. Parecíamos perros bebiendo agua en plena solana de agosto. Del morreo, pasamos a los magreos. Del magreo, pasamos al “uy, que te he tocado la polla sin querer jijiji vaya casualidad”. Eran las 3 de la mañana y eso estaba más duro que el turrón de 1 euro que compro en Navidad.

Rumbo a su casa con un pedo terrible. Había perdido la cuenta de las cervezas que llevaba en vena, pero me daba igual todo porque lo que auguraba era el mejor polvazo de mi vida.

Su casa estaba a 10 minutos, pero como nos dimos el lote en cada portal que pillamos por el camino, acabamos tardando media hora en llegar. En el ascensor yo ya perdí las bragas literalmente, y al entrar en su casa ya nos estábamos comiendo todo.

Me llevó a su habitación y le empujé contra la cama. Le empecé a comer hasta el alma, parecía un dementor. Hasta ahí todo perfecto. El problema llegó cuando me tumbé esperando mi turno. Fue girarme y de repente cayeron como una losa sobre mi las 22 horas que llevaba despierta y las 6 jarras de cerveza que me había metido entre pecho y espalda.

Cabe decir que yo soy una señora bien, señora fetén que necesita sus 8 (tirando a 9) horitas de sueño y que, como diría Mónica Naranjo, “no me dormí, Aitana, no me dormí”, pero mi cerebro desconectó. Juro que a día de hoy sigo sin entender que cojones me dio, pero mientras me estaba comiendo todo empecé a decir cosas sin sentido.

Yo – Va, venga… Vamos a contar hasta diez.

“¿QUÉ COJONES ACABO DE DECIR? ¿QUÉ ME ESTÁ PASANDO? ¿ME HE QUEDADO MEDIO SOPA MIENTRAS ME COMEN EL COÑO? ¿ME HABRÁ OÍDO?”

Él – ¿Quéeeee?

“MIERDA, ME HA OÍDO. IMPROVISA TÍA, IMPROVISA.”

Yo – Que me pones a cien.

Él – Y tú a mí.

“VENGA, HAS SALVADO LA DIGNIDAD. NO TE DUERMAS POR LO MÁS SAGRADO QUE HACE MESES QUE NO TE COMEN LA PARRUSA ASÍ.”

Pero de nada me sirvió intentar aguantar despierta porque me volvió a pasar.

Yo – ¿Pero qué película vamos a ver?

“NO JODAS, OTRA VEZ. ESTO ES PEOR QUE LAS CLASES DE HISTORIA DEL INSTITUTO CUANDO SE ME CERRABAN LOS OJOS MIENTRAS EXPLICABAN LA TRANSICIÓN. NO PARECE QUE SE HAYA ENTERADO… IGUAL MIS MUSLACOS SON COMO UNA HABITACIÓN INSONORIZADA. MENOS MAL.”

Yo pensaba que no te podías quedar sopa mientras te metían un dedo por tus partes nobles, pero sorpresas te da la vida.

Yo – Mira que a mi me gusta más la paella con gambones.

Él – ¿Qué dices, tía?

Y claro, ahí ya no se me ocurrieron excusas ni películas que montarme, porque decirle “nada nada, que voy a comerte la polla y los cojones” como que no quedaba fino. Le dije la verdad con todo el dolor de mi corazón porque sabía que ahí se acabaría el polvo.

Yo – Mira, que me estoy quedando dormida. Me estás comiendo el coño como en mi vida lo han hecho. Te pongo un 10. Matrícula de honor. Te convalidarían cinco asignaturas de la carrera por lo que acabas de hacer… Pero me he despertado a las 6 de la mañana y mi mente no aguanta más.

Él se río, me besó y nos dormimos haciendo la cucharita. Al día siguiente echamos un polvazo en condiciones y sorprendentemente no salió huyendo después de esa primera cita. Después de un año seguimos juntos y felices.

Follodrama: la bella durmiente