Tengo un amigo con el que siempre me he llevado genial, con el que puedo hablar de todo y hay muy buen rollo. Al principio, cuando nos conocimos, había una atracción bastante importante. Un día me invitó a su casa y preparamos la cena juntos, y luego cenamos con dos copitas de champagne en la terraza. Solo faltaban las velitas. Me encantó. Más tarde, fuimos al sofá y él se lanzó y empezamos a liarnos.

Después de esa cita, vinieron bastantes más. Hasta que un día surgió el amor. Pedimos comida china a domicilio, y ya nos veis en el sofá, comiendo pollo con almendras y arroz tres delicias, mientras veíamos una peli. Después de la cenita estábamos tan a gustito, tan soft, que empezamos a darnos mimos. Estábamos muy acaramelados: él me acariciaba el pelo, yo estaba recostada sobre su hombro… y acabamos en su cama. 

La cosa parecía ir bien, pero cuando llegó el momento de tocarle el pene, noté que era enorme. Era el pene más grueso que había notado nunca. Yo le hice un comentario acerca de su tamaño y él parecía un poco entre avergonzado y orgulloso, no sabría decir. La cuestión es que tuvimos que utilizar bastante lubricante y saliva, y aún así, cuando me penetraba me dolía. Seguramente no fue solo porque era un pene grande, sino que también yo no estaría tan dilatada como debería. 

El caso fue que este chico intentaba penetrarme en profundidad, pero yo no podía recibirlo como me hubiera gustado. Finalmente, acabamos los dos, pero cuando acabó él, acabó literalmente por toda la habitación. Tenía muchísimo esperma y acabó en las sábanas, en el suelo, en la pared, en la almohada, y en mi cuerpo. No me preguntó si yo estaba de acuerdo, simplemente lo hizo. Eso es algo que me da rabia, que den por sentado que algunas prácticas sexuales ya se consienten de por sí, solo porque el sexo es un ámbito privado de libertad en la pareja; pero eso sí: siempre que sea consensuado. Y este paso del consenso, se lo saltó a la torera.

A él parecía resultarle lo más normal del mundo, y me callé, cosa que hice mal, porque estábamos en su casa, y al final, pensé, lo tendrá que limpiar él. Pero un día que vino a mi casa, volvió a pasar lo mismo. Volvió a soltar esperma a diestro y siniestro y pensé: mira, no ganaré para productos de limpieza y horas lavando las sábanas, así que no me compensa que venga más. 

Con buenas palabras, le dije que no nos entendíamos en la cama, y que mejor siguiéramos siendo amigos. Nunca hablamos del tema, más que nada por la dificultad que encontré a la hora de abordarlo, porque me pareció que podía herirle, y porque, total, si yo tenía claro que solo quería amistad, ya no valía la pena.

Pero aún hoy me pregunto por qué no dije nada, por qué me callé por algo que realmente me molestó. Ahora voy aprendiendo a decir lo que me molesta, pero es algo que me está costando, porque es cierto que a las mujeres se nos educa para agradar, y que a la hora de poner límites tenemos muchos problemas, y nos guardamos todo lo que nos molesta. Hasta que llega un momento en que no nos queda otra que decir lo que es. Porque la verdad es la mejor aliada. 

Lunaris