Mis padres tuvieron mucha suerte conmigo.

No es por tirarme del moco, es que es así. Por lo que me cuentan, fui un bebé muy bueno, una niñita adorable y, a partir de ahí, ya lo recuerdo yo. No les di ni un problema. Ni siquiera durante la adolescencia.

Era buena estudiante, no me metía en líos, no fumaba, no bebía, no andaba con chicos…

Así que se ve que se me quedaron etapas pendientes de quemar, que fue cumplir los treinta y empezar a hacer todo lo que no hice en su momento.

Lo bueno es que como el despendole me pilló siendo adulta, yo me lo guiso, yo me lo como y mis padres no tienen por qué enterarse de nada. Y todos contentos.

Porque a buen seguro que no les haría puñetera la gracia conocer la mitad de la mitad de mis correrías de los últimos dos años. Si es que estoy desatada. Pero como no soy un peligro para los demás ni para mí misma, creo que por el momento no me voy a cortar un pelo y voy a seguir con mi rollo.

Es que… me pasa cada cosa…

Tengo historias para varios posts, aunque la que os quiero contar es la de cuando fui a una cata de vino y acabé de intercambio de parejas con el vecino.

Fui a una cata de vino y acabé de intercambio de parejas con el vecino
Foto de Jep Gambardella en Pexels

No es la más gorda que he liado, si bien sí es la más… extrema, digamos. No porque la experiencia en sí lo sea, sino porque para mí fue algo muy extraordinario. Como decía antes, hace un tiempo me solté la melena, no obstante, lo que quería decir con eso es que dejé todos mis remilgos atrás y empecé a tener sexo con chicos cuando y donde me daba la gana. Pero hasta ahí, siempre dentro del tradicional chica conoce chico. Chica folla con chico. Chica lo pasa bien con chico. O no lo pasa bien y entonces no repite porque, tía, será por chicos.

Pues todo empezó con uno de esos chicos con los que me lo pasaba bien.

O, en realidad debería decir que empezó con otro chico con el que apenas había intercambiado algunas frases: Mi vecino de enfrente.

Es mi vecino de enfrente, pero no vivimos en el mismo portal, ni siquiera en la misma calle. Nuestras casas comparten patio de luces. A pesar de esto, podría hablar de él durante horas, porque, uno, el tío está muy pero que muy bueno; dos, la ventana de mi dormitorio da a la ventana del suyo. Es un patio pequeño y oscuro, sin embargo, hay momentos en los que las vistas de mi cuarto son mil veces mejor que las de las ventanas que dan a la calle.

El tema es que el chaval debe andar corto de camisetas. Y, otro dato interesante, folla muchísimo. Con muchísimas. Y todas gritan y jadean como si se lo estuvieran haciendo con un dios del sexo.

No es que le espiara, no. Ni que me hubiera hecho una idea de cómo debía de ser ese hombre en la cama, ni nada, eh. Qué va…

En cualquier caso, ese tío estaba totalmente fuera de mi rango. Podía describir su torso con gran precisión, pero lo más que habíamos hecho era saludarnos con un cabeceo cuando coincidíamos tendiendo la ropa. De hecho, yo pensaba que era un pelín gilipollas.

Por otro lado, llevaba unos meses viéndome con un chico muy majo que se me vino a la cabeza en el mismo momento en que recibí una invitación a una cata de vinos en la Ribeira Sacra.

A él le encantó la idea y allá que nos fuimos con la intención de pasar un finde bebiendo, fumando y jodiendo.

Poco podía haber imaginado yo que, justo antes de entrar a la primera cata, alguien me iba a dar un golpecito en el hombro, decirme ‘hola, vecina’ y darle un nuevo sentido a lo de ‘bebiendo’ y, sobre todo, a lo de ‘jodiendo’.

 

Fui a una cata de vino y acabé de intercambio de parejas con el vecino

 

La verdad, me costó reconocerlo. Entre que estábamos en otra comunidad autónoma, que llevaba camiseta, que sonreía y que iba de la mano de una chica, pues como que me desubiqué un poco. Y es que, joder, menuda casualidad encontrarnos a tantos kilómetros de nuestro barrio.

El tío debía de ir ya medio entonao. Porque estaba de un agradable… Se presentó, nos presentó a su chica, charlamos un poco… Cuando me di cuenta íbamos de vino en vino los cuatro juntos en cuchipandi y yo no podía estar flipándolo más. O eso pensaba.

Cuando nos echaron de la última bodega, mi vecino nos invitó a picar algo en la casa que habían alquilado. Yo flipé, pero no dije que no porque mi acompañante parecía aún más entusiasmado que yo misma.

Para cuando nos terminamos la botella que abrimos en aquella casita de piedra tan cuqui, yo iba más pedo que Alfredo y todos sus amigos en su despedida de soltero. Ojo, controlaba, era dueña de mis actos, pero… de aquella manera. Y, aun estando de aquella manera, flipé lo más grande de mi vida cuando me vi sentada en un sofá de tres plazas con mi vecino el fucker acariciándome el muslo a un lado, y a su chica sentada sobre las rodillas del mío al otro.

Que yo me dije ‘ay, dios, que me he pillado un coma etílico y mira la que me estoy montando en la cabeza yo sola’.

Sin embargo, pronto supe que no era un delirio inconsciente cuando mi chico me agarró de la mano y me dijo si podíamos hablar fuera un momento.

Qué conversación, amigas. Me cuenta alguien que voy a hablar en esos términos con un tío con el que llevo un tiempo saliendo y le digo que jamás in da fucking life.

Pero, si yo tenía ganas, mi colega no tenía menos. Así que hice lo que tenía que hacer, dejarle caer que bueno, era un poco incómodo, pero si él quería darse el gusto, pues nada, me sacrificaba. Ejem…

Entramos en la casita, tomamos de nuevo nuestras posiciones en el sofá y nos empezamos a enrollar con nuestros compis de cata allí mismo.

Yo no sé cómo le fue a él, porque una de las cosas que acordamos fue no comentar la jugada.

Solo sé que fui a una cata de vino, que acabé de intercambio de parejas con el vecino y que entendí a qué se deben los gritos que salen del dormitorio del chaval varias veces por semana.

Mi acompañante y yo nos fuimos de madrugada, después de un encuentro fortuito en el baño en el que decidimos que ya era hora de salir de aquel cuadro porque allí ya estaba todo el pescado vendido.

Nos vimos solo un par de veces más después de aquello.

Al vecino tampoco lo volví a ver. Básicamente porque solo subo el estor para tender y porque, entre las tarifas de la luz y que no sé cómo mierda mirarle a la cara, ahora pongo las lavadoras de madrugada.

Con eso y todo, a veces escucho gemidos, me vienen como flashes de aquella noche y me entra la risa tonta.

 

Anónimo

 

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