Estoy segura de que de Sandra tenía muchos planes de futuro. Al igual que su hermana Alba o su madre María Elena. Pensarían a diario en qué harían mañana, o pasado, o las próximas navidades. Ellas, como todas nosotras, serían conscientes de la lacra que es la violencia machista hoy en día pero ¿cómo pensar que un asesino te va a quitar la vida?

Como ellas, cientos de víctimas que se suman a una interminable lista de mujeres que han muerto a manos de hombres sin escrúpulos. Mujeres que han sufrido de cara el miedo, el terror al vivir a diario con un delincuente. Mujeres que poco a poco se hacen pequeñas a la sombra de ese monstruo que les roba la vida hasta dejarlas sin respiración.

Eran las once de la noche y revisaba mis redes sociales como cualquier otro día. Todo parecía indicar que no había nada nuevo en el horizonte, hasta que el comentario angustioso de una madre encendió todas las alarmas. En medio de un grupo de maternidad una joven pedía ayuda asediada por el nerviosismo y la desesperación, aterrada por una expareja que llevaba buena parte de la tarde y de la noche acosándola en el interfono y aporreando su puerta.

 

Tengo dos niños pequeños y ya no sé qué hacer, me da muchísimo miedo que entre en casa‘. Sus palabras transmitían un miedo feroz. Las recomendaciones y los ánimos comenzaron entonces a sumarse en aquel agónico post nocturno. Decenas de mujeres poniendo su granito de arena ante una historia, por desgracia, ya conocida: el miedo a denunciar.

Ideas sobre cómo bloquear la cerradura, apoyos completamente desinteresados hacia una mujer desconocida pero que, claramente, necesitaba la ayuda de una buena manada. A cientos de kilómetros pero sintiendo prácticamente en la propia piel ese miedo al escuchar un golpe al otro lado de la puerta. Desde ese instante, todas éramos ella. Se acumularon las propuestas para darle acogida sin pedir nada a cambio, incluso muchas madres en plena madrugada se ofrecieron a ir a su casa para paliar un poco el miedo.

La Policía al otro lado del teléfono informaba: ante un nuevo ruido en el rellano, denos un aviso. Pero sin denuncia poco se puede hacer más allá de ahuyentar momentáneamente al monstruo. Del pestillo de la puerta cuelga una taza llena de cucharas, una alarma casera que al menos puede darnos un descanso esta noche. Los pequeños han caído rendidos y, aunque ven nerviosa a mamá, son demasiado pequeños para entender nada. ‘¿Y si mañana me está esperando en el portal?‘. El terror no cesa, así no se puede vivir.

Si esa persona provoca en ti ese sentimiento de angustia desmedida, si te hace pensar en que les puede hacer daño a tus hijos, no merece la libertad, no merece continuar impune. La violencia machista no se deja ver tan solo en una paliza descomunal, sino también en el sentir de la víctima. Ese hombre vaga por las calles pensando en cuál será el mejor momento para volver a intentarlo, sin conocer sus planes una vez haya conseguido entrar en casa. No se puede permitir tal cosa. Tu casa es tuya y de nadie más. No es tan solo cambiar la cerradura, es demostrarle que no tenemos miedo a ir a comisaría y decir ‘es él, esa persona que me está acosando‘.

Aquella interminable noche ha marcado un antes y un después para muchas. Hemos aprendido que, además de gritar bien fuerte, también hay que actuar. ‘Hagamos un listado, todas aquellas que estemos dispuestas a dar el cien por cien digamos de dónde somos, de esta manera cualquier mujer que nos lea, sabe que puede contar con nosotras ante la más mínima situación de miedo‘. El vello erizado ante los cientos de mensajes, de todas las partes del país, incluso del mundo, de madres que abren sus puertas contra la violencia machista.

Somos muchas y juntas nos hacemos más y más fuertes. Todas deberíamos sumarnos a este movimiento de brazos abiertos. Mujer, si no sabes dónde ir no dudes en recurrir a mí. Antes éramos malasmadres pero nos hemos convertido en la manada que muchas necesitan.

Mi Instagram: @albadelimon