¡Ay, chicas! Gracias por hacerme sentir tan especial. Jamás habría imaginado que una pequeña parte de mi vida podría interesar a alguien, y mucho menos de la manera en la que vosotras habéis recibido cada una de mis palabras. Como soy una persona fiel a mis promesas, hoy os traigo otro pedacito de mi aventura con Manu. Ya os adelanto que quizás no es todo lo que perfecto que os podríais esperar – o que yo misma quería esperar – pero en ocasiones es mejor toparse rápido con la piedra, ¿no?

Tras una tarde alucinante Manu y yo nos despedimos en mi portal asegurando volver a vernos al día siguiente. Como ya os conté, la conexión entre nosotros era increíble y creo que de un modo u otro los dos estábamos deseando comernos a besos y lo que no son besos. Pero a mí algo me decía que mejor ir poco a poco. Siempre he defendido que cada quien haga lo que le apetezca con su cuerpo, yo de hecho he tenido relaciones esporádicas con tíos a los que apenas conocía un buen montón de veces. Aun así con él era distinto, una parte de mí me pedía que tensara un poquito más la cuerda para de esa manera disfrutarlo todo mucho más. Cosas de una, ¿qué queréis que os diga?

Así que ese mismo domingo a mediodía le escribí un mensaje preguntándole cuál era el plan. Me había quedado con la miel en los labios después de ese último beso a la entrada de mi casa y llevaba horas pensando en la sonrisa de ese chico del que me estaba colando como una niña pequeña. A ratos me sentía un poco idiota, me reprochaba a mí misma el sentirme feliz porque un chico como Manu me hubiera correspondido. Ya sabéis, toda una vida dando con auténticos imbéciles, y cuando de pronto un chico genial te presta un poco de atención, te vienes arriba demasiado rápido.

Pasaron los minutos, llegaron a pasar un par de horas, y ante la ausencia de Manu empecé a darle vueltas al coco no os imagináis de qué manera. Eran casi las 5 de la tarde y mi mensaje no estaba todavía ni en visto. No sabéis el millón de ideas que hicieron aparición en mi cabeza segundo a segundo. Un Manu que de repente pasaba de mí porque soy una gorda asquerosa, un Manu que ha tenido un accidente, un Manu que realmente tiene novia y solo había jugado conmigo aquella tarde… Volví a caer como la mayor de las pánfilas y destiné toda la tarde del domingo a encerrarme en mi piso y ver películas románticas de las de lágrima fácil esperando que en algún momento mi teléfono vibrase.

Y no lo hizo hasta que eran casi las 11 de la noche, cuando ya había perdido toda esperanza y empezaba a martirizarme por si realmente yo misma había hecho algo mal. Una llamada entrante de Manu hizo que mi corazón de repente diese un vuelco. La explicación fue rápida: Luka había tenido un accidente por culpa de una moto que se había saltado un semáforo y los dos se habían pasado toda la tarde en el veterinario. Cero batería en el móvil y hasta esa intempestiva hora no habían regresado a casa. Diagnóstico: Una pata rota.

¿Y lo mal que me sentí yo? Primero, por ser una maldita egocéntrica y, segundo, por haberme pasado casi todo un día acribillándome con mil movidas cuando hay muchas cosas más allá de lo superficial. Le ofrecí a Manu toda mi ayuda con el pobre Luka y prometimos vernos un día entre semana. Me tocaba librar el martes y pensamos que podríamos fijar la cita para entonces.

segunda cita

Nos volvimos a cruzar al día siguiente. Aunque con las prisas habituales, pude pararme para preguntarle por Luka y su pata. Él me dijo que el pobre es un mimosillo pero que todo parecía ir bien. Por suerte la fractura no había sido todo lo mala que se esperaban. Apenas dos minutos de conversación, nos miramos pensativos, como si no supiéramos muy bien qué hacer antes de retomar cada uno nuestro camino, y cuando estaba a punto de soltar un ‘hasta luego’ muy inocente, Manu me regaló un pequeño beso de buenos días que se me quedó grabado durante toda aquella mañana.

Volvíamos a la carga, o al menos mi autoestima parecía ponerse en marcha de nuevo. Llegué al trabajo cantando bajo la mascarilla y dejando a todas mis compañeras boquiabiertas.

¿Qué bicho te ha picado a ti, niña?‘ Me preguntó Tere, la más mayor de todo el supermercado (y también la más sabia).

¿A mí? Nada… La felicidad…‘ Respondí esparciendo el hielo picado sobre la mesa sin dejar de canturrear ni un segundo.

Ahora me dirás que has conocido a alguien, ¿no? Las chicas de hoy en día es que no aprendéis, llevas meses cabizbaja y paseándote por aquí como un alma en pena, y de repente das con un hombre que te gusta y eres otra de la noche a la mañana.‘ Alzaba la voz palabra a palabra como convirtiendo aquello en un discurso dirigido a toda la plantilla. ‘No aprenderéis nunca, vuestra felicidad no puede girar en torno al casito que os hagan los hombres, ¡eso no puede ser!

Desde el otro lado del supermercado, todavía cerrado, se escuchó un ‘¡amargadaaaa!‘ con el que otra de mis compañeras decidió poner punto y final al alegato de Teresa. Yo continuaba subida a mi nube de felicidad absoluta, pero como sorda no soy (y tonta tampoco), sus palabras empezaban a hacer un poco de mella en mi estado de ánimo.

Aquella tarde Manu retomó su ya clásico mensaje de cordialidad y tonteo preguntándome si todo había ido bien por el mundo de los pescados y mariscos. Me dejé llevar olvidando por un instante que quizás debería intentar controlar un poco más mis niveles de fascinación. Después de un buen lote de ‘lo que yo te haría ahora mismo‘ ‘y yo a ti más‘, decidimos vernos al día siguiente sin concretar nada más. Temprano, algo así como una siesta.

Manu salía de trabajar a las tres y media, y poco tiempo después ya estaba apretando el interfono de mi casa. Personalmente había decidido que vernos una película juntos y cabecear un rato era una gran idea, aunque también sabía que eso de ‘vente a mi casa a ver Netflix‘ realmente tenía otro significado para todo el mundo. Lo esperé con una mezcla entre los nervios y la ilusión, y para cuando al fin lo vi sentado en mi sofá… ahí empezó todo.

Entre bromas y un tonteo que bien podría figurar en las enciclopedias de lo absurdo, nos decantamos por una película de esas que desde el minuto uno llaman a tenerla como fondo para cualquier otro plan alternativo. No habían terminado los créditos del principio cuando empecé a sentir los dedos juguetones de Manu acariciando con soltura una de mis piernas. Creando un cosquilleo que me atontaba una barbaridad.

segunda cita

En seguida supe de qué iba aquel dibujo que repetía sin parar subiendo más allá de mi rodilla. Me incorporé intentando parecer todo lo sexy que podía dar de mí y me lancé a sus labios. Sin frenos ni paracaídas, los besos de Manu me transportaban una vez más a otro lugar. Mi corazón se aceleraba igual que aquella tarde en el parque, empecé a imaginar, a pensar en todo lo que la vida nos depararía juntos.

Mi cabeza comenzó a maquinar una vez más, perdí la noción de lo que estaba pasando en mi salón, y de repente un golpe súbito de realidad me golpeó muy fuerte. Lo mal que lo había pasado la tarde del domingo esperando por su respuesta, la ansiedad al no sentirme correspondida, el miedo a volver a verme sola. ¿Y si él solo se lo estaba pasando bien sin querer nada más? ¿Qué pasaría si al conocerme decidía que no le gustaba lo suficiente?

Unas ganas horribles de llorar se aglutinaron en mi garganta, me contuve pero dejé de besar y acariciar con pasión a Manu. Estaba sentada en su regazo, seria y sin saber muy bien qué me estaba pasando. Él me miraba desorientado.

Ey, ¿pasa algo?‘ Me preguntó con cara de preocupación.

No… no pasa nada contigo, soy yo, en serio son solo movidas mías…

Me levanté y me fui directa a la cocina, intentando respirar y regresar así a ese maravilloso momento en el que Manu y yo nos olvidábamos de todo y solo necesitábamos tocarnos y comernos muy despacio. Me bebí un vaso de agua y volví al salón. Allí estaba él, todavía sentado en mi sofá, observándome sin saber cómo actuar. La angustia en mi interior continuaba latiendo con mucha fuerza. No comprendía qué me estaba pasando.

¿Pero te encuentras bien? No tienes muy buena cara, ¿necesitas algo?‘ Manu se levantó y se puso frente a mí.

No quiero comerte la cabeza con mis historias, de verdad. Estoy bien, pero me rayo por absolutamente todo, solo es eso…

Ni te preocupes, en serio, ni tenemos que follar ahora mismo, ni tampoco estar todos los días ahí tan a tope. Si he estado más pendiente de ti es porque me gustas mucho, pero igual te he asustado o algo…

Me empecé a sentir peor. Tampoco quería que Manu de repente se separase de mí. Del día a la mañana, tras aquella tarde tan perfecta en el parque había hecho de sus mensajes y de todo él una constante que necesitaba muchísimo. Pero tampoco quería necesitarlo, las palabras de Teresa se habían hecho un hueco en mi cabeza y era verdad, en tan poco tiempo no podía hacer depender mi estado de ánimo de un chico casi desconocido. Lo quería conmigo pero antes necesitaba controlarme a mí misma. Si aquello no salía bien tendría que poder seguir adelante sin volver a caer en ese pozo en el que ya había estado tantas veces.

No te alejes. Quiero que estés como hasta ahora, la que tengo que frenar soy yo.‘ Su cara lo decía todo, no entendía ni papa de lo que le estaba diciendo. No le culpo. ‘No me hagas caso, ni yo me entiendo ahora mismo.

Nos mantuvimos en silencio un minuto hasta que con todo el dolor de mi interior le pedí que se fuera. No sé si lo hice porque lo último que quería era que Manu conociese de golpe y porrazo esa faceta mía que ni yo misma sabía gestionar. Me quedé de nuevo sola en casa y me pasé llorando casi dos largas horas. Nunca me he sentido tan mierda. ¿Por qué todo esto cuando debería ser todo felicidad?

Y aunque se lo pedí, creo que Manu interpretó mis palabras como buenamente pudo. Tuvo que llegar casi la medianoche para que se decidiera a enviar un mensaje en el que lo único que me deseaba eran buenas noches junto con un beso. La mañana del miércoles, al cruzarmos, me sonrió con cariño y me preguntó si todo iba bien. Le dije que sí, y cuando esperaba ese tierno beso que ya me había dado otros días, lo omitió para cambiarlo por un guiño que me partió en dos.

Desde el miércoles he sido yo la que ha iniciado las conversaciones que hemos mantenido por mensaje. Cierto es que una vez empezamos a hablar, sus respuestas siempre son en la línea habitual. Jugueteamos, nos decimos nuestras cosas, pensamos en cómo serán nuestras próximas citas… Pero Manu tampoco se lanzaba tal y como lo hacía antes. Claramente había echado el freno, o al menos eso pensé hasta esta tarde.

Sábado, 17:30, salgo de la ducha y mi móvil vibra. Abro un nuevo mensaje de Manu:

Hola morena. Luka dice que te echa de menos, y que aunque nosotros no tenemos Netflix lo mismo te apetece venir a cenar una pizza y hacernos compañía. Prometemos que solo habrá caricias y mimos hasta donde tú decidas, y que puedes contarnos cualquier movida por rara que te parezca. Nosotros tampoco estamos demasiado cuerdos xD. Cómo lo ves?

He respirado profundo y de un plumazo lo único que he alcanzado a responder es un ‘Voy‘. Acabo de terminar de arreglarme mientras escucho a todo volumen una de mis canciones preferidas. Tengo que encontrar un equilibrio entre mi propia autoestima y la felicidad que estar con Manu me produce. Hemos quedado dos veces y mi estado de ánimo solo tiene que depender de mí, de nadie más.

Qué complicadas somos a veces, ¿verdad? Lo que ocurra esta tarde, os lo contaré en cuanto pueda, prometido.

Fotografía de portada

 

Anónimo