Mi historia no es en absoluto habitual, aunque pensándolo bien mi vida jamás lo ha sido. Digamos que nunca me he caracterizado por ser una chica igual al resto y lo cierto es que esto siempre me ha generado bastantes problemas conmigo misma.

Tal y como me decía mi abuela cuando yo era pequeña ‘¿acaso solo lo habitual es bueno? ¿no prefieres ser una chica diferente?‘. Con sus palabras me transmitía toda la fuerza que necesité en tantas ocasiones, pero el cáncer no solo se la llevó a ella, sino también a todo el apoyo que me ofrecía cada día.

Debía tener unos quince años cuando descubrí que lo que hacían o pensaban el resto de chicas no era lo mío. Tenía mi grupo de amigas y estábamos entrando de lleno en la pubertad. Todo eran chicos por aquí y por allá, rollos, primeros besos y miles de primeras experiencias. Yo me mantenía un poco al margen, como una espectadora que en ocasiones participaba por no sentirse aislada.

Ellas por su parte nunca preguntaron. Sencillamente seguían con sus vidas mientras yo en mi interior empezaba a ser consciente de que algo en mí parecía no cumplir con lo establecido. Hasta el día que llego ella.

Eva era una chica tímida y preciosa. Me costó horrores acercarme a hablarle el primer día de clase, pero me armé de valor y lo hice. Pronto nos convertimos en las amigas que ambas necesitábamos, y pasados los meses también descubrimos que queríamos ser algo más que eso.

 

Nuestras conversaciones, noches enteras enganchadas al teléfono, miradas… todo parecía indicar que nuestra amistad era mucho más de lo que habíamos planeado y Eva en seguida fue franca con ello. Jamás olvidaré aquella noche.

Tras una tarde de cine clásico en mi casa mi querida amiga decidió que había llegado el momento de ser sinceras y sin mediar palabra me dio un beso impresionante. Yo me dejé llevar por lo que sentía, pero tras unos segundos labio a labio me separé bruscamente.

Lo sabía, era lo que quería, la quería a ella. Pero ¿y mi familia? ¿ellos también lo entenderían? ¿qué pasaría? Así que le pedí a Eva que se fuera, sin más explicaciones, convirtiendo el instante más íntimo de mi vida en un témpano de hielo.

Pasaron los días, los meses e incluso los años. Y nuestras existencias dejaron de ir al unísono. Una Eva avergonzada por lo que había ocurrido se escondió de mi por completo, con mis miedos conseguí que esa chica vergonzosa que se había abierto a alguien volviese corriendo a su guarida para no salir nunca más.

Del instituto llegué a la universidad y el paso del tiempo actuó como un borrador mágico que me hizo olvidar poco a poco mi tiempo con Eva. Ya como adulta me adapté a la vida que todo padre o madre habría deseado para sus hijos. Estudié, conocí a un chico maravilloso, encontré un trabajo perfecto y me casé en una ceremonia elegante.

Mi cuerpo y mi mente evitaban siempre pensar que aquel no era mi camino, pero la felicidad y normalidad de todos los que me rodeaban bastaban para hacerme sentir en paz.

Con veintisiete años recién cumplidos me enteré de dos grandes noticias que cambiaron mi mundo para siempre. La primera de ellas, que iba a ser madre por primera vez, y la segunda, que mi marido había encontrado a otra mujer a la que quería más que a mí.

Maldije a aquel hombre durante varias semanas, hasta que comprendí que únicamente había sido sincero conmigo. Todo lo sincero que yo no había sido jamás conmigo misma. Y tras vivir y escuchar cientos de sandeces sobre el que ya era mi ex marido, pedí a mi familia y amigos que olvidasen el tema de una vez por todas.

De pronto era madre soltera, apoyada siempre por el padre de mi hijo, pero con una independencia que no había vivido en muchos años. Y también como por sorpresa vi la puerta abierta a dejar salir a mi auténtico yo.

 

Gracias a la custodia compartida empecé a disfrutar de largos fines de semana sin obligaciones maternales. No sé ni cómo pero una buena tarde de sábado me vi a mí misma enganchada a una aplicación de ligoteo revisando ilusionada perfiles de otras mujeres.

Y así empezó mi camino totalmente secreto. Siempre que el tiempo y las ganas me lo permitían quedaba y conocía a diferentes chicas para explorar ese mundo nuevo al que no había dado la oportunidad en mi adolescencia. Mujeres interesantes, sexys, inteligentes, alocadas… Nadie salvo yo misma sabía todo lo que estaba aprendiendo sobre mi sexualidad en aquellas citas.

A un lado dejaba esa realidad ordenada que tanto satisfacía a mi familia, yo era cien por cien con esas mujeres. Y cuando regresaba al mundo que todos conocían no quería ni imaginar la decepción que podría dar a mis padres.

Un buen día Facebook me informó de que un antiguo compañero del instituto me había invitado a un evento importante. Una cena de antiguos alumnos. Eva.

No lo dudé ni un segundo, acepté la invitación y con nervios esperé a que llegara la esperada noche. Al final de cada día, siempre que me metía en la cama, imaginaba mi reencuentro con mi amiga. Cómo reaccionaría al verme, lo guapísima que estaría, qué pasaría. Parecía nuevamente una quinceañera.

La noche de la fiesta me arreglé como hacía tiempo. Me puse el mejor vestido, tacones de infarto, me maquillé como nunca y entré en el restaurante oteando el local asustada y excitada a la vez. Rápidamente localicé a aquella chica silenciosa de antaño. Eva esperaba en una esquina de la barra del bar con una copa de vino en la mano. Su belleza era la misma, pero su gesto mostraba a una mujer mucho más preparada. Y yo también lo estaba.

 

Me situé a su lado temblando y sin mirarla a los ojos susurré: ‘Nunca te pedí perdón por aquella noche, fui una cobarde‘. Ella se giró y en una inmensa sonrisa me respondió: ‘Tú cobarde, y yo una niña hecha un lío, me alegro de verte‘.

Nos abrazamos y no quise soltarla. Olía como siempre, estar junto a ella era como regresar a esa época de la que nunca debí huir. Y hablamos, mucho, eternidades. Rodeadas por el resto de compañeros que de vez en cuando se nos acercaban curiosos ante nuestra animada conversación.

Y tras muchas copas de buen vino y muchas palabras, terminó la noche. Fui capaz de sincerarme con Eva como nunca antes lo había hecho con nadie, y ella fue la que tomó el relevo para convertirse en el apoyo que durante tantísimos años no había tenido.

Desde aquella fantástica noche Eva y yo somos una. Ella es actualmente el pilar que faltaba en mi vida, esa pareja que había deseado siempre. Y junto a ella reuní el valor para, a mis treinta años, contarle a mi mundo que yo amo a quien quiero, sin más. Para mi sorpresa el respeto y normalidad con la que se tomaron mi noticia fue increíble.

Es ahora cuando disfruto y sonrío a mi vida, porque no soy diferente a nadie, soy yo misma, un ser único.

 

Anónimo