Mi hija es de principios de diciembre. Siempre ha sido la pequeña de la clase, la más chiquitita y la más “lenta”. Sobre todo, en la escuela infantil, veía que había una diferencia muy grande con otros niños, pero lo achacaba a la edad. El curso empieza en septiembre, así que hay niños y niñas que, si han nacido en enero, tienen 21 meses, mientras que mi niña tenía casi 12 meses menos.

Cuando empezó la escuela infantil iba con pañal, chupete y sin apenas hablar, pero había bastantes niños y niñas que ya hablaban con fluidez y que no llevaban pañal. Las que sois madres sabéis que las comparaciones son odiosas y que, aunque sepamos que no tenemos que hacerlas y que cada niño/a va a su ritmo, no podemos evitar pensar que estamos haciendo algo mal o que a nuestro hijo le pasa algo. Esa sensación la tuve bastante tiempo, pero con el paso de los años el tema pareció equilibrarse y ya no se notaba tanto, hasta que entró en primaria.

En el centro al que va mi hija, se les asigna un tutor en primero y lo tienen hasta sexto. Pese a que cambien las asignaturas, los maestros etc., el tutor siempre es el mismo. Así garantizan un acompañamiento integral y que puedan ver su desarrollo a largo plazo, al menos eso es lo que venden, la realidad es que como el tutor o tutora de tu hijo lo tenga cruzado, vas a tener ese problema durante seis años, y eso es lo que nos pasó a nosotros.

La tutora al principio nos dio buena impresión, se mostró cercana y agradable. Nos dijo que haríamos muchas reuniones y que tendríamos un seguimiento muy detallado, eso nos gustó, pero enseguida empezamos a recibir correos para citarnos a reuniones y el tema siempre era el mismo.

Nos decía que nuestra hija no parecía estar preparada para estar en primaria, que le costaba mucho comprender y que necesitaba mucho más tiempo que el resto para realizar las actividades. Eso nos chocó mucho, le pedimos que por favor le dedicase un poco más de atención y que nosotros, desde casa ayudaríamos con lo que pudiésemos. Ella estaba completamente cerrada en banda, no nos dio opciones o consejos para ayudarla. Solo nos repetía que era un asunto serio y que no nos lo comentaría si no fuera estrictamente necesario. Nos recomendó incluso llevar a nuestra hija a hacerle pruebas para ver si podía tener algún tipo de trastorno del aprendizaje, y aquí ya se me derrumbó el mundo. Mi mayor miedo, verbalizado por su tutora.

Esto trajo mucho dolor a nuestra casa. Mi pareja y yo hablamos mucho sobre el tema y finalmente la llevamos a varios especialistas, que después de muchos altibajos nos confirmaron que no le pasaba absolutamente nada. Mi hija estaba bien y simplemente necesitaba un poco más de tiempo ya que era muy pequeña y el ritmo de las aulas estaba adecuado a niños con más meses que ella.  En ese momento me sentí muy feliz y a la vez enfadada.

Convoqué una reunión con la tutora y le presentamos todos los papeles, le exigimos que, a partir de ahora, prestase más atención a nuestra hija ya que solo necesitaba un poco de ayuda. Le recriminamos el hecho de ser tan tajante y de incluso hacernos pasar por el suplicio de hacerle pruebas solo por qué no creía que estuviese preparada. Nosotros entendemos que nos quisiera ayudar si la situación era tan complicada, pero de verdad que en ningún momento nos dio otra opción que no fuera valorar una minusvalía o directamente hacernos a la idea de que repetiría curso,

¡Estando en primero de primaria!

La tutora se ofendió mucho, nos dijo que se alegraba de que no hubiera ningún problema, pero que, en cualquier caso, ese no era el lugar para mi hija. Nos dijo que no solo afectaba a su rendimiento, que también le costaba relacionarse y que eso la hacía pasar mucho tiempo sola. Que le daba miedo hablar con los demás niños y que estos, la consideraban “un bebe”, entonces no querían jugar con ella. Nos dijo que repetir curso no era tan malo y que el curso que viene, ella podría sentirse mejor y relacionarse más.

Salimos de allí muy enfadados, hablamos con otros padres y todos estaban encantados con la tutora, pedimos hablar con el responsable del centro y nos comentó que ya estaban al tanto de nuestro caso, que la decisión final se tomaría al acabar el curso, ya que aun quedaba bastante, pero que evidentemente la versión de la tutora tenía mucho peso.

Nos vimos acorralados y yo no podía evitar sentir muchísimo dolor por mi hija. Por sentir que le estaba fallando, que por mi culpa no iba a poder llevar un ritmo “normal” y que tendría que repetir curso, ser siempre la repetidora y perder un curso entero de formación. Mi pareja y yo hablamos mucho al respecto y fue una amiga la que nos dio la solución.

Nos habló de una Escuela – Bosque. Una asociación privada que ofrece una educación transversal y que tiene a todos los niños, de todos los cursos, juntos y realizando las mismas actividades, pero a diferentes niveles. El proyecto lo basaban en el aprendizaje vivencial y respetuoso con los ritmos individuales y un aprendizaje globalizador con el arte y la naturaleza. Nos pareció perfecto y solicitamos enseguida una reunión con la responsable.

No me voy a enrollar hablando del sitio por qué no quiero que parezca publicidad, pero nos enamoró desde el primer momento y a nuestra hija le encantó. La responsable nos atendió con mucho cariño, le explicamos el caso de nuestra hija y nos hizo sentir como en casa. Nos comentó que era algo complicado incorporarse al curso una vez ya iniciado, sobre todo por tema de plazas y pagos, pero que haría lo posible por poder contar con ella.

Pasados unos días nos citó de nuevo y nos dio con una sonrisa una batita con el logo de la escuela.

Quitando todo el tema de papeleo con ambos centros y el obvio coste económico, fue la mejor decisión que tomamos. Nuestra idea era que pasase allí un curso y después incorporarla a su colegio, pero finalmente decidimos que seguiría allí el siguiente también. Después volvió a su colegio y siguió con normalidad. Ahora está en cuarto y pese a que algunas cosas le cuestan, lo lleva todo bastante bien.

No puedo evitar pensar en lo fácil que hubiera sido hacer caso a la tutora, dejar que mi hija repitiera curso y así “marcarla” de por vida. Sé que no tiene por qué ser ningún trauma, pero me frustra que el sistema no ayude a los niños y niñas como mi hija y los de por perdidos a la primera de cambio.

Estoy muy contenta con la decisión que tomamos y me gustaría que la situación cambiase y ningún niño/a tuviera que pasar por el mal trago de sentirse desplazado en los centros educativos. Tengo esperanza de que, con el tiempo, la educación será más amable con nuestros hijos.