Mi historia empieza el día en que decidí cambiarme de país. Metí en mi maleta todas mis ilusiones y algo de ropa y me aventuré en un viaje que cambió mi vida de muchas y variadas maneras.
Vivo en un sitio bastante aislado,donde nos conocemos todos y el cambio a una gran ciudad y una cultura diferentes me tenía completamente extasiada. Llegué a mi ciudad de destino y me instalé en un pequeño piso alejado del centro, ya que no podía permitirme mucho más. La zona no era muy buena, pero no me resultó un gran inconveniente. Me inscribí en mi universidad de destino y empecé a conocer muchísima gente, españoles expatriados sobre todo, como yo. Salíamos muchísimo de fiesta. Nunca había tenido tantos amigos. La carrera me iba genial, había nacido para ella. Menos por el inconveniente de tener a mi familia lejos, era muy feliz.
Una noche salimos como de costumbre. Recuerdo que era miércoles y los extranjeros teníamos las entradas al garito de siempre a la mitad. Esa noche bebí, normalmente no lo hago, pero me tomé dos cocktails y me sentía muy bien. No iba bebida, recuerdo todo con toda lucidez y claridad. A eso de las 5 de la mañana, decidimos irnos a casa. En un punto del camino, mis amigos y yo nos separamos, y yo seguí sola, sonriendo y pensando en la fantástica fiesta que dejaba atrás. No me di cuenta de que me seguían hasta que fue tarde.
Oí  un «hello!», me giré y sentí un golpe sordo en la parte izquierda de mi cabeza. No caí al suelo con ese golpe, soy una mujer grande y fuerte. A ese golpe le siguieron varios más en la cabeza, mientras escuchaba a los dos tipos hablando en alguna lengua del este de Europa. Cuando no pude más, uno me sujetó y el otro me rompió los leggins. Grité «fuego», pedí ayuda…Pero no me acordaba que era una gran ciudad, en la que nadie se asoma ni ayuda… Unos chicos pasaron cerca de la calle en la que estábamos y no se giraron. Me dieron la vuelta. El dolor fue tan insoportable que simplemente, salí de mí misma, dejé mi cuerpo inerte y transporté mi mente a un lugar mejor.  Solo esperaba que no me matasen al final. Se turnaron para violarme dos veces. Al terminar, me golpearon de nuevo la cabeza y me quedé inconsciente, probablemente pocos minutos.
Me levanté e intenté ponerme los leggins hechos jirones. Me dolía muchísimo el brazo y la cara. Y en ese estado, arrastré mi cuerpo hasta que recordé el camino al hospital donde recibía clases. La mujer de urgencias no daba crédito. Me atendieron enseguida y llamaron a la policía. Lo primero que hicieron los policías fue un control de alcoholemia. Tenía el ano completamente desgarrado, un pómulo roto y el hombro dislocado, pero lo que me hicieron fue un control de alcoholemia. A eso le siguieron las preguntas más horribles y humillantes de mi vida. «¿ibas provocándolos? ¿qué llevabas puesto? ¿seguro que no estás muy borracha para acordarte?¿qué hacías sola en esa zona?¿Por qué vistes así? ¿Ibas buscando esto?
Los policías me culparon a mí.  Fui atacada de esa manera tan brutal, 2 veces, por mis violadores y la policía después. Sólo hubo miradas reprobatorias y un interrogatorio de mierda, para concluir que podía haber sido cualquier albanés, que me olvidase de encontrarles nunca. Una enfermera acabó echándoles. Yo aún no había soltado ni una lágrima hasta que ella me cogió la mano. Me culpé a mi misma. Me culpé de no haber peleado más, de no haber sido más fuerte, de no haberlo visto venir, de ser tan ingenua y estúpida. El alcoholímetro había dado 0,03. Ese día sentí como si los policías me hubiesen violado de nuevo.
Me reconstruyeron el pómulo y tuve varias operaciones para arreglar lo que quedaba de mi zona anal. Nunca dí los datos de ningún familiar ni amigo, me negaba a que lo supieran, a que me juzgaran también. Me mudé de casa y desaparecí durante semanas. No cogí el teléfono hasta pasadas dos semanas, para decir a mis padres que estaba bien, que solo era el estrés por los estudios y que no tenía mucho tiempo. A día de hoy no lo saben.
Un día decidí que era hora de tomar un nuevo camino. Seguir autocompadeciéndome y dejar que los violadores me matasen del todo, o echarle huevos a la vida y seguir. Evidentemente escogí la segunda. Reprimí mis sentimientos todo lo que pude, seguí con mi vida, mis estudios. Han pasado 6 años, y hace poco, sin venir a cuento, caí en una depresión muy grande. En el mejor momento de mi vida, simplemente exploté. Nunca había hablado de esto con nadie.
Ahora voy a terapia. Después de años con esas preguntas de los policías en mi mente, y pensando que yo me lo busqué, ahora empiezo a ver la luz. También hablé de esto con mi actual pareja, aun a riesgo de que pensase que era una furcia o que estaba sucia (cosas de MI mente, no de la suya). Fue él quien me instó a buscar ayuda y quien ha estado a mi lado en todo momento. Mis padres sospechan algo, pero nunca compartiría con ellos semejante dolor, ya han pasado suficiente.
A todas las chicas que han pasado por esto, no estáis solas. No es culpa vuestra. Denunciad, aunque no creáis que vaya a servir de nada. Dejad pasar un tiempo, reponeos, sentid el dolor del momento, pero no dejéis que os consuma. No dejéis que vuestros agresores os ganen. Y no dejéis que ningún policía os trate como un trozo de carne, ni os juzgue. Aunque fuerais desnudas por la calle, nadie tiene derecho a tocaros, NADIE. Buscad ayuda. Aunque lo veáis todo negro al principio, hay una vida maravillosa y gente maravillosa con quien compartirla. Levantad la cabeza, porque habéis sobrevivido. Sois unas supervivientes, las más fuertes que hay.

Autor: Ágata.