Conocí por Tinder a un chico muy interesante. Era abogado, le encantaba leer, su escritor favorito era Ruiz Zafón, escuchaba música clásica y a Sabina, y los sábados por la noche prefería disfrutar de una buena peli en casa antes que salir de fiesta. Era perfecto para mí, teníamos muchas cosas en común.  Estuvimos hablando por whatsapp varias semanas y cuando por fin hablamos de quedar para conocernos en persona me dijo que tenía algo que confesarme. Yo me puse en lo peor… ¿estará casado? ¿Tendrá hijos? ¿Me habrá estado mintiendo todo este tiempo y no es quien me dijo ser?

‘Soy fetichista de pies y zapatos’ me dijo. Y yo me quedé fría, sin saber cómo tomarme aquello. ‘¿Eso qué significa exactamente?’ le pregunté. ‘Pues que me gustan mucho los pies de las mujeres y que en la cama no me excito si no lamo los pies de mi amante’.

Vale. No hay problema, pensé. Yo ya me he acostado con chicos que han jugueteado con mis pies. No pasa nada. Es algo que puedo aceptar.

El día que quedamos fui a un salón de belleza a hacerme la pedicura. No sé muy bien por qué hice algo así, supongo que ese chico me gustaba y quería que todo saliera perfecto. Me dejaron los pies preciosos, sin una sola dureza, suaves y las uñas pintadas de rosa.

Era verano así que escogí las sandalias más bonitas que tenía. De color blanco, con tacón medio y tiras que dejaban ver mis dedos pero sin mostrarlos por completo, no quería enseñar todas mis cartas al principio de la partida. Me preocupé más del calzado que de la ropa o el peinado.

Quedamos en el centro para tomar una cerveza por la tarde. Nada más verlo ya me gustó. Era aún más guapo que en las fotos. Fue una cita perfecta, parecía que nos conociéramos de siempre, todo fue muy natural y él no me miró los pies en ningún momento.

Tras varias cervezas empezamos a ponernos cariñosos. Caricias debajo de la mesa, algún beso furtivo en el cuello y mejilla, miradas de deseo… entonces se acercó a mi oído y me dijo muy bajito ‘llevo toda la tarde pensando en tus pies’ y esas palabras me excitaron de una manera sobrenatural.

Acabamos en su casa. Empezamos a besarnos, a desnudarnos y a tocarnos. Me lo quitó todo excepto las sandalias. Y entonces fue cuando ocurrió: me sentó en su cama y empezó a mirar con deseo mis pies. Me agarró el derecho y comenzó a lamer el tacón del zapato, continuó por las tiras de la sandalia hasta lamer mi dedo gordo mientras gemía como yo había visto gemir a un hombre cuando le haces otro tipo de cosas. Muy despacio me quitó el zapato y cuando me vio el pie suspiró y comenzó a meter su lengua entre mis dedos.

Es cierto que había estado alguna vez con chicos que me habían chupado un pie, pero nunca así. Sentí primero asco cuando lamió mi zapato que había pisado el suelo sucio de Madrid, sentí vergüenza ajena al verlo ahí excitadísimo mientras me lamía los pies, pero al mismo tiempo me sentí poderosa, tenía un tío a mis pies,  a cuatro patas como un perro lamiéndome los pies. Sentí mucha decepción  porque ese chico me gustaba mucho, me encajaba para una relación seria, pero tener un novio que mire mis pies con cara de degenerado no entra dentro de mis planes.

Fue una de las experiencias más bizarras de mi vida.

Raquel Acosta

 

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