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Esta historia no fue tan obvia. Aunque era evidente el interés de Ubay por esa chica solitaria que se había refugiado del calor en su terraza, estaba claro que lo que yo le produje de entrada era mera curiosidad. Tomó asiento junto a mí y dio un pequeño trago a su vaso invitándome a hacer lo mismo. Aquel licor no podía estar más dulce aunque también era refrescante.

Para cuando nos dimos cuenta no quedaba nadie en aquella terraza y los compañeros de Ubay se acercaban para despedirse hasta el inicio del próximo turno.

Entonces, ¿este bar es tuyo?

No, digamos que es de mis padres y que yo soy el único a día de hoy que se puede hacer cargo…

Vi que su mirada cambió casi al instante en el que le pregunté aquello, no quise indagar más, al menos por el momento. Di un último trago a la bebida y decidí que era hora de irse. Ubay llevaba un rato en silencio mirando al horizonte mientras jugueteaba con su vaso entre sus manos.

Muchísimas gracias por la comida y por la atención, aunque no te quiero entretener más.‘ Dije levantándome y recogiendo mi mochila del suelo.

Nada mujer, pero la verdad ni tu nombre me has dicho…

Me llamo Paula, encantada…‘ Acerqué mi mano sin dejar de sonreír.

Un placer Paula, y entonces ¿cuáles son tus planes para el resto del día?

Creo que hacer la digestión me ocupará buena parte de la tarde, aunque mi intención era acercarme a Teguise.

De pronto la cara de Ubay se iluminó ante mis palabras.

¿Teguise? ¿Conoces la zona? ¿Sabes que es uno de los poblados más antiguos de la isla?

Pude entender por donde iban los tiros y lo cierto es que en ningún momento me negué. Ubay me inspiraba confianza, y para ser franca la soledad no iba conmigo. Pasar la tarde con él no podía ser una mala idea, al menos no tendría nada que perder.

¿Te apetece unirte? Tengo el coche aparcado aquí al lado.

Apenas quince minutos después Ubay y yo estábamos montados en mi Jeep de alquiler. Lo miré de reojo, ¿qué estaba haciendo llevándome a un desconocido a hacer turismo conmigo? Tras un par de bromas sobre la elección de aquel descapotable mi acompañante se dispuso a ponerme al día sobre la historia de aquella isla, su isla.

Aquel pueblo que yo reconocía por su belleza y su tranquilidad única guardaba una historia magnífica que Ubay supo contarme con detalles pero también con mucho humor. Era increíble la cantidad de información que aquel chico tenía sobre cada calle, cada detalle, cada pequeña zona de la isla. Mientras conducía lo escuchaba con atención, ni la mejor de las guías me hubiera ofrecido mejores datos que aquel chico.

lanzarote teguise

Vaya, sí que estás puesto en historia, ¿no?

Sorprende que un camarero conozca su tierra, ¿verdad? Bueno, en realidad soy licenciado en antropología, pero la vida da muchas vueltas y así estoy, cocinando y sirviendo en el negocio familiar.

En pocos minutos habíamos llegado a La Villa, recordaba aquel pequeño pueblo y lo mucho que nos había conquistado a Rubén y a mí, respiré hondo un segundo intentando que Ubay no notase mi repentino bajón, fue imposible. Hacía más de dos años que mi marido se había enamorado de aquel precioso lugar, había bromeado con dejarlo todo y buscar un alojamiento en una de aquellas pequeñas casas. ‘¿Te imaginas? Dejar atrás problemas económicos, solo nosotros cada día en esta isla.‘ Cerré los ojos y me apoyé en el coche, estaba a punto de romper a llorar, una vez más.

¿Estás bien? ¿Qué te pasa?

Me recompuse como pude y volví a sonreír mirando a Ubay, que se fijaba en mi serio y pensativo. Era evidente que algo se imaginaba aunque le costaba comprender el qué.

¿Te puedo hacer una pregunta? No tienes que responderla si no quieres… ¿qué hace una chica como tú sola en Lanzarote?

¿Es que acaso es obligatorio que viaje acompañada?

Para nada, pero no es lo normal… Y te lo digo yo que vivo a diario con todos los turistas de esta isla.

Necesitaba volver sola, solo eso.

Me puse en marcha intentando huir un poco de aquella conversación. No estaba preparada para contarle a nadie que aquella era mi terapia personal para superar el fallecimiento de mi joven marido. Cada vez que pensaba en ello se me retorcía el interior hasta hacerme un daño infinito.

Ubay captó mis intenciones y continuó su camino a mi lado. Echamos a andar juntos retomando la conversación sobre Teguise, su historia y todo aquello que Ubay quisiera contarme sobre su cultura. Aquel pueblo no había cambiado lo más mínimo, aunque ahora yo misma lo veía de otra manera, era una sensación extraña pero que no me hacía sentir mal del todo. Tras un largo paseo Ubay me propuso tomarnos algo en una bonita terraza.

Ahora te voy a preguntar yo algo, y si respondes tiene que ser la verdad, ¿con cuántas turistas te has ido de paseo?

Los dos rompimos a reír según terminé de formular mi pregunta. Era obvio que Ubay aunque no era el camarero más joven de su bar, sí que triunfaba entre sus comensales. Se me hacía indudable verlo flirtear con unas o con otras con ese deje tan canario y ese porte tan resultón de hombre maduro.

lanzarote puesta de sol

Ahí estás equivocada, no me gusta nada ligar con turistas. A ver, no te voy a mentir, que todos tenemos un pasado, pero a día de hoy tiendo a huir bastante de ese plan…

¿Huyes de ese plan pero te sientas conmigo a beber unos tragos y después te apuntas a acompañarme?

Lo mismo es que te piensas que todo esto es porque estoy intentando ligar contigo, y no puedes estar más equivocada…

Me dio un vuelco el corazón. Yo no quería ligar con Ubay, no lo había invitado a mi ruta porque quisiera flirtear con él o terminar enamorada hasta las entrañas de un canario encantador. Acababa de quedar como una idiota creída, y no tenía ni la menor idea de cómo salir de aquel atolladero. Por suerte aquel chico supo leer la incomodidad en mi mirada porque en cuestión de segundos volvió a reír diciéndome que no tenía por qué preocuparme.

¿Por qué fui tan amable contigo? ¿Cómo te lo explico…? Porque pude ver la tristeza en tus ojos desde el primer momento que te sentaste en mi bar. Nadie merece estar triste en Lanzarote, sea por el motivo que sea…

Aquella fue la respuesta inesperada, y también la que consiguió que en medio de aquella bonita terraza de Teguise un par de lágrimas furtivas se escapasen muy a mi pesar. Ubay me volvía a observar serio.

No me analices, estoy triste, sí, llevo triste muchos meses, y viviré triste lo que me queda de vida. Si estoy aquí es porque lo necesito para salir adelante.

No te analizo, tendrás tus motivos, pero no deberías pensar que toda tu vida va a ser triste de aquí en adelante. La vida es mucho más, aunque tengamos que vivir con una pena, hay que aprender a hacerlo con ella y no alrededor de ello.

La teoría te la compro, pero en la práctica estoy suspensa.

Digamos que estás hablando con un catedrático en el tema. ¿Quieres saber por qué un antropólogo que amaba su trabajo terminó regentando el bar de sus padres? Digamos que la historia no es de lo más feliz del mundo, y que a día de hoy mi vida tampoco lo es.

Se hizo el silencio de nuevo. Tomé entre mis manos mi vaso de coca-cola y bebí observando a Ubay. Vaya para aquel camarero y su mundo, vaya para su vida y vaya para el destino que decidió que dos almas sumidas en la tristeza se cruzasen en una isla tan pequeña. Después de una conversación extremadamente intensa y de terminarnos los refrescos, retomamos nuestro paseo por Teguise. El sol empezaba a caer cuando volvíamos hacia mi coche.

Te acerco a tu casa, ¿te parece?

Perfecto, pero solo si me dejas invitarte a cenar. ¡Sin segundas intenciones, te lo juro! Además, a ellas dudo mucho que les hiciera la menor gracia.

¿A ellas?…

Ya lo verás, creo que así entenderás un poco a lo que me refería.

lanzarote de noche

Ubay me guió por las diferentes carreteras hasta que llegamos a Yaiza, otro precioso pueblo escondido en medio de la isla. Era ya noche cerrada y de una preciosa casa blanca salía luz. Él entró primero, en la sala una mujer muy mayor se mecía en una bonita silla. Acto seguido apareció una mujer joven de la que debía de ser la cocina. Ubay se acercó a la señora y la besó con cariño, ella apenas fue consciente de lo que pasaba. La otra mujer nos miró y al verme esbozó una sonrisa de sorpresa.

‘Paula, te presento, ellas son mi yaya Iraya y mi hermana Daida.’

Daida se acercó a mí cordial para saludarme. Era una mujer mucho más joven que yo aunque en su cara se podía ver el cansancio de todo el día. Se podría decir que aquella cena en Yaiza junto a la pequeña familia de Ubay me hizo entender muchísimas cosas, la más importante, que al final hay que aprender a vivir con lo que nos viene, cueste lo que cueste.

Fue un punto de inflexión para él y para mí, la manera en la que dos absolutos desconocidos comprendimos que teníamos mucho más en común de lo que nos podíamos imaginar. Aunque sin duda el paso de los días dejó constancia de ello.

Fotografía de portada