Hay tanto que preparar para la llegada de un bebé que hay cosas que se piensan poco o nada, por ejemplo, qué apellidos va a llevar. Por mi experiencia, os diría que le dierais importancia al asunto incluso si vuestra relación de pareja es sana y fuerte. Pero cuanto más si no lo es, como era mi caso. Ya os aviso: es duro ser madre soltera, pero más duro es serlo en la práctica y, encima, tener que aguantar a alguien con nulas intenciones de ser padre y que solo quiere joderte.

El padre que no quería serlo

No es que mi embarazo viniera en el mejor momento, ni por cómo estaba la relación de pareja ni nuestra situación en general. Pero, para mí, fue una alegría. Era muy consciente de que me iba a cambiar la vida y de que tendría que hacer enormes sacrificios por su bienestar, pero estaba más que dispuesta. Siempre he querido ser madre y he creído que, si te pones a pensarlo mucho, nunca es buen momento. Llegó cuando llegó, sin más.

embarazada

Mi ilusión y mi determinación a ser la mejor madre para mi hija contrastaban mucho con la actitud del padre. Desde el principio parecía que la cosa no iba con él. Cuando le conté que el test de embarazo había dado positivo, me preguntó que qué íbamos a hacer. Cuando le dije que quería seguir adelante, me dijo que bueno, que vale. No le podía exigir nada más en aquel momento, sin siquiera tiempo para procesar la noticia.

Pasadas unas semanas, ya tuve que ponerme seria. Salía y entraba como cuando estaba soltero, lo que generó más de una bronca. Porque, con tanta vida social, poco tiempo le quedaba para preocuparse en exceso por mi estado, menos aún para intentar ahorrar algo de dinero que nos cubriera mínimamente durante los primeros meses.

Me llegaban sus comentarios a través de terceras personas:

—Anda, ¡qué bien! Tu novia está embarazada, ¿no?

—Sí, bueno, ¿qué se le va a hacer?

Sus respuestas eran de ese estilo.

Le echaba en cara su actitud, su falta de compromiso y su indiferencia, y él no reaccionaba. Cuando la discusión era muy fuerte, dejaba de hablarme durante días. Cero preocupaciones sobre mí o el bebé.

Nueve meses tuve para constatar que el tipo sería padre solo por biología, pero que tenía ganas nulas de ejercer como tal. Suerte que la ilusión y las ganas de proteger a mi niña eran mayores que la decepción que me provocó él, porque me llevaron a tomar decisiones de las que hoy me alegro mucho.

 

Mejor madre soltera que sufridora de padre indolente

Para cuando nació mi hija, yo ya le había pedido que se despreocupara. Que no pasaba nada, que entendía que no estuviera preparado para ser padre, que no quería arrastrarlo y que estaba dispuesta a ejercer sola la maternidad. Lo máximo que obtuve fue su silencio. Supongo que se lo pensó, pero, si no me lo concedió, fue por culpa o por el que dirán. Estoy segura de que ya ni siquiera estaba enamorado.

Hubiera sido mejor que se retirara, pero, como la cobardía le impidió dar el paso, fui yo quien terminó la relación con él. Le atribuí la licencia que él iba buscando para desentenderse por completo y sin culpa. “Ha sido ella la que me ha dejado”.

No estuvo en el parto porque, desde la ruptura, jamás me preguntó cosas tan básicas como que cómo estaba o cuándo salía de cuentas. Vino a verla cuando ya estaba en mi casa y, con la boca pequeña, me dijo que le pidiera lo que hiciera falta. Media hora duró la visita.

No lo avisé el día que fue al Registro Civil y, para entonces, lo tenía claro: solo le pondría mis apellidos. Él montó el drama cuando se enteró, muchos días después. No sé si el cabreo vino porque lo herí en su ego o por hacer el paripé, pero tuvo la desfachatez de acusarme de haber intentado apartarlo de la niña desde el principio. Y luego se encargó de gritarlo a los cuatro vientos, poniéndose de víctima de las ardides de una mala mujer.

Situaciones que me ahorré por derechos que perdió mi hija

Consto como madre soltera a efectos legales. Es duro por el estigma que todavía existe, y soy consciente de los derechos que no tiene mi hija por no llevar el apellido de su padre: no está reconocida la filiación, así que él no tiene que pasar pensión alimenticia ni asistir de ninguna otra forma. Mi hija tampoco tiene derechos sucesorios.

Pero me compensa lo que me he ahorrado: muchas explicaciones y derechos que él pudiera reclamar en torno a la custodia. O que, si a mí me pasa algo, pueda ejercer la patria potestad alguien que ni siquiera hubiera querido que mi hija viniera al mundo.

Le hubiera bastado con mostrar un mínimo de interés por la niña en algún momento, y tiempo tuvo de hacerlo. Si hubiera mostrado verdadero interés y afecto, podríamos haber consensuado algún régimen de visitas y, al final, el cambio de apellidos. Si yo me hubiera negado, hay vías jurídicas como la prueba de paternidad para hacer valer sus derechos.

No hizo ni lo uno ni lo otro, ni por las buenas, ni por las malas. Desapareció como si el hecho de no llevar su apellido borrara su existencia. Lo que demuestra que mi hija ni le importa ni le ha importado nunca, y a mí me hace alegrarme de la decisión que tomé.

Anónimo

 

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]