Todo empezó el día que me regalaron un Fitbit. Hacía tiempo que le daba vueltas a tener una pulsera de actividad que me ayudara a cuidarme un poco más, por lo que un Fitbit me pareció la mejor opción. Lo que no me imaginaba es que mi obsesión por ese control de mi actividad, podría llegar tan lejos. Por eso, hoy vengo a escribir sobre lo que no te han contado de las Apps que miden nuestra actividad. Ya sea a través de una pulsera de ejercicio, una aplicación del móvil u otros dispositivos.
- Pueden crear una actitud obsesiva. Os lo dice una que se tiraba noches pasillo arriba pasillo abajo porque no había llegado al mínimo de pasos que se había marcado. Por no hablar de los índices de calorías gastadas durante el día.
- La exigencia que te marcas puede no ser real. Y es que yo me puedo marcar un objetivo de beber 2 litros de agua al día, pero eso no significa que realmente los necesite. Lo que a la larga puede ser perjudicial.
- Te pueden hacer sentir mal. Maldito día en que decidía quedarme repantigada en el sofá viendo Netflix. La
putapulserita no paraba de vibrar para que me moviera. Y yo con la boca a reventar de palomitas no podía hacer otra cosa que sentirme fatal. - Son adictivas. A mí una vez se me olvidó el Fitbit en casa un fin de semana y me tiré todo el viaje preguntándole a mi chico si ya había llegado al objetivo de pasos. Como íbamos juntos, si él llegaba yo seguro que también. Todavía no sé cómo no me envió a la mierda.
- Pueden llevar al autoengaño. Y con esto me refiero principalmente a la opción de añadir los alimentos que consumes durante el día. Tú suma todas las calorías que quieras, pero todas sabemos que no se procesan igual las calorías que aporta un donut que las que aporta una ensalada. Hay que aprender a contar nutrientes, no calorías.
- En algún momento, te pondrán de mal humor. Y a mí me pasa especialmente con la opción de medir la calidad del sueño. De repente si veo que he dormido pocas horas y mi sueño ha sido malo, ya voy condicionada para todo el día.
¿Lo mejor que me pudo pasar? Que un día se me partiera la pantalla y me quedara sin pulserita. Ahí empezó mi proceso de desintoxicación. ¿Y sabéis qué? He sido muy feliz sin saber nada y me he sentido menos presionada durante el día por no cumplir mis objetivos.
Ahora, también os diré que me he vuelto a comprar una. Y seguramente diréis, ¿Pero no tiene cosas tan malas? ¿Porqué coño te compras otra?. Pues bien, porque en mi proceso de desintoxicación me di cuenta que el problema no era la dichosa pulsera, el problema era mi relación con ella. Y mi satisfacción no podía depender de lo que dijeran las estadísticas de unas Apps que miden nuestra actividad.
Así que sí, he vuelto a caer. Pero esta vez la utilizo como lo que es. Una herramienta de apoyo que me ayuda a controlar mis indicativos diarios y a ser consciente de aspectos que debo mejorar. Pero siempre desde el equilibrio.