Queridas, mi hija ha empezado el cole. Y no, no me refiero a que haya vuelto a la guardería después de unas semanas de vacaciones, o que haya retomado las clases tras un verano de merecido descanso. No. Mi hija ha ido hoy a clase, a su clase, por primera vez. Y me apetece dramatizar un rato.

No voy a mentir, llevo desde el mes de mayo preparándome para este día. Desde aquella primera toma de contacto en la que vi los papeles de la matrícula y un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Pero cómo puede ser esto posible? Si hace apenas unos meses era mi bebé. Me he pasado casi todo el verano taladrándole la cabeza con lo que se va a encontrar en el colegio y ella siempre me ha respondido sonriente preguntándome cada dos por tres cuándo llegaría el día de pisar el cole.

Pues esta mañana casi nos quedamos dormidas, aquí la protagonista de la jornada y yo (que vivo constantemente aquejada por la puntualidad británica). He abierto un ojo y he visto que tan solo teníamos media hora para desayuno-aseo-salircorriendo, he pegado un alarido que ha debido escuchar la mismísima profesora y me he puesto al lío.

Ella, lista para lo que estaba por llegar.

Ni ropa elegida desde anoche, ni mochila lista. Mientras terminaba de hacer la coleta de rigor a la enana me he dado cuenta de que no he puesto ni un solo nombre ni en chaquetas, ni material, ni botella de agua. ‘La profe me va a suspender 4º de infantil…‘ he pensado volviéndome a repetir que no hay peor madre que yo en el mundo. Minchiña me perseguía por el pasillo de casa mientras yo, todavía en pijama, buscaba completamente sofocada el rotulador permanente con el que había marcado los libros hacía unos días.

Ella me ha escuchado y en silencio se ha acercado a mí tendiéndome uno de sus lápices de colores. ‘El rotula mamá, no estés enfadada‘ me ha dicho creando uno de los nudos estomacales más heavys que he sentido en mi vida. Entonces he frenado un segundo y la he abrazado. Es un día especial y lo voy a arruinar por querer llevar todo perfecto, ¡qué le den al rotulador y a toda su estirpe!

El momento emotivo se ha roto cuando me he dado cuenta de que apenas nos quedaban quince minutos y yo continuaba sin arreglarme. Ser malamadre de manual sí, pero todo tiene un límite. Desde la habitación, mientras rebuscaba en el armario intentado lucir medianamente decente, le he pedido a la peque que se fuera calzando. Nunca lo había hecho, me he lanzado a la aventura. Ella me respondió con un ‘¡voy!‘ muy animado y se ha hecho el silencio.

Unos minutos más tarde ha aparecido en el baño con unos magníficos tacones de flamenca calzados en los pies opuestos. Su look era tremendo de arriba a abajo: mandilón, chándal, calcetines de cochecitos y taconcitos de lunares. La elección del calzado ha dado lugar a un acuerdo formal por el que ella optaba por las zapatillas y yo a cambio le permitía los tacones durante toda la tarde en casa. (Sí, escribo esto mientras una renacuaja de tres años baila flamenco y taconea sin cesar. Nuestro vecino es feliz, mucho).

Por fortuna el colegio no está lejos y hemos llegado a la entrada con el tiempo suficiente para otear el ambiente de nervios y lagrimones que se vivía en ese momento. Papis y mamis sonrientes, niños también sonrientes, niños llorando, papis y mamis también llorando. Creo que jamás en mi vida había estado en un lugar tan variopinto. Mis labios comenzaron a temblar en una mueca entre la risa y el llanto. ‘¿Estás emocionada, Sofía?‘ le he preguntado poniéndome a su altura y plantándole un beso súper sonoro. ‘¿Qué les pasa a esos niños mami? Vamos a darles un abrazo…‘ y se ha escapado de mi lado para acercarse a uno de los peques que más lloraba esperando a que abrieran las puertas.

Y entonces, como una boba, me he sumado a esos adultos lloricas. La he visto tan dispuesta, tan preparada pero sobre todo tan inocente, que mi cerebro ha hecho ‘crank‘ y me he venido abajo. Aunque intenté remediarlo y esconderlo (que yo soy muy digna, y un poco tonta pues también) la emoción me ha podido y me he sentado al lado de aquel corrillo de niños nerviosos limpiándome alguna lágrima furtiva que se ha escapado. Minchiña acariciaba la espalda de uno de los peques que peor lo estaba pasando y no dejaba de repetirle ‘ya está, ya pasó…‘.

¿Quién sabe? Puede que dentro de diez años ese niño recuerde a mi hija como esa compi que lo consoló con cariño aquel primer día de cole. O puede que no y que se lleven a matar porque el mundo da muchas vueltas y la adolescencia es muy mala, es otra opción.

El caso es que en seguida las puertas del colegio se han abierto y el drama se ha acrecentado una barbaridad. Lo que hasta entonces habían sido lloros ahora eran un berrinches descontrolados. En cuestión de segundos había niños corriendo en dirección contraria a las puertas de las clases. Creo que Sofía se asustó ligeramente, ya que sin yo tener que pedírselo ha agarrado mi mano con fuerza. Su cara entonces cambió, estoy segura de que mientras caminábamos por esos pasillos ella ha sido totalmente consciente de que al fin había llegado el día.

Ya no sonreía, estaba seria y escudriñaba cada detalle, cada paso, muy atenta. Le he pedido un último beso antes de dejarla en la clase, ella me ha abrazado y ha entrado al aula quitándose la mochila. La miré una última vez y creo que jamás podré borrar esa imagen de mi memoria: ella todavía seria pero segura, acercándose a una silla y saludando a sus compañeros como si los conociera de toda la vida.

Tras tres años de un día tras otro haciendo planes a su lado me he visto sola. He salido del colegio recordando los tacones de lunares y pensando en todo el despliegue de quehaceres que poder llevar a cabo ahora que el colegio ya ha empezado. Sabíamos que el cambio se notaría pero nunca pensé que sería tan fuerte.

Me hubiera encantado ver cómo se comportó esos primeros minutos con sus nuevos amigos. Su resumen de la mañana no ha sido de gran ayuda: ‘Hemos hecho actividades‘. No he logrado sonsacarle más información. Se ha quedado dormida sobre un plato de macarrones y se ha despertado preguntando si y ya era la hora de volver al cole. Perfecto, creo que todo irá bien.

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Fotografía de portada