Y eso que en su día esta decisión estuvo a punto de mandar al traste mi relación de pareja, pero así es, amigas, llevo ya un año viviendo en el piso de mi suegra (bueno, parcialmente de mi suegra) y creía que iba a arrepentirme de ceder a la decisión de mi novio de mudarnos aquí, pero debo decir que nada más lejos de la realidad.

Tomamos esta decisión tras llevar cerca de un año viviendo en un piso de alquiler por el que pagábamos un dineral, y eso que era el más barato que habíamos encontrado.

A mí me gustaba que estuviera en pleno centro de la ciudad, pero esa era la única ventaja que tenía. Estaba en una calle muy estrecha por la que apenas cabía el coche, de manera que cuando íbamos a comprar uno tenía que bajar toda la compra y subirla en el ascensor mientras que el otro se iba a buscar aparcamiento. Además, la mayor parte de las veces teníamos que hacer la colada en la lavandería, porque la lavadora era tan vieja y tan pequeña que no centrifugaba, por lo que la ropa salía completamente empapada. Y para colmo no teníamos sitio para tender, por lo que nos tocó tirar de tenderete y comprar en Amazon un cobertor y un calefactor para las escasas veces que lavábamos la ropa en casa.

La caldera se iba al garete constantemente, se nos rompió la persiana de la cocina… y la propietaria del piso, que vivía en un pueblo, con tal de no molestarse en venir nos instaba a que hiciéramos nosotros las reparaciones y que ya nos lo descontaría del alquiler. Ya claro, también te voy a tener que reformar yo el piso, que no es decir que fuera una sola cosa, es que TODO estaba en mal estado.

Para colmo, en noviembre del año pasado yo me encontré una cachorra abandonada y nuestra casera no admitía mascotas, así que esa fue la gota que colmó el vaso, lo que nos hizo decir ‘’bueno, ahora sí que sí tenemos que irnos de aquí’’.

Estuvimos mirando tanto otros pisos de alquiler como algo para comprar e ir reformando (porque puestos a hacer reformas al menos que fuera en un piso nuestro). A todo esto, mi suegra andaba de peleas por el piso con su ex marido, el padre de mi novio, pues se divorciaron hace años y durante mucho tiempo ha sido la vivienda familiar en la que vivía ella con sus dos hijos. Pero cuando ella se marchó a su pueblo y los hijos se independizaron, él agarró y puso el piso en venta por su cuenta y riesgo.

A ella no le parecía bien, porque su idea era que el piso fuese algún día de sus hijos, pero por otro lado estaba deseando quitarse de encima algo que aún la unía a su ex, así que no opuso mucha resistencia. Por otra parte, el padre de mi novio andaba a la desesperada porque pretendía pedir por el piso bastante más de lo que valía y nadie se interesaba por él.

Hasta que un día, hablando con mi suegra nos dijo: ‘’Oye, tu padre quiere vender el piso porque anda mal de dinero, vosotros queréis comprar y yo no quiero vender mi parte. ¿Por qué no le propones comprarle su parte?’’.

A mí de primeras me pareció una idea espantosa, la verdad. Entendedme, me habría parecido genial si hubiera comprado el piso completo (yo no podía aportar económicamente), pero en mi cabeza, todo se trataba de una treta por parte de mi suegra para acabar viniéndose a vivir con nosotros a su casa de toda la vida y acabar metiendo las narices en nuestra relación, y eso sí que no me hacía ni puñetera gracia.

Total, que quedamos en seguir mirando pisos y ver si encontrábamos algo que nos cuadrase más, pero lo cierto es que el piso de mis suegros tenía muy poquita reforma que hacer, pintar y poco más. Mientras que la mayoría de los pisos que encontrábamos o bien eran absurdamente caros o bien estaban para pegarlos fuego y construir de cero, así que no había término medio y a nosotros nos urgía irnos.

Así que, tras mucho hablarlo y mucho discutirlo, mi novio me anunció que iba a pasar una oferta a su padre, y aunque yo no acababa de verlo acepté, con la condición de que como viera media cosa que no me cuadrase yo me volvería a casa de mis padres con la perra.

¿Y sabéis qué? Yo al principio no podía evitar seguir viendo la casa de mi suegra, con el color de paredes que ella había elegido, recordar los muebles tal y como ella los había colocado, entrar en el dormitorio principal y sentir que estaba profanando algo que no era mío. Pero poco a poco, conforme empezamos a pintar, a elegir muebles, a decorar a nuestro gusto, empecé a sentirlo como mi hogar.

Recuerdo particularmente estar ayudando a mi novio a colocar una estantería y que él preguntase a su madre: ‘’¿Cómo lo ves?’’ y que ella me dijese: ‘’No sé, ven a verlo tú, que eres la que va a vivir aquí y a la que le tiene que parecer bien’’.

Llevamos ya cerca de un año viviendo aquí, en nuestra casa, con nuestra perra. Sabemos que esto tiene fecha de caducidad, porque nuestra idea es en algún momento buscar algo que sea de los dos y que mi novio y su madre o su hermano, según corresponda, dispongan del piso como mejor les convenga.

Mi suegra viene a veces de visita igual que viene mi madre, y su hermano se queda a dormir cuando lo necesita igual que se queda mi hermana si le apetece. Nadie ha venido a meter las narices en nada y al menos vivimos con la tranquilidad de que, si algo se rompe, lo reparamos nosotros, y de que nadie va a venir a echarnos cuando termine el contrato o a querer subirnos el precio. Creía que iba a arrepentirme de tomar esta decisión, pero hoy veo que fue la elección más acertada.