Hace un tiempo empecé a trabajar de mantenimiento en un club deportivo municipal, con sus piscinas, su gimnasio, y lo típico. Mi trabajo consiste principalmente en controlar la limpieza y desinfección de la piscina y la zona de hidromasaje. Para ello, tengo un uniforme de trabajo que me cambio y echo a lavar todos los días, a excepción del forro polar, que lo lavo semanalmente.

Bueno, pues dicho forro polar, que yo dejo de un día para otro colgado en el respaldo de la silla que tengo en mi oficina, empezó a faltarme. Lo dejaba en la silla antes de irme y a la mañana siguiente no estaba allí. Después de pasarme la mañana entera buscando, al final, lo encontraba en otro sitio. El primer día, lógicamente, pensé que se me había ido la olla a mí, pero es que esto empezó a pasar todos los días, y cuando se lo contaba al equipo, o a mi jefe, nadie me lo decía a la cara, pero en realidad nadie me creía. Tuve que sacar una foto de cómo se quedaba el forro polar colgado de la silla y mandarla a nuestro grupo de whatsapp, y enviar otra de la silla vacía a la mañana siguiente, para que me hicieran un poco de caso, y aún así hubo quien se pensó que les estaba vacilando. Mi jefe decidió mandar a la chica de seguridad revisar las cámaras, y descubrieron lo que estaba pasando. 

Resulta que había un hombre que se colaba por la valla exterior del polideportivo cada noche para dormir en la sala de máquinas de al lado del hidromasaje. Es una sala en la que hace calor, relativamente, pero no lo suficiente, y por eso me cogía el forro polar de la silla, lo usaba durante la noche, y lo dejaba (donde le apetecía) antes de irse bien pronto por la mañana. Las imágenes eran sobrecogedoras y se quedaba dormido en la sala de máquinas, tapado con lonas y plásticos que usamos para cubrir las superficies de agua. 

Al principio me arrepentí de haber “levantado la liebre”, porque pensé que lo esperarían y lo echarían, o llamarían a la policía para que lo detuviera, o a saber. Sin embargo, mi jefe (que es el director del club) me sorprendió gratamente, y decidió, no solo dejar que siguiera durmiendo allí, sino ponerle cosas para comer, llevarle mantas, y algunas cosas más acompañadas de una nota que le decía nuestros nombre, que le habíamos conocido a través de las cámaras, y que si en algún momento necesitaba algo o estaba en apuros, que podía contar con nosotros. 

Así pasó un mes en que el hombre hacía uso de las cosas que le dejábamos, pero no se comunicaba con nosotros de ninguna manera. Yo dejé de estar satisfecha con eso que estábamos haciendo, porque no podía dejar de pensar en el chiquillo que habíamos visto por cámaras (y que no había vuelto a aparecer). Así que un día fui allí por la noche y me lo encontré a puntito de saltar la valla. Hablé con él (en mi inglés macarrónico), y no me contó mucho, pero sí me dejó claro que lo único que necesitaba era un trabajo. Dicho y hecho.

Al día siguiente hablé con mi jefe, y le propuse que lo cogiéramos para mantenimiento. Yo le podía enseñar a hacer mi trabajo, y podría entrar en el equipo, puesto que al fin y al cabo la rotación era altísima y cada dos por tres se iba y venía gente. Y así lo hicimos. Le escribimos en una nota (esta vez en inglés), que se presentara allí a una hora concreta, y apareció. Estuve yo presente en la entrevista, porque mi inglés macarrónico todavía era más alto que el de mi jefe, y hoy en día, solo puedo decir que Henry es uno de los mejores compañeros de curro y amigos que he tenido en mi vida. Me encanta haber vivido esta historia y poder contársela a todo el mundo. 

 

Anónimo

 

Envía tus movidas a [email protected]