Mi hermano y yo estamos muy unidos. Nos llevamos solo un año y medio y desde la adolescencia hemos compartido incluso el mismo círculo de amigos. Estudiábamos juntos, salíamos juntos y les dábamos disgustos a nuestros padres juntos. Luego nos fuimos haciendo mayores y, aunque la vida nos separó cuando él estuvo viviendo en el extranjero, nunca perdimos la relación.

Fue al poco de regresar a España cuando falleció nuestra abuela y heredamos la casa que esta y nuestro abuelo habían construido cuando se casaron. Le teníamos mucho cariño a la propiedad, pero era cara de mantener, necesitaba reformas y estaba muy lejos de donde vivíamos. Por eso decidimos venderla. Y por eso nos hicimos con un dinero que nos permitía comprar algo y dejar de pagar alquiler para pagar una pequeña hipoteca.

En ese momento ambos convivíamos con nuestras parejas. Yo con un chico al que los dos conocíamos de toda la vida y del que estaba embarazada. Él con una chica de la que se había enamorado nada más aterrizar en Alemania, que había estado dispuesta a mudarse aquí cuando él quiso volver a casa y con la que tenía un bebé de un año.

No lo habíamos planeado, pero surgió y terminamos comprando un par de chalets pareados de nueva construcción en la misma urbanización. Dos que están pegados, por lo que compartimos una de las paredes y la valla del jardín en la que pusimos una puerta que siempre estaba abierta para pasar unos al jardín de los otros sin tener que salir y acceder por la entrada principal. La verdad es que estábamos supercontentos de tenernos cerca. Cada familia hacía su vida, pero era habitual vernos a unos en el chalet de los otros. Ya fuera para comer o cenar juntos, o para ayudarnos con los niños o por lo que fuese. Era genial que casi siempre hubiera alguien en alguna de las dos casas. Mi hermano era el que menos, por su horario. Pero yo trabajaba de mañana, mi pareja a turnos y mi cuñada teletrabajaba media jornada con horario flexible. Lo cual era una maravilla para ayudarnos a todos a conciliar.  

Hasta el día en que descubrí que compartíamos mucho más de lo que creíamos con eso de vivir pared con pared. El día que volví a casa mucho antes de lo esperado porque me había caído tal tromba de agua encima que, antes de volver a la oficina, tuve que ir a cambiarme de ropa.

Entré con sigilo por si mi pareja seguía durmiendo, porque le había avisado por WhatsApp y no me había respondido. Subí al dormitorio, abrí la puerta con cuidado y… me encontré a mi cuñada cabalgándolo como si no hubiera un mañana. Más tarde me preguntaría cómo es que no había oído algún ruido, pero juro que hasta que no abrí la puerta no intuí nada de nada. Fue un shock brutal.

Porque no solo no me esperaba que hubiera nadie follando en mi cama, es que nunca había visto la más mínima señal. No tenía ni la más mínima sospecha de lo que pasaba entre ellos.

Y mi hermano tampoco, nos tenían totalmente engañados, porque poco tardamos en descubrir que llevaban mucho tiempo viviendo su fulgurante amor a nuestras espaldas.

Esa noche ninguno de los dos durmió ya en casa, se fueron juntos y con la cabeza muy alta, aunque no preguntamos a dónde. Ahora viven dos calles más arriba de nosotros y además de lo que tenemos que relacionarnos por el bien de los niños, es habitual que nos los encontremos paseando o cuando vamos a comprar el pan.

 

Anónimo

 

Envíanos tu historia a [email protected]

 

Imagen destacada