Aparentemente era un día normal; habíamos quedado con unos amigos y sus hijos para dar una vuelta por la feria. Hacía un tiempo excelente y había muchísima gente.
Bajábamos en grupo por una de las callejuelas del recinto ferial cuando, para dejarnos pasar, un grupo de personas que se congregaban junto a un puesto de vino dulce se apartó en dos grupos más pequeños, para que pudiésemos seguir nuestro camino. En ese momento, mi hija de once años, ni corta ni perezosa, se dirigió a nosotros y dijo divertida; “Mirad esa gente, nos van a hacer un bukake”
Me quedé mirándola sin saber qué decir. Todas las personas que nos acompañaban también se quedaron en silencio de repente. Nos miramos entre nosotros sin comprender cómo una niña de su edad conocía esa palabra y, sobre todo, la razón por la cual la había soltado en ese momento y con tanta ligereza.
Nadie hizo ningún comentario sobre el tema durante el resto del día. Pero al llegar a casa, llamé a mi hija y le pregunté por esa más que curiosa expresión.
Me explicó, sin entender por qué me llamaba tanto la atención que hubiese dicho aquello, que era algo que se decía mucho en su clase. Que cuando había un corrillo de personas y alguien pasaba por el medio, siempre lo decían entre risas. Le pregunté que si ella sabía lo que significaba aquello en realidad y me dijo que no, que era algo que todos decían, nada más.
En ese momento agradecí su bendita inocencia. Aquella palabra que había caído sobre nosotros como un cubo de agua fría para ella no tenía más significado que una broma entre amigos.
Sin embargo, aquello me hizo reflexionar. No me sacaba de la cabeza que aquella palabra tenía que haber salido de algún sitio. Que lo relacionasen con grupos de personas dejaba claro que, fuera quien fuese quien lo había puesto de moda, tenía alguna idea de lo que iba. Y llegué a la inevitable conclusión de que el porno tenía algo que ver con aquello. Podría ser que algún niño hubiese escuchado algo así de sus padres, o de algún hermano mayor, así que me decidí a investigar.
De manera sutil, claro. Más con la intención de sacar el porno de la ecuación que de confirmar que estaba por medio.
Comencé haciéndole preguntas tontas, como si había niños que decían cosas de adultos, si todos tenían control parental en el móvil… la verdad es que no sabía bien cómo abordar el tema. O era que me daba miedo, me aterrorizaba imaginar que mi pequeña estuviese teniendo acceso a ese tipo de contenido.
Unos días después, y después de tirarle muchas indirectas, me contó que a uno de sus compañeros de las actividades deportivas lo habían expulsado del grupo porque lo pillaron viendo porno en el móvil. Me quedé de piedra. El nene en cuestión tenía solo trece años. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación?
Mi hija me prometió que ella no veía esas cosas, pero que sí sabía lo que era y que muchos compañeros de clase hablaban sobre ello. Una barbaridad.
Con la sobreexposición a las redes sociales, la falta de control parental y una clara ausencia de educación digital, nuestros hijos están a la merced de contenidos totalmente inadecuados. Son cosas para las que aún no están preparados, no las pueden procesar y que teniendo en cuenta su madurez, pueden hacerles mucho daño. Aun así, parece que es un tema que mucha gente no termina de tomarse en serio. Los niños son curiosos por naturaleza y si no se establecen unos límites, pueden darse de frente con una ficción que ellos aceptan como realidad, ficción que su mente va a procesar como cierta. Y eso es peligroso, muy peligroso.
Porque ya no es suficiente con educar de manera particular a nuestros hijos en ese aspecto, hacen falta actuaciones globales, porque, aunque ellos no lo vean y entiendan las razones, si su entorno lo hace, están igualmente expuestos a todas las consecuencias que ello conlleva. Y el resultado de todo esto ya ha aparecido alguna vez en las noticias y es algo que hay que parar, porque ya no estamos hablando sólo de preservar la inocencia de nuestros hijos, sino también de proteger su integridad.
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