Mi hijo dejó de comer para conquistar a una chica y así acabó todo
Mi marido y yo somos grandes, un pelín más altos y un bastante más anchos que la media. La genética puede ser curiosa a veces, pero no sorprendió a nadie que nuestro bebé naciera ya con casi cinco kilos. Ni que, conforme crecía, se confirmara que, al igual que nosotros, iba a ser una persona grande.
Fue un bebé rollizo, un niño gordito y entró en la adolescencia siendo un chico anchote. Y he usado esas palabras no por casualidad ni capricho, sino porque son los adjetivos que más escuchó a lo largo de cada una de esas etapas. Solo que, a partir de cierta edad, el repertorio empezó a aumentar, ya sabéis cómo va.
Y a él, que de niño no parecía importarle lo más mínimo lo que opinaran los demás, empezó a afectarle. Muchísimo. Otra cosa que por aquí también sabéis muy bien cómo va.
Empezó a acomplejarse, a reducir su exposición social al mínimo y a sufrir en silencio. Porque el chiquillo es de los que se lo guardan todo dentro. Como nuestros intentos de ayudarle no surtieron efecto, empezó a ir a terapia. Y mejoró mucho y muy pronto. De hecho, mejoró tanto que se integró en un grupo y, poco después, se animó a pedirle salir a una compañera por la que llevaba meses suspirando.
Ya lo he destripado con el título, pero, vamos, que salió mal. Por lo poco que me contó, sé que le rechazó de malos modos. Y lo peor es que no se conformó con eso. Además de romperle el corazón, se le ocurrió añadir que no era por su personalidad. Que le habría dicho que sí si no estuviera tan gordo, porque de cara no era feo del todo. No puedo citar a la muchacha, pero al parecer fue algo similar.
Mi hijo dejó de comer para conquistar a una chica y así acabó todo
Esa conversación de apenas segundos echó por tierra meses de terapia. Mi hijo dejó de comer para conquistar a esa chica. Comenzó a hacer ejercicio de forma compulsiva. A vomitar cuando se sentía obligado a ingerir algo de alimento, por saludable que este fuese. Llevaba perdidos unos quince kilos cuando la chica le volvió a rechazar. Le dijo que estaba más delgado, pero que a ella le gustaban los chicos mayores.
Cuántas veces he pensado que ojalá esa chiquilla hubiera tenido el valor de ser sincera desde el principio. Si bien es cierto que es muy posible que mi hijo hubiera encontrado cualquier otro detonante para la bomba que tenía encima y que le llevó a quedarse en cuarenta y cinco kilos, midiendo casi un metro ochenta.
Mi hijo dejó de comer para conquistar a una chica y así acabó todo
Consiguió superar el doble rechazo, aunque tardó muchísimo más en recuperar la salud y la autoestima.
Por fin, varios años después, podemos decir que está bien. Sano y aprendiendo a quererse tal y como es, por dentro y por fuera. Pero hubo momentos en los que temimos por su vida, en los que nos preguntábamos qué habíamos hecho mal y cómo podíamos haber evitado aquella pesadilla.
Lourdes
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