Algunas mañanas me despierto inspirada. Cuando la alarma empieza a sonar a las 7 de la mañana sonrío. Me autoconvenzo de que PUEDE SER un buen día o, mejor aún, de que VA A SER un buen día. Me echo champú seco porque por la noche el flequillo se me llena de mierda, y me pongo el modelito que elegí la noche anterior. ¿Por qué hace 7 horas me creía Chiara Ferragni y hoy parezco una mamarracha que no sabe combinar colores?

Me subo al autobús y llego al trabajo. El día pasa rápido. Como un tupper con ensalada de garbanzos. A las 8 de la tarde llego a casa cansada, y mientras preparo la comida de mañana decido satisfacer mis necesidades de cotilleo. Pongo el 24 horas de OT. En ese momento, mientras corto cebolla y me lloran los ojos, me doy cuenta de una triste realidad: los chicos de la academia tienen una vida sexual mucho más interesante que la mía.

No voy a contaros que mi último polvo se remonta a 2019 (¡QUÉ BAJÓN!) y tampoco sacaré a relucir que el afortunado fue un tío bastante repelente que, casualidades de la vida, ahora frecuenta los mismos bares que yo. ¿Es un drama? Pues sí. Y mientras yo lloro por las esquinas porque tengo el chumino con telarañas, en Operación Triunfo se escuchan gemidos.

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Pensándolo fríamente es normal. TODOS ESTÁN LIADOS CON TODOS. Flavio con Samantha. Gerard con Anne. Bruno con Maialen. Jesús con Nía (esta diva se merece algo mejor, sorry not sorry). Y luego Rafa hace coñas mientras Hugo, Anajú y Eva protagonizan un triángulo amoroso digno de película de Antena 3 un domingo por la tarde.

Lo gracioso es que Roberto Leal se sorprenda el día de la gala porque están enfermos. Lo extraño es que no hayan pillado una mononucleosis que tenga a todos en cama con 39º de fiebre.

Y qué queréis que os diga, pero yo veo a estos tortolitos con sus tiernos 18 años y no puedo evitar pensar que mi relación más duradera es con la alcachofa de la ducha.

“Por lo menos tengo talento”, cabría pensar, pero no. Estoy a una crisis mental de dejar el trabajo, mandar todo a tomar por culo y abrir una pastelería en un pueblo de Galicia. La llamaré “Las magdalenas de Mandarina” y haré postres típicos. Nada de pijadas con anglicismos en el nombre. Yo venderé leche frita, natillas, flan, magdalenas, torrijas y rosquillas fritas. Mi plan es infalible.

Así que queridas amigas y lectoras de WeLoversize que os estáis compadeciendo de mí en este preciso momento, no os preocupéis. Vivo la vida a través de una pantalla y los orgasmos del 24 horas son la alegría de mi vida. ¿He fracasado en esto de ser adulta? Pues sí, pero por lo menos sigo intentándolo.

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