Seis tíos, ninguna de nuestras amigas, unas copas de más: constituida la Sala de lo Melafo de este Tribunal Masculino Superior. Nos declaramos competentes para juzgar esa disyuntiva gamberra que termina surgiendo en cada grupito de colegas: ¿cuál de nuestras amigas está más buena?

Me removí en mi asiento. Ya había vivido esto antes: saca al garrulo que muchos llevan dentro. Es decepcionante, caes en la cuenta de lo burros que pueden llegar a ser tus amigos. Tiendo a quedarme callado porque total, mis gustos no suelen coincidir con los suyos. Y pobre del tío que defienda en solitario a una chica normalucha de cara o gordita. Estas conversaciones suelen ir siempre igual: todos babean con la más esbelta y punto, independientemente de que sea atractiva o no. Es una machirulada, sí, pero no vamos a ser hipócritas. En todos los grupos (de tíos y tías) se hablan este tipo de cosas internamente con unas copas. Las cosas como son.
Sin embargo estos tíos molaban. Hacía poco que estaba saliendo con ellos, aún les tenía por descubrir. Parecían sinceros, abiertos de mente, faltos de prejuicios. Yo socializo con tíos de todos los colores, incluso con los que me resultan algo incómodos: no hay problema, me ahorro algunos temas controvertidos y a cervecear. Estos en cambio eran de los que hacen fácil hablar de todo.
La conversación prometía. No estaba tirando por el lado de «cuál tiene mejor cuerpo», ¡menos mal! Puestos a ponernos así de deshumanizadores habríamos acabado muy rápido: nos olvidamos de sus personas, analizamos una foto de cada una y la que más se pareciese a una portada de la FHM. Pero en vez de eso el enfoque era «cuál es más atractiva», al menos para cada uno de nosotros.
Joaquín, sentado dos asientos a mi derecha, soltó la bomba:
—¿Sabéis a cuál le daba yo? A Luz.
Luz estaba gorda. Razonablemente gorda. Lo bastante gorda como para que en una comedia de los hermanos Farrelly su cuerpo desnudo pudiese ser cosa de risa por «asqueroso». Al mismo tiempo, gorda como para ser modelo plus-size y no estar entre las más anchas. No más gorda que las SuicideGirl más grandes. Déjemoslo en gorda a secas.
Joaquín era un tío elegante, flaco y guapete, de los que intentan pasar por duros con barbita de tres días y media melena de malote. En lo que a ligar se refiere no pasaba precisamente hambre: empezaba las noches con discreción, luego sacaba su sonrisa de bueno y alguna que otra caía. Recalco esto para el lector cínico que por defender a una gorda le esté imaginando automáticamente como «un tío que no puede aspirar a más». Querido lector cínico: jódete. No es que Joaquín fuese un Adonis, pero ya que tú lo juzgas todo por el físico que sepas que su actual novia está probablemente más buena que la tuya.
Dicho esto, os podéis imaginar que es infrecuente que un tío como Joaquín reconozca algo así en público. En muchos grupos de tíos habría suscitado incredulidad, risas y burlas; algunos habrían asumido al instante que debía ser un sarcasmo porque quién podría preferir algo así frente a las numerosas flacas del grupo. A Luz no le faltaba ese tipo de competencia en nuestro círculo, era una de las poquísimas gordas que había en él.
Yo abrí los ojos como platos al escucharlo. Me imaginé que podían estar a punto de saltarle al cuello al pobre Joaquín y a Luz en defensa caballeresca de María, la escultural mujer-imán que le había tirado los tejos a Joaquín alguna vez. Campeona local indiscutible de ligar con desconocidos; tejedora de enredos y dramas con todos los tíos que tenía a su alrededor, y aun así protagonista hasta entonces de nuestro ranking de follabilidad.
Pero como ya os he dicho, eran tíos que molaban.
—¡Hostia! Pues mira…—el chico sentado frente a mí era Rafa. Asentía satisfecho con cara de que no era la primera vez que pensaba en ella.
—Sí, es que tiene algo…—Luis también les daba la razón con un cierto reparo por reconocerlo; buscaba un «algo» que lo justificase.
Y tanto que Luz tenía algo. Dos enormes ojazos avellana, una engañosa carita de muñeca, una actitud y un estilo de indiscutible tía duraUna capacidad para hablarte de Palahniuk, de Marianne Faithfull, de mitología y de cervezas artesanas en menos de dos minutos. Un gusto por sí misma y por su cuerpo que se volvía contagioso cuando se divertía, cuando jugaba; cuando sonreía y le brillaban los ojos, cuando se reía a carcajadas y arrastraba a medio bar, a través de esas sesiones fotográficas suyas de andar por casa en las que te devoraba con la mirada. Entrecerraba los párpados con gesto soñador, se mordía el labio pintado carmesí con deseo. Fotografías calculadísimas, éramos conscientes, pero sinceras. Y muy efectivas. Un reflejo auténtico de la pasión con la que consumía todo cuanto llegaba a su piel. Una amiga mía contaba una historia sobre una vez que dormían contiguas, se trajo un chico a casa y fue incapaz de pegar ojo porque Luz pasó toda la noche gimiendo a voz en grito, exuberante, rebosante de vida.
Esa anécdota nos despertaba a todos curiosidad, quizás por su voz de niña traviesa. Quizás porque una pequeña parte de mí jugaba a imaginarse cómo serían sus suspiros, cómo se estremecería su cuerpo, en qué parte del cuello le mordería yo para intentar arrancárselos. Esa parte de mí fantaseaba con desnudar sus tetazas blanquísimas, tan grandes como su cabeza. Morderlas y hundir mis dedos en ellas hasta sentir que se erizaba su piel. Hacerlas saltar al ritmo del resto de su cuerpo, tumbada con su espalda contra la mesa y sus piernas bajo mis brazos. Y después sujetar fuerte su culo contra mis caderas, recorrer su ancha espalda de abajo a arriba arañando suave, agarrar fuerte su melena platino cerca de su raíz.
—Yo no sólo le daba. Es que para mí estaría en el número uno—les confié divertido. Nunca me había dado cuenta hasta entonces de que Luz me ponía tanto.
—…Oye, pues para mí también—se reconoció Rafa.
—Yo no sé si el número uno, pero estaría alta—Joaquín parecía contento con el rumbo de la conversación.
—Yo en el número dos, después de María. Bueno—Luis debió acordarse demasiado bien de María al mencionarla, se lo pensó unos segundos y decidió rectificar—-…empate en el primer puesto, quizás.
—Yo no voy a poner números, pero mucho antes que a muchas—se animó Sergio.
Carlos, el sexto hombre, no creía lo que oía. Nos miraba incrédulo con el ceño muy fruncido.
—¿Lo decís en serio? ¿Con la cara de perro que tiene?—se burló de su pequeña papada.
Esa expresión me sonaba. Yo había escuchado a alguien más describir a Luz de esa misma manera. ¿Quién? Ah, sí: era una expresión que María empleaba para reírse de ella. La usaba con cierta frecuencia, del mismo modo en que nos tenía puesto un mote a cada uno de nosotros. A menudo me pregunto cómo es posible que no la mandásemos antes a la mierda.
—Si no te interesa, estupendo. A más tocamos.
Lo más genial de aquella conversación fue que en ningún momento hablamos de lo mucho que nos ponía Luz «pese a estar gorda». Esa aclaración ni siquiera hacía falta. Hablamos de lo mucho que nos ponía Luz y punto.
Han pasado varios años. Luz adelgazó hace poco. Algunos dicen que sólo ahora está buena. Otros vamos a echar de menos sus curvas.

Fdo: Wolf

En las fotos: London Andrews